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Trabajo


Enviado por   •  30 de Noviembre de 2017  •  Ensayos  •  1.826 Palabras (8 Páginas)  •  167 Visitas

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Alexander abrió los ojos, faltaban cinco minutos para que la alarma sonara. Siempre se despertaba justo cinco minutos antes, ni más ni menos. Su madre decía que no tenía sentido tener reloj en su habitación si no le era necesario, pero él insistía en que sí lo era. Cerró los ojos unos segundos y cuando los volvió a abrir se sintieron pesados, todo él se sentía pesado. Bostezó y se desperezó, estirándose cuan largo era, como un gran gato. Con un suspiro resignado rodó a un costado de la cama y se sentó; todavía sintiéndose flojo y adormilado, buscó sus zapatillas y se preparó para el gran día que tenía por delante.

Caminó arrastrando los pies hasta el baño, pensando en todo y nada al mismo tiempo. Su cabeza estaba llena de ideas y premoniciones de lo que ese día le aguardaba, pero el sueño no lo dejaba concentrarse. De manera automática, como un robot, abrió el grifo de la ducha y se preparó para un baño frío en la mañana, que era la solución perfecta para quitarse el sueño. La ducha mañanera siempre había sido una rutina para él, como todo en su vida. Los psicólogos aseguraron que una vida rutinaria lo mantendría controlado y no necesitaría de drogas para disminuir la ansiedad o el terror. Él se preguntó fugazmente que opinarían los doctores de la decisión que había tomado.

Cerró la ducha y tomó su toalla, para secarse. Metódico, como siempre, repitió lo que debía hacer luego de salir del baño. Murmurando en voz baja, se dijo a sí mismo que todo iba a salir bien, que no debía preocuparse; que el ejército también era sistemático, y que tenían disciplina y orden. Pensó en Ysrael, su mejor amigo, quien siempre odió el ejército.

-La fidelidad de los amigos a veces va más allá de los gustos.- Fue lo único que dijo cuando decidió unirse también. Ese era en realidad su único consuelo, saber que su mejor amigo estaría ahí para acompañarlo. El ejército, por muy transparente que fuese, seguía siendo un misterio. Aunque sonaba egoísta, Alexander se sentía feliz de que Ysrael fuese, era como llevar un pedazo de su casa a la guerra.

Antes de salir del baño, dio un vistazo a su rostro reflejado en el espejo. El hombre que le devolvió la mirada era moreno, con una nariz respingada y ojos negros coronados por densas pestañas. Pestañas de mujer, pestañas que eran de su madre, al igual que sus dientes rectos y blancos. Él siempre había considerado su sonrisa demasiado atractiva para pertenecerle; no porque él fuese feo, todo lo contrario, sino porque jamás sonreía en público. Pasó una mano por su cabello rizado y corto, hasta casi el ras. Desde que decidió unirse al ejército, comenzó a usarlo así, para acostumbrarse. Ysrael, quien era su total opuesto, pensaba de otra forma; decidió llevarlo largo y teñirlo del color que quisiese, aprovechando el tiempo que le quedaba con su cabello.

Con un último suspiro resignado salió del baño y se dirigió a su habitación, ya totalmente despierto pero más nervioso que nunca. Comenzó a pensar en voz alta mientras se vestía, preguntándose quienes estarían allá, quienes serían sus compañeros de tropa; cuánto tiempo le tomaría aprender a usar un arma y desactivar una bomba. Entre pensamiento y pensamiento, recordó la razón por la cual entraba en el ejército: su padre. Una imagen azotó su mente y lo dejó sentado en la cama, respirando profundamente para evitar otro ataque de ansiedad.

Un Alexander más pequeño, de nueve años tal vez, que sostenía a su madre quien lloraba desesperadamente mientras leía una carta que acababa de llegar. La carta estaba escrita en una letra uniforme y seria. Era corta, de dos párrafos exactamente. Decía así:

        “Por medio de la presente informamos a la señora Adinna Black el deceso del teniente Chikae Black en el campo de batalla. Honramos su valor y su fuerza y lamentamos profundamente su muerte. Agradecemos a ustedes por su apoyo incondicional. Realizaremos un oficio en honor a los caídos en batalla este sábado 25 de marzo del año en curso.

Que el recuerdo de nuestro teniente Chikae Black quede en nuestras mentes. Perder a un ser querido es motivo de mucha tristeza, pero recordemos que ya su batalla ha culminado, pero la nuestra continúa. Nuestras mayores condolencias…

 Gral. Fransz Dostoievski

Marzo 18, 2027.”

Los recuerdos que tanto intentaba suprimir comenzaron a colarse por las grietas de su mente. Imágenes fugaces de su padre sonriéndole cuando era un niño, enseñándole a montar en bicicleta, a cocinar panqueques y a nadar en la piscina pública. Recuerdos en familia, los tres sentados celebrando su cumpleaños o navidad. Alexander sabía que debía parar, que recordar a alguien muerto no le hacía ningún favor, pero no podía. Extrañaba a su padre, extrañaba a la mujer que solía ser su madre, alegre y desenfadada. Se extrañaba a sí mismo, el niño feliz que era. Extrañaba ser normal, no vivir anclado al terror que le comía las entrañas; dormir sin sufrir pesadillas cada vez peores. Su corazón comenzó a acelerarse y su respiración cada vez se agitaba más. No podía concentrarse, no podía pensar. Comenzó a tener miedo y una increíble necesidad de huir de su habitación, de su casa, de todo.

Su visión comenzó a distorsionarse y los segundos parecían horas. Comenzó a ver cosas que no estaban allí, a escuchar sonidos inexistentes; el tic tac suave del reloj se convirtió en el sonido de miles de armas disparando, todas a la vez y todas apuntándole a él. Sacudió la cabeza con fuerza y se tapó los oídos.

        -Concéntrate, eso no existe- su propia voz retumbaba en su cabeza, pero su cerebro se negaba a obedecerle. –Vamos, eres más fuerte que esto.

Estaba intentando calmarse, pero la delgada línea entre la realidad y la locura estaba desdibujándose rápidamente. Escuchó vagamente a alguien subir las escaleras pero no pudo centrarse en eso, sus oídos estaban empeñados en escuchar cosas que no estaban allí.

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