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Tragedia En Los Andes


Enviado por   •  1 de Junio de 2012  •  2.744 Palabras (11 Páginas)  •  487 Visitas

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TRAGEDIA EN LOS ANDES

I

No, Rufino, ni un día más. Ni un día más. ¡Ni un día más!

Por piedad, deme un mes más, solo un mes más, por favor.

No, no, no. Además el pagaré se venció hace tres semanas. Has tenido bastante tiempo para cancelarme la deuda y no estoy dispuesto a esperar otro día más. Si no me pagas hoy, tu y tu familia tendrá que desalojar esta casa.

Por favor, señor Rivera, tenga piedad de nosotros no tenemos a donde ir, continuo implorando Rufino Gómez, tratando de conmover al prestamista, mas este no se inmuto ante las suplicas del pobre hombre.

En seguida volvió la vista al suplicante y le pregunto: ¿y tu hija? Y este respondió: ¡mi hija! ¿Qué tiene mi hija?

Florcita, como toda muchacha curiosa, estaba apostada a un costado de la ventana oyendo la conversación que sostenía su padre con aquel viejo cruel.

Rufino Gómez mintió diciendo que su hija había salido al pueblo, sabiendo que su hija estaba dentro de su casa ayudando a su mamá. Pues ella sabia de la deuda que tenia su padre.

¿Cuántos años tiene tu hija?

Cumplió dieciocho el mes pasado

Sabes que tu hija me gusta ¿no?- pregunto con lujuria-. Siempre me gusto tu Florcita, desde que era pichoncita.

¡Qué! ¡Cómo se atreve, señor Rivera!- reclamo Rufino. Florcita, adentro, apostada al lado de la ventana y oculta detrás de las cortinas plegadas, oía los disparates que vertía el anciano, indignada por el atrevimiento, estrujo con rabia la tela.

Ya, ya, ya...! No te hagas el ofendido. Bien sabes que tu hija me gusta. Y quiero que sea mía. Por eso quiero proponerte algo: me das a tu Florcita para que sea mi mujer y no te embargo tu casa ni tu chacrita. ¿Qué dices?- propuso malévolamente el viejo. Cuyo nombre era Gonzalo Rivera.

Oiga, ¿Qué tiene usted, ah? ¿Se ha vuelto loco?- protesto el deudor, ofuscado por aquella propuesta indecente.

¿Y que tiene de malo?- replico el viejo, con ironía. Algún día se casará, ¿no? A mi lado no le a faltar nada; voy a compartir con ella todas mis tierras y mis ganados. Será una mujer muy rica. Incluso ustedes van a salir beneficiados.

Pero usted le triplica la edad a mi Florcita. Podría ser su abuelo- afirmo Rufino Gómez, indignado. Como pretende que mi hija…

Además, para el amor no hay edad- explico con sarcasmo. En seguida con una inexpresiva sonrisa, pregunto a su capataz: ¿Si o no, Gumersindo?- este, quien lo acompañaba sentado sobre un mulo pinto, serio e indiferente, asintió moviendo la cabeza y esbozando una leve sonrisa. Al menos eso pareció, ya que presiono los labios y dejo oír un pujido, algo como:”Mmm…”

Rufino Gómez tuvo la impresión de que su prestamista se estaba pudriendo en vida, e imagino por un momento que no habría en la tierra mujer alguna, al menos no en su sano juicio, que deseara ser la esposa, mujer o amante de aquel hombre. Aun así, empezó a concebir en su mente la idea de intercambiar a su hija por el maldito pagare, y de esta forma no perder su casa ni su chacrita, caso contrario el embargo seria inminente. No tenía más remedio: estaba económicamente arruinado. Se encontraba entre la espada y la pared. Y aunque amaba a su primogénita, era más fuerte el temor de quedarse sin finca que darla en matrimonio a aquel hombre. Asimismo, tenia dos hijos mas, ambos menores de edad. Y dejarlos sin techo y sustento le provocaba un pánico indescriptible. El viejo tenía razón. Al menos a mi hija no le faltara pan ni agua, ni un techo donde vivir, y pensándolo bien creo que ya es hora de que Flor se case. Aunque no se si podrá, porque todavía no es ciudadana, medito resignado. Y al hacer esto, sus ojos se humedecieron. Unas lágrimas brotaron de sus parpados y salpicaron su rostro compungido. Mas sus lagrimas no se comparaban en nada con los de la muchacha, su hija, quien adentro, atónita por lo que había oído, apostada aun al lado de la ventana y estrujando las cortinas de seda, trataba de contener el llanto.

Pero no se si ella acepte- alego Rufino Gómez, acongojado.

¿Cómo? ¿Y desde cuando aquí una hija manda a su padre?- refuto Gonzalo Rivera. Tu eres el que debe tomar la decisión, no ella. Si es buena hija y los quiere, tendrá que entender, ¿no?

Señor Rivera, pero mi hija aun no es mayor de edad. Todavía no tiene veintiún años- objeto Rufino.

Si tiene dieciocho ya puede casarse con tu consentimiento- arguyo el viejo. ¿Acaso no sabes la ley lo dice así?

No, no lo sabía.

Ahora ya lo sabes. Así que te voy a dar dos días para que hables con ella. Si tu hija no se casa conmigo los pondré de patitas en la calle- amenazo Gonzalo Rivera.

II

Dos años y medio antes de la peculiar propuesta que le hiciera Rivera a Rufino Gómez, exactamente el 22 de marzo de 1967, un día miércoles, a eso de las 5:30 de la tarde, aconteció en Yungay un hecho sin precedentes. Cientos de yungaínos y turistas observaron sorprendidos la presencia de dos platillos voladores que surcaron el cielo de esa hermosa ciudad causando estupor entre aquellos improvisados espectadores.

No muy lejos de allí, Augusto Arranda, limeño de pura cepa y quien por esos días visitaba esa hermosa ciudad con el fin de plasmar en placas fotográficas los bellos paisajes del callejón de Huaylas, acompañado por un amigo lugareño de nombre César Oré divisaron también aquel súbito e impresionante espectáculo. Boquiabiertos, mirándose el uno al otro se preguntaban si lo que sus ojos veían era real o quizá una quimera.

Los ovnis estuvieron en el firmamento aproximadamente unos diez minutos, realizando piruetas y malabares. Luego de ese lapso, así como llegaron, se esfumaron por la cordillera negra. La gente quedo aturdida y, al igual que Augusto Arranda y César Oré, se miraban entre si, preguntándose si era cierto o no lo que sus ojos habían visto. O tal vez, pensaban, aquello había sido solo producto de una alucinación colectiva.

III

¿Qué me case con ese hombre? Papá, acaso no te das cuenta que ese anciano podría ser mi abuelo.

Hijita, yo solo te estoy contando lo que el señor Rivera me ha propuesto. Al final, eres tu quien tiene que decidir. Yo

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