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Bajo las luces


Enviado por   •  13 de Mayo de 2020  •  Tareas  •  2.115 Palabras (9 Páginas)  •  204 Visitas

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Bajo las luces.

Los niños ponían la mesa, mi esposa termina de hornear la comida mientras yo atiendo a los invitados. No es una fecha importante, pero mis hijos se reúnen cada año el 10 de abril a las 18:00 horas, solo para que escuchen historias que me contaba mi padre cuando yo era solo un pequeño. Recuerdo que cada que regresaba de la escuela me contaba historias, pero hubo una en especial que llamo mucho mi atención y debo decir que aprendí mucho de ella.

-Abuelo, ¿ya vienes?, ya está la comida –Mi nieta la más pequeña, me veía con sus dulces ojos cafés.

-Enseguida voy Julieta, tu mientras ve. –Parado junto a la puerta, recordaba como su padre lo sentó en la sala para contarle aquella historia.

-Francisco, no puede ser, llevamos horas esperándote, se te va a enfriar la comida, por amor de Dios. –Esta señora exagera mucho, Dios mío.

-Ya voy mujer, relájate por favor. –Camine delicadamente a la mesa, solo para hacerla enojar más. Pero me miro con enojo. –Estoy jugando vieja, ahorita le corro.

Por fin todos sentados, me miraba la mayoría con ansia, en especial mis nietos los mas grandes.

-Y abuelo, dime, ¿Qué te pareció la comida?  -Lo dijo apenado, como si le diera miedo.

-Juan, habla como hombre, no me tengas miedo hijo –Puso las manos bajo la mesa después de mi comentario. –Respondiendo a tu pregunta, muy rica hijo, pero ahora sí, sin más interrupciones empecemos, Emilia, hija, por favor ya deja ese teléfono.

-Perdón abuelo, ¿Qué historia nos contaras esta vez?

-Esta es una historia que mi padre me conto cuando tenía más o menos tu edad, un poco más grande, entre dieciocho o veinte años. –Todos me vieron con una rara expresión.

- ¿Qué?, ¿Por qué esperaste tanto tiempo papá?

-Pues hija, yo sabría que tendría nietos, Juan y Emilia ya están grandes para oírla, pero tal vez no me alcance el tiempo para contársela a mis demás nietos y se las tendrán que contar ustedes, no me interrumpas Elena, que se me va la onda. –Me miro con enojo, pero no me importo y seguí hablando. –Aunque te enojes, yo sabré porque lo hice.

-Ya papá, no le hagas caso y sigue.

-Claro, esto empezó con un hombre, muy trabajador, cumplido, como todo hombre, con sus respectivos vicios, pero muy buen padre. Trabajaba fuera del pueblito donde vivía, pasaba días fuera para llegar con un poco de dinero a su casa, un día la fábrica de periódicos donde trabajaba se vio afectada por la competencia y hubo un recorte de personal y por desgracia él fue uno de los desafortunados. Cerca de la fábrica había una cantina…

- ¿Cómo la que está cerca del mercado al que va mi abuela? –Interrumpió Emilia

-Si como esa Emilia, no interrumpas a tu abuelo.

-Gracias hijo, ¿En que estaba?, Ah sí, había una cantina, así como la que está cerca del mercado, entro y un señor le saludo amablemente antes de sentarse. –Señor Jacinto, ¿Cómo le va?

-No tan bien Javier, me acaban de despedir.

-Señor, cuanto lo siento, ¿Gusta un trago? –El señor Jacinto acudía regularmente todos los viernes por la noche y tomaba tres cervezas. Los sábados por la noche tomaba seis o siete, siempre preguntaba por sus hijos de Javier y dejaba una propina de quince pesos. Siempre llegaba solo, siempre se sentaba en la barra, en el mismo lugar, pero ese día Jacinto tenía algo extraño, sabían que había perdido su trabajo, pero no era la primera vez que le pasaba, cuando perdía un trabajo, no llegaba con tan mala actitud, decía que él podría conseguir algo porque era bueno en lo que hacía y ya le saldría una chambita por ahí. Pero aquel día todo daría un giro en su vida, y no de los buenos. Estando sentado en aquella barra solitaria, pidió una botella del mejor tequila que había. Tomaba como si fuese agua y un joven con una pinta bastante mala lo observaba con muy poca cautela, por lo que ya se sentía bastante incómodo.

- ¿Se te ofrece algo chamaco? –Vocifero con la fuerza suficiente para que el joven lo oyera.

-Disculpe señor, no fue mi intención incomodarlo, pero he notado que esa botella ya no le da como antes, ¿O sí? –Señalaba algo, pero no la botella y se reía como si hubiera algo de gracioso en ello.

- ¿Te da mucha risa o que chamaco?

-Me llamo Manuel, y no me estoy riendo. –Sonreía con algo de malicia, pero a Jacinto le llamaba la atención aquello que tenía en la mano.

-Mmmm, Manuel, ya estás muy tomado chamaco, es mejor que te vayas a tu casa. –Se volteo tratando de ignorar sus ojos inyectados de sangre.

-No estoy tomado señor, el alcohol es la peor droga, uno no recuerda nada y se siente todo atarantado.

- ¿Qué tonterías dices muchacho?, dime dónde vives para llevarte y dejes tomar a gusto, se nota que ni puedes caminar, se te nota hasta en los ojos. –Jacinto más que enojado por las molestias de aquel joven, estaba preocupado, se notaba que no tenía más de 25 años.

-No me lo puede negar, por lo que veo usted lo sabe mejor que nadie en este lugar de mala muerte. –El señor Javier no pudo evitar escuchar aquel comentario y acercarse solo para oír aquella platica.

-Entonces, ¿Por qué estas así Manuel? –Trato de recorrerse hacia él, a tan solo unos centímetros de la barra.

-No le gustaría, por lo que veo es igual de cerrado que los demás, puede que sea malo, pero aquí yo lo se controlar, es fuerza y un buen equilibrio emocional para poder ingerir esto. –Puso su mano en su nariz e inhalo con fuerza.

Hubo un largo silencio incómodo y saco un cigarro, muy diferente a los que el señor Jacinto solía comprar, era más ancho y con la punta enroscada. Jacinto sabía exactamente qué era eso, lo había probado alguna vez de joven, pero como no le hizo efecto alguno, creyó que eso no era para él.

-Ay Manuel, si eso yo lo hice cuando era chavo, pero eso no es para mí, la hierba jamás me hizo algún efecto. –Miro su vaso casi lleno, olvidaba si era el cuarto o el tercero.

-Si eso cree, probémoslo aquí afuera, pero primero, inhale un poco de esto. –Le acerco una bola de papel que olía un poco extraño, pero aquel olor era parecido al alcohol. Inhalo con fuerza y sintió como le quemo el pecho, se mareo, tomo su vaso y se pasó el tequila como si eso fuera a arreglar el ardor en su nariz. –Vaya, sí que es valiente, venga, ahorita regresa por su botella, ¿Verdad don Javier? –Manuel ya sabía que él estaba ahí, pudo sentir su mirada.

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