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Concupiscencia Obrera

Martisko9 de Agosto de 2012

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El 2012 transcurre en sus comienzos como si las cosas empezaran de cero, como si las paritarias llegaran en su momento estipulado para hacer lo de siempre. Si bien negociar el salario de la masa trabajadora es un suceso que se lleva a cabo los primeros meses del año, esta práctica de iniciación se ve anticipada -hoy como nunca- por un elaborado discurso de alarma respecto a lo peligroso que ésto resultará para el proceso inflacionario argentino.

La exacerbación de la incertidumbre, por el motivo que sea, siempre sirve para imponer algunos puntos de vista que suelen ser fatídicos para los intereses del colectivo.

Parece que tanto en las causas de la inflación como en sus efectos, siempre los culpables son quienes pretenden una mejora en los salarios.

Ni la desmesura de la patronal, ni las empresas formadoras de precios, ni los buitres financieros, ni las leyes del mercado, ni el sistema en sí; aparentemente ninguna de las partes del gran todo tiene tanta incidencia negativa en los valores de la inflación como la tiene un trabajador pidiendo mejoras en sus haberes. En esta idea prefijada que instala categóricamente a lo inflacionario desde un desprendimiento original que el trabajador genera (como si por capricho se definiera la incógnita de lo que está primero entre el huevo y la gallina, el dilema entre precios y salarios siempre tiene como primigenio factor inflacionario la codicia inherente del trabajador que no entiende sus actos absurdos de encarecimiento), se visualiza la estrategia pre-paritarias que los poderosos y los privilegiados utilizan para resguardar su capital y la forma en que lo obtienen.

Proteger las ganancias de todo aquello que sea un obstáculo en los dividendos particulares es una tradición de los propietarios de los medios de producción, que son quienes reaccionan en primer lugar y rescinden el compromiso asumido en la negociación, en el acuerdo o en el diálogo.

“La inflación es el reflejo monetario de un conflicto distributivo: por un lado, una clase trabajadora que reclama por seguridad en el empleo y una participación mayor en el ingreso nacional; por otro, una clase capitalista dedicada a maximizar el retorno de la inversión. Dado que ambas partes se basan en ideas mutuamente incompatibles de lo que les toca, ya que una privilegia los derechos de los ciudadanos y la otra los de la propiedad y el mercado, la inflación explica aquí la anomia de una sociedad cuyos miembros no logran llegar a un acuerdo acerca de criterios comunes de justicia social”, sostiene Streeck cuando intenta explicar esa divergencia entre los diferentes actores sociales.

El tan mentado consenso entre trabajadores, empresarios y estado (ese que desde hace mucho está siempre a punto de romperse y que sin embargo subsiste desde el 2003), tiene que seguir abriéndose camino con la dialéctica a la que se le debe este presente de conquistas colectivas. Es el diálogo social lo que ha conducido el progreso de la última década y es a través de éste que podemos ser optimistas en la idea de reducir los niveles de inflación. Pero siempre teniendo en cuenta que todos los sectores debieran disfrutar de manera equitativa de los beneficios del progreso.

En sus últimas apariciones, De Mendiguren requirió un estado presente en las negociaciones para pactar los aumentos con los trabajadores. Espera que el estado modere (acción que otras veces es considerada un entrometimiento) para garantizar cierta pacificación entre las partes y una coordinación en el proceso. Más que una versión madura de los industriales, se hace evidente esa certeza disimulada que éstos tienen del modelo actual por haber vivido una década de reglas claras y condiciones sumamente favorables para el desarrollo y la productividad de sus empresas. De Mendiguren se explaya y enarbola, en su cuidada imagen de aliado K, la bandera de una verdad

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