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Cómo el bogotazo no es el inicio de la violencia en Colombia

nelo8303Apuntes26 de Febrero de 2021

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Cómo el bogotazo no es el inicio de la violencia en Colombia

Juan Manuel Mejía

Universidad Sergio Arboleda

Escuela de Administración y Negocios

Administración de Empresas

Bogotá, 30 de octubre de 2019

Guillermo Gómez

     La violencia en Colombia es, hoy por hoy, fácil comprenderla cómo política, porque, sin lugar a dudas, hay razones, carruseles y motivaciones de esta índole. Pero, cómo toda violencia, se desarrolla en un contexto de marcada desigualdad y pobreza, pero en una atmósfera de impresionantes riquezas mal distribuidas, lo que llega a ser un caldo de cultivo para la misma.

     Ahora, debemos discernir en lo que se entiende por ‘violencia’.  Porque podemos referirnos a esta en materia de inseguridad, por ejemplo, el crimen organizado o la delincuencia común, que es un tipo; o la que posee tintes políticos, como lo es la insurgente o la revolucionaria.

     A su vez, ha sido denominado cómo “La Violencia” por varios historiadores, al período que comprende los años de 1948 a 1957, durante el cual hubo un cruento enfrentamiento entre los partidos conservador y liberal y otras fuerzas políticas comunistas tras el asesinato del líder político liberal Jorge Eliécer Gaitán. Este período se caracterizó tanto por su crueldad como por sus impactos sociales, políticos y económicos.

     Ahora bien, se sabe que el Frente Nacional fue aquello que le puso fin al período de “La Violencia” colombiana, por medio de una repartición del gobierno del país (por períodos de 4 años) entre los partidos liberal y conservador. Sin embargo, al cerrarle las puertas a otras corrientes políticas distintas al conservadurismo y al liberalismo, generó a su vez, grupos insurgentes, como las FARC y el M19, que dieron inicio a otro tipo de violencia.

     En este trabajo se realizó una investigación que considera hechos que fueron parte de la violencia histórica en Colombia, que van desde el descubrimiento y la conquista hasta El Bogotazo con sus consecuencias.

      En 1942, los europeos guiados por Cristóbal Colón descubrieron América por pura casualidad. No fue un agradable e idílico encuentro entre dos mundos como, se suponía, debía ser, fue un cataclismo, una masacre sinigual. Fue un genocidio que exterminó un continente habitado por millones de personas: en parte por la violencia frenética de los conquistadores y en parte aún mayor por la llegada de mortíferas epidemias de enfermedades nuevas y completamente desconocidas traídas del viejo mundo.

       Por otro lado, sus avances armamentísticos: arcabuces, cañones, espadas y armaduras de hierro y sanguinarios mastines que los conquistadores alimentaban con carne de indio –contra lo cual, los nativos sólo podían defenderse con armaduras de algodón y plumas, lanzas y flechas– explica por qué en los enfrentamientos, la desproporción de bajas entre un bando y el otro fuera tan descomunal, pues Caballero (2018) afirma: “por cada español caído, morían cien o hasta mil indios” (p.16). Esta facilidad casi milagrosa para salir victoriosos le hizo pensar a los españoles que no se debía a que ellos fueran sobrehumanos, sino que los indios eran infrahumanos. Seres inferiores a los que era lícito esclavizar, matar, mutilar, torturar, violar y descuartizar sin ningún cargo de conciencia.  Sin embargo, luego de una reiterante y poderosa oposición de la Corona, los esclavos indios fueron reemplazados por los negros traídos del África.

     Ahora, haciendo un salto en la historia, nos topamos con la revuelta comunera. La cual fue gran alboroto armado ocurrido en el año 1781 en la villa de El Socorro, hoy parte del departamento de Santander.         

     La teoría del absolutismo que promovían los ministros de Carlos III tenía un ligero fallo al momento de pasar de la teoría a la práctica: no había con qué. No había funcionariado capaz de darle vigor, y tampoco había ni ejército ni marina capaces de imponerla. Así que las reformas adelantadas en América por orden del ministro de Indias José Gálvez, tenían como objetivo que la metrópoli explotase fiscalmente sus colonias con un rigor nunca antes visto. Para lograrlo, se reintrodujo un tributo ya obsoleto para el mantenimiento de la Armada de Barlovento, se inventaron otros nuevos impuestos y se subieron los precios de los productos del monopolio oficial como la sal, el tabaco y el aguardiente.

     La revuelta nace en los pueblos tabacaleros afectados por el alza de los impuestos, y un domingo de mercado de 1781 se transformó en un motín popular en la ciudad de El Socorro. Una enfurecida pueblerina llamada Manuela Beltrán arrancó de las paredes de la plaza los edictos de los nuevos impuestos mientras gritaba “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”, y se alzó el pueblo. Eligieron por capitán general al terrateniente local y regidor del cabildo, Juan Francisco Berbeo, quien organizó la revuelta en milicias armadas con lanzas, machetes y escopetas de caza. Las tropas eran de blancos pobres, indios y mestizos, mientras que los capitanes, por su parte, eran criollos acomodados entre los que se encontraba quien más tarde sería el líder más radical de la rebelión: José Antonio Galán.

     Se reunió un ejército de, aproximadamente, cuatro mil efectivos que marchó hacia Santa Fe de Bogotá. En el trayecto se les fueron uniendo más hombres provenientes de las poblaciones adyacentes amasando una fuerza de casi veinte mil hombres al llegar a las puertas de Santa Fe.

     El oidor Piñeres, viendo la gravedad de la situación, huye hacia Cartagena de Indias, donde se encontraba el virrey, mientras que los miembros del Gobierno que aún permanecían en Bogotá, deciden entablar negociaciones con los amotinados. Los miembros del Gobierno envían a las negociaciones, al oidor Vasco y Vargas, al alcalde Eustaqui Galavís y al arzobispo Antonio Caballero y Góngora.

      A mediados de mayo de dicho año, Caballero y Góngora logró un acuerdo con los comuneros en la cual la Corona se comprometía a eliminar la mayoría de los impuestos a cambio de que detuvieran el avance rebajar otros impuestos. Además, se pidió mejorar las condiciones de vida tanto de los indígenas como de los esclavos negros libertos. Este acuerdo se plasmó en las Capitulaciones de Zipaquirá en junio del año en curso.

     Muchos de los insurgentes aceptaron las condiciones de las Capitulaciones y regresaron a sus propios territorios. Otros, como Galán, no confiaban en las autoridades.

     El virrey, una vez llega a Bogotá, argumenta que las Capitulaciones habían sido firmadas sin su permiso, por lo que decidió enviar un regimiento del ejército hacia Bogotá con el fin de imponer la autoridad de la Corona, lo cual consiguió, volviendo obsoleto el esfuerzo de los comuneros.

     Entonces, el grupo de insurgentes liderados por Antonio Galán decidió levantarse en armas contra el virrey. Este segundo movimiento fue inmediatamente aplastado por las tropas de la Corona y se le aplicaron castigos severos a Galán y a los otros tres cabecillas del levantamiento: Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz. Estos cuatro líderes fueron ejecutados en enero de 1782. Fueron mutilados y sus manos y cabezas fueron expuestas en la plaza pública de Santa Fe de Bogotá.

     Haciendo otro salto temporal llegamos a la llamada Patria Boba. Una época de guerras civiles… y todo por un florero.

     Todo empezó en Santafé, desde donde Antonio Nariño insistía en imponer el centralismo con la justificación de que este era necesario para someter a la resistencia española. Desde Tunja, el presidente del recién hecho Congreso de las Provincias Unidas, Camilo Torres, respondió atacando Cundinamarca. La guerra entre uno y otro siempre se declaraba con argumentos jurídicos: el uno peleaba que lo del dictador Nariño en Cundinamarca era una ‘usurpación’; y el otro que lo del presidente Torres en Tunja era una ‘tiranía auspiciada por la ley’. A veces ganaba uno, a veces el otro, todo se dejaba al azar de las batallas y las traiciones.

     Nariño emprende la conquista del sur realista, coronando victoria tras victoria, hasta que fue derrotado en Pasto y enviado a una cárcel en España, donde pasaría los siguientes seis años. Torres envía entonces desde Tunja un ejército a tomar Santafé, comandado por un joven general venezolano: el caraqueño Simón Bolívar. La ciudad rechazó su primer ataque, mientras que en el sur – en Cauca y Quito – y en el norte – en Santa Marta y Maracaibo – continuaban las hostilidades entre realistas y patriotas.  

     Se enfrentaban los realistas contra los patriotas, y los centralistas combatían con los federalistas, los cuales también luchaban entre sí. Era un caos indescriptible, bien descrito, sin embargo, en sus memorias, por el soldado José María Espinoza, abanderado en el ejército de Nariño. Caballero (2018) cita: “Mil detonaciones, los silbidos de las balas, las nubes de humo que impiden la vista y casi asfixian, los toques de corneta y el continuo redoblar de los cañones” (p.169).

     Los supervivientes de esta bobería serían fusilados, años más tarde, por el pacificador Morillo, durante la reconquista española; y todos pasarían a ser próceres de la república.

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