EDU SUPERIOR FRENTE A DESAFIOS
mauricio52405084 de Junio de 2015
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LA EDUCACION SUPERIOR FRENTE A LOS DESAFIOS CONTEMPORÁNEOS
Carlos Tünnermann Bernheim
Lección Inaugural del Año Académico 2011
Universidad Centroamericana
Managua, Nicaragua
Dra. Mayra Luz Pérez Díaz
Rectora de la Universidad Centroamericana;
Padre Silvio Avilez Cevasco, S.J.
Vicerrector General;
Master Renata Rodrigues
Vicerrectora Académica;
Lic. Róger Uriarte
Vicerrector Administrativo;
Master Vera Amanda Solís
Secretaria General;
Señores Decanos de las diferentes Facultades;
Señores miembros del Cuerpo Diplomático;
Mi estimado amigo, Dr. Juan Arríen, ex Rector de la UCA;
Señores invitados especiales;
Señores profesores y estudiantes;
Señoras y señores:
Agradezco a la doctora Mayra Luz Pérez Díaz, Rectora de esta Casa de Estudios, la cordial invitación para dictar la Lección Inaugural del Año Académico 2011, invitación que mucho me honra, ya que la UCA ha logrado situarse en el primer lugar de la educación superior del país y figura entre las diez mejores universidades de Centroamérica. A la vez, me brinda la valiosa oportunidad de compartir, con tan selecto auditorio, algunas reflexiones sobre los desafíos y riesgos que la Universidad debe enfrentar en estas primeras décadas del siglo XXI.
Tras más de cincuenta años de dedicación a la apasionante vida universitaria, que me han permitido ser partícipe de la actividad académica de Nicaragua y de otros países de América Latina, me propongo ofrecerles mi visión de la Universidad que necesitamos para responder a los retos de la sociedad actual.
Lo que voy a exponerles no sería posible sin lo que ha significado para mí el diálogo constante con tantos colegas de diversas partes del mundo, dedicados al estudio de la Universidad como la institución más representativa de la inteligencia humana, a lo que debo añadir mis años de vinculación con la UNESCO, que me permitieron involucrarme activamente en la organización y debates de las grandes conferencias regionales y mundiales auspiciadas por este organismo sobre la problemática de la educación superior.
Seguramente, no todos los presentes estarán de acuerdo con mis opiniones. Es lo que cabe esperar, desde luego que la Universidad es el hogar natural de la disidencia y la libre discusión de las ideas.
I
Los desafíos contemporáneos
Recién hemos iniciado la segunda década de un nuevo siglo. Vivimos en una sociedad de alcance global, caracterizada por constantes cambios. Es evidente que las tendencias innovadoras que hoy día se observan en la educación superior no pueden sustraerse de la influencia de los dos fenómenos que más inciden en su desempeño: la globalización y la emergencia de las sociedades del conocimiento. Ambos han merecido amplias reflexiones de parte de los especialistas de diversas disciplinas, por lo que me limitaré a analizar su impacto en la educación superior actual y del futuro.
Como respuesta a los retos que estas manifestaciones plantean a la educación terciaria, están en marcha, en casi todas las regiones del mundo, procesos de transformación universitaria cada vez más profundos, que persiguen que la institución que llamamos “la Universidad” supere los nuevos retos y sobreviva, manteniendo incólume lo que ha sido hasta ahora su propia esencia. Así lo vislumbró la “Declaración Mundial sobre la Educación Superior para el Siglo XXI”, aprobada en París en 1998, cuando señaló que para responder a tales desafíos, las universidades debían emprender “la reforma más radical que jamás antes hayan enfrentado”.
La globalización es un proceso pluridimensional, estimulado por el acelerado adelanto tecnológico de la informática y las comunicaciones. Sin embargo, la globalización económica y financiera es la que arrastra a todas las demás dimensiones y se caracteriza por ser asimétrica: la economía global no ha conducido a la formación de una verdadera sociedad global donde sus beneficios sean equitativamente distribuidos, sino a una creciente desigualdad entre las naciones y al interior de ellas.
Frente a esta situación, ninguna otra entidad está mejor constituida como la Universidad para enfrentar este reto civilizatorio, nos advirtió el recordado Rector P. Xabier Gorostiaga, S.J. Entonces, el primer desafío que la Universidad del siglo XXI debe arrostrar es asumir críticamente la globalización, hacerla objeto de sus reflexiones e investigaciones, e introducir el estudio de su compleja problemática como un eje transversal de todos sus programas.
Sin embargo, hay que reconocer que la globalización no es per se enteramente buena ni mala. Depende de cómo las naciones se insertan en ella. Y es aquí donde la educación superior puede desempeñar un papel clave en la generación de las condiciones que permitan una inserción favorable. La globalización ofrece nuevas oportunidades para los países que saben aprovecharla; en cambio, profundiza y amplía las desigualdades económicas, financieras y científico-tecnológicas para las naciones incapaces de sacarle provecho. La pertinencia, calidad y equidad de los sistemas educativos, y particularmente del nivel superior determina, en muy buena medida, el lugar que cada país ocupa en el nuevo contexto internacional y sus posibilidades de lograr una inserción beneficiosa.
Para que la educación superior desempeñe ese rol tan importante requiere de innovaciones profundas, que hagan temblar los cimientos de nuestros sistemas educativos, tan ligados a la tradición. Y esas innovaciones no pueden seguir siendo puramente episódicas: deben consistir en un proceso permanente y contínuo. En consecuencia, debemos retar nuestra imaginación y replantearnos los objetivos, misión y funciones de las instituciones de educación superior, sin olvidar que necesitamos también una educación superior impregnada de valores, consciente de su compromiso ético y social, y puesta al servicio de la promoción de la libertad, la tolerancia, la justicia, el respeto a los derechos humanos, la preservación del medio ambiente y la cultura de paz. En síntesis, la educación superior contemporánea debe estar al servicio del paradigma compendio proclamado por las Naciones Unidas para orientar el rumbo de la sociedad en el siglo XXI: el desarrollo humano sostenible.
Entre los elementos claves para insertarnos favorablemente en la economía mundial de mercados abiertos, figura el mejoramiento substancial de nuestra competitividad y de nuestra productividad. Ambas implican conocimiento, tecnología, manejo de información, destrezas e innovación; significan elevar la calidad, pertinencia y equidad, de nuestros sistemas educativos y científicos-tecnológicos y la formación de nuestros recursos humanos de alto nivel, tal como tempranamente lo entendieron los países nórdicos, especialmente Finlandia, Irlanda y los del Sudeste asiático y se dispusieron a hacer copiosas inversiones en su gente, es decir, en sus sistemas educativos. Además, elevaron el porcentaje del P.I.B. destinado a Investigación y Desarrollo.
No se trata de hacer de la competitividad y la productividad una ideología. No podemos dejar de lado la equidad ni la garantía del respeto a la dignidad humana y la sustentabilidad ambiental. Que no nos tiente la “competitividad espúrea”, que es la que se logra reduciendo o congelando los salarios, limitando los servicios sociales básicos y atentando contra nuestra ecología. Se requiere diseñar una estrategia de desarrollo que satisfaga a la vez las exigencias del crecimiento económico y la equidad social. A propósito de la competitividad, Nicaragua se encuentra entre los países menos competitivos de América Latina, solo superado por Paraguay y Venezuela.
El sueño de quienes no estamos dispuestos a renunciar a la utopía es que el siglo XXI sea el siglo de la ética, que supere al siglo de la técnica. Será preciso construir una modernidad ética, que mantenga los valores del humanismo y de la igualdad de derechos entre todos y cada uno de los seres humanos, subordinando el poder técnico y político a los valores de la ética. En este sentido, si bien la Universidad debe generar conocimientos y dotar a sus graduados de las competencias y destrezas necesarias para el ejercicio de su especialidad, no puede descuidar su carácter de centro por excelencia del cultivo de una conciencia ética, crítica y responsable ante la problemática mundial y nacional. La Universidad no puede renunciar a su misión de institución forjadora de una cultura de responsabilidad social, que va más allá de la función de preparar el capital intelectual de alto nivel del país. La Universidad debe ser ejemplo y punta de lanza del compromiso ético para que éste impregne todas las actividades sociales, incluyendo la política, que jamás debería estar divorciada de la ética. La revalorización ética de la política llevaría a la ciudadanía, y especialmente a los jóvenes, a recuperar la credibilidad en la política como un oficio noble, cuyo fin último es el servicio al bien común y no simplemente la búsqueda del poder por el poder mismo o para enriquecerse. Esta reflexión adquiere especial importancia en los momentos que vive nuestro país, sumido en la peor crisis ética de su historia. Es hora de promover, por medio de los graduados, una nueva cultura
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