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HISTORIA DEL DERECHO DEL TRABAJO

jeikamaPráctica o problema27 de Octubre de 2015

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HISTORIA DEL DERECHO DEL TRABAJO

La explicación de Jean-Jaques Rousseau, explanada en su obra “El Contrato Social” publicada en 1762,  sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, señala a la propiedad privada como causa de todos los males humanos.

Marx vio el problema con mayor claridad y en una época que contaba con la experiencia de los primeros 50 años del siglo, pudo afirmar que la propiedad privada, al dividir a los hombres en propietarios y en los sin-tierras y consecuentemente en dos clases sociales, había producido la oposición de los grupos, la cual, a su vez, condujo a la lucha de clases. De esta secuencia dedujo que la lucha de clases es la ley de la historia.  Así se perfiló la concepción dialéctica general del marxismo: la pre-historia es la tesis, la etapa en la que la tierra y sus frutos, los instrumentos y productos de la caza son de todos y para beneficio de todos, en esa ingénita concepción gregaria del homo sapiens que lo impulsa a vivir en sociedad; la historia es la antítesis, pues en ella, la tierra, los instrumentos materiales de la producción y aun los hombres, y los bienes producidos, son propiedad de los amos, de los señores o de los empresarios; la síntesis será el mundo del mañana, cuando todo sea igual como al principio, la gran utopía de la igualdad entre los hombre, el cielo nuevo y la tierra nueva revelada en el libro de Apocalipsis,  o el fin de la historia a la que se refiere Francis Fukuyama, no precisamente por lo esgrimido en su obra, más bien por una suerte de pacto o armisticio, hoy tan utópico y distante, como la tesis misma del marxismo en su concepción idealista primigenia.  

La historia del derecho del trabajo en opinión de muchos pensadores, es uno de los episodios más trágicos de la lucha de clases, por su profundo sentido de reivindicación de los valores humanos, tal vez el más hondo de todos, porque es la lucha por la liberación y dignificación del trabajo, lo que es tanto como decir la liberación y dignificación del hombre en su integridad. Recordemos un poco las concepciones esclavista y de castigo asociadas al trabajo.

La burguesía triunfante disponía de armas poderosas para defenderse en contra de cualquier propósito de creación de un ordenamiento jurídico que regulara las relaciones entre el trabajo y el capital, unas de naturaleza teórica, otras derivadas de la fuerza del poder político. Entre las primeras se contaban: los postulados del liberalismo económico y político. La segunda arma era el poder del Estado, ese aparato que Friedrich  Engels definió como los ejércitos y las cárceles de la burguesía para mantener su dominio sobre la clase trabajadora.

El derecho del trabajo tuvo que romper el embrujo del pensamiento individualista y liberal a fin de imponerse a la burguesía y a su estado. Tuvo que luchar con las armas que le permitía el estado de derecho, pero también otras que eran consideradas ilícitas, como la asociación sindical no autorizada y la huelga.

Son muchos los factores que influyeron para la iniciación de la lucha: Marx puso de relieve que uno de los primeros efectos de la revolución industrial fue el transito del taller a la fábrica, de la producción llevada a cabo en una unidad económica pequeña y un número limitado de obreros y de aprendices, a la producción en la fábrica, en donde se amontonaban decenas o centenares de trabajadores. Fue ahí, en esas grandes aglomeraciones de hombres, donde se gestó la rebeldía contra la injusticia, consecuencia de un murmullo y de las conversaciones y de la contemplación de los accidentes, cuya causa eran las máquinas.

El segundo de los factores, es la aparición, crecimiento y organización del movimiento obrero, sin duda alguna el factor fundamental. Desde los orígenes del movimiento obrero, conocedor de la existencia de la ley fundamental de la historia, entendió que se trataba de una lucha total, en la que nada tenía que esperar de su enemigo, que era la burguesía y de su cómplice, el estado. La batalla del trabajo de aquellos primeros años se propuso un doble objetivo: un fin inmediato, condición indispensable para el triunfo, la conquista de las fortalezas que tenían como lemas la negación de las libertades de coalición, de sindicalización y de huelga.

En oposición a la crueldad y a la deshumanización de la sociedad burguesa, irrumpió un tercer factor en la lucha, al que podría llamarse la rebelión del pensamiento. Vinieron los escritores y polemistas con una concepción ética común frente a la vida y coincidieron en la idea de que era imprescindible modificar el sistema cruel de la propiedad privada y transformar el orden económico:  

Un primer grupo estuvo formado por los expositores de las doctrinas a las que Marx llamó el socialismo utópico y Sombart el socialismo racionalista. Siendo sus teóricos  el conde de Saint-Simon, Roberto Owen, Charles Fourier, entre otros.

Otro grupo entre quienes se destaca, Louis Auguste Blanqui ocupa un lugar especial en la historia de las luchas y de las ideas sociales, pues, en abierta oposición con el socialismo utópico, fue no solamente un pensador, sino más bien un luchador, actitud que adoptó desde los 16 años, cuando entró en la secta de los carbonari. Es el socialismo pragmático o científico.

En esa polémica, irrumpe también la corriente de los anarquistas, liderada por Sébastien  Faure, en abierta oposición, donde no es posible conciliar entre las partes en pugna para lograr la justicia social y plantea en riesgosa rebeldía contra el statu quo, que debe optarse por la abolición del Estado y todos los vicios que le son propios.

LA EDAD HEROICA

Los primeros cincuenta años del siglo XIX integran la edad heroica del movimiento obrero y del derecho del trabajo, una denominación que corresponde primeramente a la lucha sindical, pero pertenece también al derecho del trabajo, porque se luchaba por su idea, pues las libertades sindical, de huelga y de negociación y contratación colectivas, son su finalidad inmediata, la condición para que pudiera nacer el derecho sustantivo en una sociedad en la que su estado era impotente frente a la fórmula del laisser-faire, laisser-passer (dejar hacer, dejar pasar) de los fisiócratas (gobierno de la naturaleza).  En los años finales del periodo que consideramos aquí, se produjeron dos grandes acontecimientos  que provocaron el tránsito a la era de la tolerancia: la entrada del marxismo a la lucha de clases como el pensamiento básico de los trabajadores y las revoluciones europeas de mediados del siglo.

En el mes de febrero de 1848 se publicó en Londres el Manifiesto Comunista, éste, concluye con la conocida invitación: “Proletarios de todos los pueblos, uníos”, que era también un llamado a favor de la acción sindical.

LA ERA DE LA TOLERANCIA.

En esta etapa comprendida aproximadamente de 1842 a 1872, los trabajadores pudieron asociarse libremente, sin temor a ser perseguidos y sin que el Estado pudiera estorbar su formación, pero las reformas a las leyes penales y la consecuente libertad se sindicación, no trajeron consigo su reconocimiento legal como personas jurídicas; fueron asociaciones de hecho, razón por la cual los empresarios no estaban obligados a negociar o contratar colectivamente las condiciones de trabajo.

Otto von Bismarck, llamado “El Canciller de hierro”,  comprendió la misión que desempeñaba la burguesía y se puso a su servicio para que se lanzara a la lucha económica y a la conquista de los mercados internacionales;  pero se dio también cuenta de que la prosperidad de la economía no podía sostenerse sobre la miseria de las masas. La idea socialista cobraba fuerza día con día y condujo a la organización de la Internacional Comunista y a la formación por Fernando Lassalle del Partido Obrero Social Demócrata. En el congreso que se celebró en Eisenach en 1869, que constituyo una prueba de la fuerza del movimiento sindical  y de la libertad que principiaba a disfrutarse, se aprobó un programa con una amplia reivindicación de los beneficios que deberían corresponder a los trabajadores en el proceso de producción.  Bismarck recogió el guante y adelantándose a su tiempo, inició la llamada política social; en realidad su objetivo era ganar la adhesión a su credo político liberal, de los trabajadores y alejarlos así de la tentación del marxismo. La esencia de la política social consistió en la promoción del bienestar de los trabajadores, a cuyo fin se promulgó en 1869 la primera ley reglamentaria de las relaciones de trabajo del siglo XIX. Con Guillermo I en 1881 se anunció la institución de los seguros sociales y en 1898 se expidió la ley de accidentes de trabajo, introductora de la teoría del riesgo profesional.

Los trabajadores se impusieron al estado y lo obligaron a superar la legislación obrera, lo que a su vez produjo un derecho del trabajo de nuevo molde. Los trabajadores de los estados en guerra con los imperios centrales, lanzaron desde 1914 la idea de que en el tratado que pusiera fin a la lucha, se incluyeran las normas fundamentales para la protección futura de los trabajadores, tendencia que culminó con la propuesta del secretario de estado francés Justin Godard, para que se redactara una carta Internacional del Trabajo.

Los años posteriores a la primera guerra mundial presenciaron dos sucesos trascendentales para la evolución del derecho europeo del trabajo: la creación de la Organización Internacional del Trabajo en el Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919 y la proclamación de la Constitución alemana de Weimar el 11 de agosto de 1919.

La Declaración de los derechos del trabajo, cuya repercusión en Europa fue inmensa contiene: el derecho colectivo que comprendía la libertad sindical, de negociación y contratación colectiva y el derecho de huelga, y además, los consejos de empresa y económica, adoptados en varias naciones, y cuya función consiste en dar oportunidad a los trabajadores para participar en la administración de empresas. El derecho individual de trabajo recogió todas las instituciones básicas, lo que permitió al derecho alemán de aquellos tiempos constituir la legislación más progresista de su época. Y la seguridad social partió de la protección a la maternidad y de la educación y preparación del niño, para llegar a la preservación de la salud y de la vida y a la ayuda al hombre y a su familia cuando los riesgos de la actividad y de la vida provocan la imposibilidad de trabajar.

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