Inserción argentina en el mercado mundia
Florencia RamirezApuntes12 de Enero de 2019
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1. Describa la combinación de los factores de producción que permitió el ascenso de la clase rural pampeana y las características particulares de la inserción argentina en el mercado mundial.
Rocchi señala que la Argentina se inserta en el mercado mundial a fines del siglo XIX como exportadora de bienes primarios. A fines de ese siglo las mercancías para vender en el exterior eran cereales, lino, carne congelada ovina y animales en pie. A principios del siglo XX, la carne refrigerada vacuna se transformó en una nueva estrella, mientras los cereales ampliaban su presencia. El auge exportador argentino fue parte de un proceso de internacionalización del intercambio comercial que se aceleró a fines del siglo XIX con el desarrollo del capitalismo internacional. Las economías más avanzadas estaban viviendo un proceso de industrialización que generaba tanto un exceso en la producción de bienes manufacturados (a los que había que exportar) como un aumento en el la demanda de alimentos para su población y de las materias primas necesarias para sus fábricas (a los que había que importar).
En este proceso de internacionalización económica los factores de producción móviles, el trabajo y el capital, fluyeron. Una Europa con exceso de población se convirtió en la principal fuente de salida de mano de obra hacia las zonas que la requerían y que ofrecían salarios más atractivos. La industrialización en las economías más dinámicas, por otro lado, produjo excedentes de capital ansiosos de migrar hacia donde se le ofreciera una ganancia mayor. La migración de trabajo y capital requería un cierto marco de orden político y jurídico en los lugares de recepción, que protegiera vidas, propiedades y emprendimientos. En los países independientes de América Latina, la formación de los Estados centrales brindó ese contexto. En el caso argentino, este orden político finalmente llegó después de un largo, costoso y complejo proceso que comenzó a gestarse con la batalla de Caseros en 1852 y culminó en 1880. En este proceso, el Estado en formación comenzó a garantizar la seguridad jurídica, la propiedad privada y el movimiento libre de capitales, con lo que llegaron las inversiones extranjeras y los inmigrantes.
La Argentina contaba con un factor de producción abundante sobre el que se basó (a partir de la combinación con los que eran escasos, capital y trabajo) el crecimiento exportador: la tierra. El tipo de tierras y el clima de las pampas permitieron la producción de bienes que contaban con una demanda creciente en el mercado mundial, convirtiendo a la región pampeana en el eje de la expansión argentina. La ocupación del espacio pampeano se fue desplegando en el tiempo a partir de una frontera que desplazaba esporádica per irreversiblemente sobre el territorio indígena. El asalto final se produjo con la Conquista del Desierto en 1879. Ahora bien, a partir de la conquista se dio otro proceso más lento, el del avance de la frontera productiva. Este doble movimiento de fronteras, la política y la productiva, resulta peculiar de la Argentina, pues no era la presión de una población ávida de tierras la que impulsaba la conquista militar. Por el contrario, fue la conquista la que atrajo a los pobladores ofreciéndoles una vasta extensión de tierras vírgenes. A partir de su apropiación y poblamiento, las tierras se destinaron a la producción.
Entonces, el trabajo necesario para el proceso productivo fue provisto por la acción conjunta del crecimiento demográfico, de las migraciones internas y, sobre todo, de la inmigración europea. El otro factor escaso que migró hacia la Argentina fue el capital, al que se le ofrecieron oportunidades para lograr ganancias extraordinarias. Las inversiones extranjeras se desplegaron siguiendo dos elementos cuya importancia relativa fue cambiando con el tiempo: la seguridad (crucial al principio del proceso) y la rentabilidad, que fue cobrando cada vez más atractivo como factor independiente. El naciente Estado argentino, con el objetivo de atraer inversiones, disminuyó los riesgos de mercado ofreciendo garantías de rentabilidad a los inversores. Mientras tanto se iba generando la garantía final del movimiento de capitales: la confianza, un valor que sólo pudo ser construido en el largo plazo. El Estado argentino impulsó la primera ola de inversiones a través de la emisión de bonos del gobierno, sobre el que se pagaba un interés mayor que el que brindaba un banco europeo. Como muestra de seguridad, el Estado ofrecía sus ingresos como garantía.
La gran mayoría de los capitales provenía de Gran Bretaña. Así como compraron los primeros bonos del Estado argentino, los ingleses también invirtieron su capital en los ferrocarriles. La rentabilidad de las primeras inversiones ferroviarias estuvo también garantizada por el Estado que les aseguró una ganancia de alrededor del 7% sobre el capital invertido. La red ferroviaria que se extendió por el país posibilitó la puesta en producción de nuevas tierras, así como la explotación de nuevos productos exportables. Los FFCC fueron fundamentales para hacer que la Argentina se convirtiera en un exportador de cereales en gran escala. Otros países europeos que invirtieron en el país fueron Francia (FFCC y el puerto de Rosario), Alemania (mayor proveedor de electricidad), Bélgica e Italia. Los capitales de EEUU invirtieron a principios del siglo XX en los frigoríficos.
El número de productos que formaban el grueso de la exportación –trigo, maíz, lino, carne vacuna y lana- no era alto. Pero la cantidad exportada era tal que los ingresos provenientes del exterior diluían los efectos de la falta de diversificación.
2. ¿Cuáles son las características de la clase dominante que se consolida durante el MAE? Analice su comportamiento en el largo plazo.
Para entender las características de la clase dominante que se consolida durante el Modelo Agro Exportador (MAE), es decir, durante el nacimiento del capitalismo en la Argentina y la expansión económica que generaron, en la década del 80, la apertura al mercado mundial y la inversión de capital monopolista, Pucciarelli estudia, en primer lugar, su antecedente inmediato. Esta etapa precursora coincide, políticamente, con las presidencias nacionales de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, entre 1862 y 1880, y, económicamente, con la modificación de la demanda externa que conllevan a la decadencia del vacuno criollo y del saladero y la implantación y consolidación de la producción ovina. Se trata de una etapa de transición.
Acicateadas por la modificación cualitativa de la demanda, la vieja aristocracia liberal y parte de la burguesía comercial porteña recorren un tramo decisivo que les permite transformarse, a la postre, en gran burguesía terrateniente, una clase destinada a comandar y definir, en el futuro, el sistema de alianzas con el imperialismo inglés. Realizan para ello el proceso de acumulación de tierras y capital para lograr el control de la estructura productiva a partir de la coyuntura económica creada por la expansión del ovino. El tipo de acumulación realizado por la burguesía terrateniente tendrá un papel central en la definición del carácter capitalista deformado de la expansión agropecuaria posterior.
De suma importancia es que la fuente principal de acumulación de la oligarquía pampeana se halla asociada a la posibilidad de obtener renta diferencial en el mercado mundial. La acumulación de capital sólo es posible en esta etapa mediante la acumulación de tierras, y a la inversa, pero con una diferencia: si al capital se llega explotando en condiciones muy favorables la tierra, ésta se acumula si, además del capital, se cuenta con el control de los centros de poder político y social. La historia del proceso de apropiación privada que culminó en la década del 90 es la historia de los distintos mecanismos puestos en juego para hacer posible la enajenación de la tierra pública. Por esa vía se promovió la creación y desarrollo de una reducida casta de acaparadores: empresarios, comerciantes, burócratas, militares, financistas usureros y también algunos productores rurales. Unitarios o federales, porteños provincianos, todos coincidieron, más allá de sus diferencias, en utilizar sistemáticamente la tierra de propiedad social para favorecer a los grupos, circunstanciales o permanentes, allegados al poder del Estado.
Caído Rosas en 1852, la continua expansión de la producción, que agregaba lana, una mercancía valiosa, a los rubros tradicionales de exportación, siguió agudizando el interés de la clase dominante por acaparar nuevas extensiones. Para eso, intentó el asalto de las tierras no controladas por los blancos, donde los malones indios se enseñoreaban todavía en medio territorio de la provincia. En los años 1850, para incentivar la ocupación de esa zona se dispuso la concesión de muchas tierras en forma gratuita. El mecanismo de apropiación era relativamente sencillo. Era sí requisito esencial detentar el control del Estado o tener al menos importantes vinculaciones con el poder político de turno. Así era posible recibir cantidades discrecionales de tierras en arriendo o concedidas en posesión precaria y controlarlas sin tener necesidad de ponerlas en explotación. De ello se encargarían los arrendatarios o subarrendatarios, que además concedían el pago de una cuota. A veces la cuota absorbida por el grupo que contralaba el negocio desde Buenos Aires resultaba superior a sus propios compromisos con el Estado, y dejaba un remanente destinado a integrar un fondo de capital. Así surgió el segundo proceso: acumulación, acompañada de la valorización de la tierra y el ganado que convirtió a este grupo de la noche a la mañana, sin esfuerzo alguno, en
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