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LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO. LA METAMORFOSIS DE UNA PALABRA

darioby2003Ensayo9 de Noviembre de 2020

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LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO

LA METAMORFOSIS DE UNA PALABRA

Posiblemente nunca en la historia de nuestro país se escribieron tantos tratados, ensayos, teorías y análisis sobre nuestra cultura como se hace en la actualidad, el sentido que tradicionalmente se le dio a la palabra fue desapareciendo poco a poco con el pasar del tiempo, en la actualidad en la actualidad no haya desaparecido por completo pero el significado es totalmente diferente.

T.S. Eliot: Su ambición consiste en una crítica del sistema de cultura de su tiempo que se aparta progresivamente del modelo ideal del pasado. Éste contiene tres partes que son: el individuo, el grupo o élite y la sociedad en su conjunto, en donde cada uno conserva su autonomía y se halla en confrontación con los demás, esto conlleva a una interdependencia de clases sociales que se adecuan a la cultura generando equilibrio y estabilidad, aunque este no sea lo ideal.

En la actualidad se presenta una “democratización universal de la cultura que se consigue mediante el empobrecimiento de la misma, volviéndola cada vez más superficial”. Por otro lado, hay que tener en cuenta las fuentes de cultura que son: la familia considerada como la célula principal de la sociedad y la educación fundamentada en la religión, percibida como un estilo de vida, pero no como la cultura en sí misma; ya que ha sido la propia evolución histórica la que ha marcado la diferencia entre ellas. “La idea de la sociedad y la cultura de Eliot recuerda a la estructura del cielo, el purgatorio y el infierno en la Commedia de Dante, con sus círculos superpuestos y sus rígidas simetrías y jerarquías en las que la divinidad castiga el mal y premia el bien de acuerdo a un orden intangible”.

G. Steiner: Propone remediar la deficiencia político-social relacionada con la violencia, ya que está “En vez de atajar, provoca y celebra estas sangrías”

La cultura se ha dejado dominar por la barbarie, dejando de lado lo más importante: “la religión” que ha comparación de T. Eliot no es dependiente, sino que está íntimamente ligada a la evolución social y su voluntad hace posible el arte y el pensamiento profundo que nace de “una inspiración trascendental”, considerando irresponsable toda concepción de cultura que no esté basada en los modos de terror que trajeron la muerte, el hambre y las matanzas de millones de personas en Europa y Rusia en las etapas de Guerras. Por tanto, el progreso de la modernidad siempre conlleva a un efecto destructivo que se ve principalmente reflejado en la naturaleza y en los daños ecológicos, además de la ampliación del margen de desigualdad entre clases sociales y por lo tanto entre personas, no es verdad entonces que la educación liberal tan anhelada garantiza progreso, libertad e igualdad en las oportunidades, planteando que la cultura de los últimos tiempos exigen del hombre un conocimiento básico de las matemáticas y las ciencias que lo doten de entendimiento para comprender los avances científicos

G. Debord: Intenta dar distintas aproximaciones de cultura, alienando el fetichismo de la mercancía, mostrando una sociedad netamente capitalista e industrializada, con tanto auge que se contrapone en el sentido intelectual y político, aislándolo de las inquietudes sociales, caracterizándose la importancia del proletariado. Las mercancías han pasado a ser los verdaderos dueños de la vida llegando a ser las industrias y las máquinas los que suplen las “necesidades humanas”, pero esto sólo promete un índice de producción latente en la sociedad.

G. Lipovetsky y J. Serroy: Tienen una respuesta desorientada de la sociedad, sostienen la idea de una cultura global que se basa sobre todo en el campo de las comunicaciones. Crearon por primera vez en la historia, unos denominadores culturales de los que participan sociedades e individuos, a los que se van acercando e igualando pese a las diferentes tradiciones, creencias y lenguas que les son propias. Esta civilización a diferencia de lo que era antes dejó de ser elitista y se convirtió en un ‘’Cultura de masas’’ en donde se pretenden ofrecer novedades accesibles con una intención de evasión fácil, sin necesidad de formación.

Frédéric Martel: Plantea que una concepción de “nueva cultura” como la que planteaba Serroy y Lipovetsky ya quedó atrás, Martel no se fundamenta en las ciencias como los otros autores, él se basa en “las diversiones del gran público que han ido reemplazando (y terminarán por acabar con ella) a la cultura del pasado”4 La diferencia principal entre la cultura de antaño y la de hoy es que los factores de la primera intentaban seguir presentes en las generaciones futuras. Ahora, la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura, por esto mismo, todo es mutable, sólo dura lo que tiene que durar.

LA CIVILIZACION DEL ESPECTACULO

Claudio Pérez, enviado especial de El País a Nueva York para informar sobre la crisis financiera, escribe, en su crónica del viernes 19 de septiembre de 2008: «Los tabloides de Nueva York van como locos buscando un bróker que se arroje al vacío desde uno de los imponentes rascacielos que albergan los grandes bancos de inversión, los ídolos caídos que el huracán financiero va convirtiendo en cenizas.» Retengamos un momento esta imagen en la memoria: una muchedumbre de fotógrafos, de paparazzi, avizorando las alturas, con las cámaras listas, para capturar al primer suicida que dé encarnación gráfica, dramática y espectacular a la hecatombe financiera que ha volatilizado billones de dólares y hundido en la ruina a grandes empresas e innumerables ciudadanos. No creo que haya una imagen que resuma mejor el tema de mi charla: la civilización del espectáculo.

Me parece que esta es la mejor manera de definir la civilización de nuestro tiempo, que comparten los países occidentales, los que, sin serlo, han alcanzado altos niveles de desarrollo en Asia, y muchos del llamado Tercer Mundo.

¿Qué quiero decir con civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo.

¿Qué ha hecho que Occidente haya ido deslizándose hacia la civilización del espectáculo? El bienestar que siguió a los años de privaciones de la Segunda Guerra Mundial y la escasez de los primeros años de la posguerra. Luego de esa etapa durísima, siguió un periodo de extraordinario desarrollo económico. En todas las sociedades democráticas y liberales de Europa y América del Norte las clases medias crecieron como la espuma, se intensificó la movilidad social y se produjo, al mismo tiempo, una notable apertura de los parámetros morales, empezando por la vida sexual, tradicionalmente frenada por las iglesias y el laicismo pacato de las organizaciones políticas, tanto de derecha como de izquierda. El bienestar, la libertad de costumbres y el espacio creciente ocupado por el ocio en el mundo desarrollado constituyó un estímulo notable para que proliferaran como nunca antes las industrias del entretenimiento, promovidas por la publicidad, madre y maestra mágica de nuestro tiempo. De este modo, sistemático y a la vez insensible, divertirse, no aburrirse, evitar lo que perturba, preocupa y angustia, pasó a ser, para sectores sociales cada vez más amplios, de la cúspide a la base de la pirámide social, un mandato generacional, eso que Ortega y Gasset llamaba «el espíritu de nuestro tiempo», el dios sabroso, regalón y frívolo al que todos, sabiéndolo o no, rendimos pleitesía desde hace por lo menos medio siglo, y cada día más.

Otro factor, no menos importante, para la forja de la civilización del espectáculo ha sido la democratización de la cultura. Hace medio siglo, probablemente en Estados Unidos era un Edmund Wilson, en sus artículos de The New Yorker o The New Republic, quien decidía el fracaso o el éxito de un libro de poemas, una novela o un ensayo. Hoy son los programas televisivos de Oprah Winfrey. No digo que esté mal que sea así. Digo simplemente que es así.

El vacío dejado por la desaparición de la crítica ha permitido que, insensiblemente, lo haya llenado la publicidad, convirtiéndose esta en nuestros días no sólo en parte constitutiva de la vida cultural sino en su vector determinante. La publicidad ejerce una influencia decisiva en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo la función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las creencias religiosas, las ideologías y doctrinas y aquellos mentores que en Francia se conocía como los mandarines de una época, hoy la cumplen los anónimos (creativos) de las agencias publicitarias. Era en cierta forma obligatorio que así ocurriera a partir del momento en que la obra literaria y artística pasó a ser considerada un producto comercial que jugaba su supervivencia o su extinción nada más y nada menos que en los vaivenes del mercado. Cuando una

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