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La Familia Actual

Anylaly12 de Marzo de 2014

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LA FAMILIA ACTUAL:

SITUACIÓN Y PROBLEMÁTICA

PLANO PSICOLÓGICO-PASTORAL

VII. La familia actual: situación y problemática

1. Los JÓVENES Y LA FAMILIA. Los problemas que angustian a la

familia parece que no se muestran ya en estos últimos años en la

forma llamativa que los caracterizó en los años setenta. Sin embargo,

no se puede decir ciertamente que haya disminuido su intensidad y

actualidad. Alguien sostiene que el problema de los jóvenes y el de la

liberación de la mujer (con todo lo que implica para la vida de la

familia) poseen la carga revolucionaria de los grandes

acontecimientos de la historia y que quedará como el hecho

especifico de nuestro siglo. Es posible que esta valoración sea

exagerada, pero ciertamente no carece de fundamento en los hechos.

Con dificultad los jóvenes encuentran en la familia un espacio en el

que vivir armoniosamente sus problemas y expresar su creatividad

original, como tampoco reciben respuestas adecuadas de la sociedad

con la que se enfrentan.

Sin caer en justificaciones que no vienen al caso, no se puede

dejar de admitir que su descontento va más allá de la buena voluntad

y que se ven obligados a debatirse en un enredo oscuro, si bien

desgraciadamente con frecuencia se resignan.

2. LA PAREJA Y LA FAMILIA. La familia parece a menudo incapaz

de cumplir su propia función; y si las conclusiones no son siempre

dramáticas, sí son ampliamente insuficientes. No en vano, aunque

equivocadamente, se ha hablado con frecuencia en estos años de fin

o superación de la familia y de la pareja, sin indicar por otra parte

alternativas concretas y posibles. Queda en pie el hecho de que,

dentro del núcleo familiar, sigue sin resolverse el problema de la

comunicación, con el cual están ligados todos los demás. No sólo el

lenguaje hace resaltar distancias insalvables entre padres e hijos,

sino que entre los mismos padres los gestos y las palabras se

convierten a menudo en signos de contradicción, huérfanos de los

valores de los que debieran originarse. El padre y la madre no se

hablan ya o lo hacen a duras penas; o, peor aún, el hablarse es

fuente cotidiana de conflictos. Los hijos, según van creciendo,

renuncian al diálogo sobre los temas más significativos de su

experiencia. Es cierto que los estímulos que llegan de la sociedad son

violentos y provocadores, pero la familia, en vez de ser un filtro

aclarador, se convierte en un espacio donde todo se estanca de

modo casi sofocante. Los valores, aunque no estén ausentes

terminan siendo más un refugio individual que un lugar de serena

confrontación y de comunicación interpersonal.

3. FAMILIA Y RELIGIÓN. NO es cuestión de establecer quién tiene

razón o no; lo importante es no velar la realidad y, si es posible,

discernir los motivos. Quizá habría que despertar la conciencia de que

la solución está en la realidad de cada uno, y que es ésta la que ha

de tenerse en cuenta sobre todo cuando ese alguno son los demás.

Asimismo debemos estar convencidos de que la realidad del

individuo no se agota en su entidad visible, sino que comprende

también su relación con Dios. Pero están lejos los tiempos en los que

se hablaba de la familia como de una pequeña iglesia: no

ideológicamente, sino también de hecho, la experiencia y la

supervivencia de los valores religiosos es problemática hoy dentro de

la familia. E igualmente la de los valores morales, que ya no poseen la

fisonomía inconfundible y absoluta del pasado, pero que tampoco han

adquirido (¿por discutibles o por estar ocultos a nuestros ojos?) la

dinámica creativa del presente.

4. FAMILIA Y TRADICIÓN. De hecho, uno de los problemas más

agudos y más graves que aquejan a la familia hoy —y no sólo a la

familia— es el de la relación entre presente y pasado.

Los jóvenes sobre todo, aunque también los menos jóvenes, se

sienten confusos y no consiguen encontrar ese vínculo que es la

única garantía de fecundidad: van desde el rechazo indiscriminado a

la ignorancia presuntuosa, a la duda quizá oculta y, a veces, a la

exaltación acrítica tan deletérea como infantil. Y ello sin hablar de toda

la serie de ansiedades y trastornos que acechan a la vida de familia, y

que se pueden reducir al factor económico (desde la

sobreabundancia a la incertidumbre y la necesidad).

Gran parte de nuestra cultura se encuentra aún, por lo que se

refiere a la familia, en fase de análisis (no rara vez desacralizador); y

si bien se ha atenuado la fase aguda de rechazo, no se proponen

lineas de soluciones concretas o hipótesis de orientación existencial.

En esta situación es fundamental para los creyentes, y acaso

también para los no creyentes, dirigir la atención a la experiencia de

Jesús y de su familia, aunque se trate, al menos en parte de una

situación única e irrepetible.

Hablar de la experiencia familiar de María de Nazaret no es sencillo,

y se corre el riesgo de caer en lo fantástico o lo arbitrario. Existen, sin

embargo, elementos precisos en esta cuestión, y tampoco está tan

alejada como parece de nuestra experiencia la mujer-madre que fue

protagonista en la familia de Jesús.

VlIl. Relectura bíblica del significado de María en la sagrada

familia

1. LA FAMILIA DE NAZARET Y LoS EVANGELIOS. Todo lo que los

evangelios dicen de María se puede entender también como

experiencia de la sagrada familia. No se puede decir ciertamente que

fuera éste el objetivo específico de los evangelistas; pero, de hecho,

aquellos acontecimientos nos brindan, aunque sea

fragmentariamente, la historia de una madre, de un hijo y de un

padre; en una palabra, de una familia.

Los evangelistas hablan de María casi sólo por necesidad;

indirectamente, podría decirse. No obstante, ella, junto con José, es

durante muchos años protagonista en la experiencia humana de

Jesús. El carácter ocasional de los datos que nos han consignado los

evangelios sobre la familia de Nazaret y cada uno de sus integrantes

atestigua en favor de la autenticidad de los mismos, que además se

refieren a los momentos esenciales de su experiencia. Los datos

conducen al misterio o forman parte de él.

2. ENCUENTRO ENTRE MARÍA Y JOSÉ. Nada sabemos del

encuentro de María con /José, sino que fue y se trató casi

seguramente de un encuentro normal entre dos jóvenes, en el cual

estaban implicadas perspectivas para el futuro. El primer dato cierto

que nos ofrecen los evangelios es su desposorio con José, según la

costumbre, como la casi totalidad de los jóvenes de entonces: "El

ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen, desposada con un

hombre.... Ilamado José... La virgen se llamaba María" (Lc 1,26-27).

Nada sabemos de los ritmos de este encuentro, de la intensidad de

comunicación de la que nació, qué perspectivas hizo nacer en el

corazón y en la mente de estos dos jóvenes. Nos es licito, sin

embargo, pensar que esta indicación de Lucas no está cargada de

significados particulares indica una condición común, el comienzo de

una historia como tantas otras, que se convertirá luego en

extraordinaria por la intervención de Dios. En efecto, en el momento

mismo en que el evangelista presenta a estos dos desposados con

una fórmula que debía ser corriente, introduce un elemento que

forzará a los dos jóvenes a reconsiderar el significado de su relación y

de su camino futuro.

3. MARÍA Y JOSÉ FRENTE A LA CONCEPCIÓN DE JESÚS. El

ángel le anuncia a la joven la concepción de un hijo en la que José no

tomará parte, al menos en la forma que comúnmente se piensa. No

obstante, ella tenía un compromiso que respetar y también el vínculo

de un amor, que exigía tomar en común decisiones tan graves.

María ciertamente conocía la promesa hecha por el Señor al

pueblo de Israel y fomentaba en su corazón la esperanza del mesías,

quizá en el breve coloquio con el ángel intuyera también que aquellas

palabras hacían relación al gran acontecimiento que había iluminado

toda la historia de su pueblo. Pero ante la propuesta de Dios debía

tomar una decisión gravísima, que iba a comprometer no sólo toda su

vida, sino también la de José. Es imposible saber en virtud de qué

elementos maduró su consentimiento, qué sentimientos acompañaron

su adhesión a un futuro desconcertante, además de sublime.

Ciertamente, la fe; y, en la fe, la certeza de que Dios se confiaba a la

libertad de su elección y que el poder del Altísimo iba a alinearse

definitivamente con su debilidad.

Desde el punto de vista humano, María, en

...

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