Matrimonio Y Familia
saceve23 de Noviembre de 2013
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El problema de la agresividad infantil es uno de los trastornos que más invalidan a padres y maestros junto con la desobediencia. A menudo conocemos de niños agresivos, manipuladores o rebeldes pero no sabemos cómo debemos actuar con ellos o cómo podemos incidir en su conducta para llegar a cambiarla. En este escrito se busca definir los síntomas para una correcta evaluación de este trastorno y establecer diferentes modos de tratamiento.
Cada vez mayor número de niños se encuentran involucrados en situaciones de malos tratos, conductas agresivas y problemas de relación que trascienden la familia y la escuela. La conducta agresiva es persistente a través del tiempo y las generaciones.
Estudios recientes sugieren que al menos 5,5% de los chicos presentan desórdenes de conducta relacionados con la agresividad. El 60% de los 4 a 11 años son hiperactivos, siendo patrones de conducta estables y predictivos de una amplia variedad de dificultades sociales y emocionales en la etapa adulta.
La agresividad tiene manifestaciones diferentes según el momento del desarrollo evolutivo. Las rabietas forman parte de un desarrollo normal a la edad de los 3 años, y su presencia no debería ser indicador de trastorno de comportamiento, pero sí puede suponerlo si persisten más allá de los 6 años.
Cuanto más pequeño es el niño, más vigorosamente exige la satisfacción inmediata de todo lo que quiere y utiliza cualquier medio para eliminar los estímulos indeseables. Las primeras manifestaciones agresivas tienen mucho de azarosas y están poco dirigidas, pero a medida que el niño va creciendo éstas se van focalizando en objetivos concretos y se orientan hacia la hostilidad y la venganza.
Una de las mayores muestras de agitación en los niños son las rabietas que cumplen diferentes objetivos según la edad:
- menos de 1 año: ausencia de cuidados, actúan como modos de llamar la atención para satisfacer sus necesidades de cuidado, alimentación o compañía. Su finalidad es reducir la tensión.
- 2- años: aparecen por conflictos con la autoridad, al verse obligados a aceptar el principio de realidad, tanto en el marco de relación con los adultos como con sus iguales. Finalidad es el control o dominio del objeto frustrante
- 3-4 años: pleno apogeo la autoafirmación y el negativismo, las manifestaciones agresivas se agravan y constituyen una forma de interacción casi habitual, con gestos desproporcionados como pataletas, lloros, golpes, etc. La agresividad pasa a ser un comportamiento reactivo que se traduce en rabietas muy intensas y en algunos casos, duraderas. A partir de los 4 años surge como reacción ante la frustración y cuando encuentra obstáculos para satisfacer sus deseos. La agresividad se orienta hacia la persona o el objeto responsable de su insatisfacción
Estos tipos de agresividad se llaman manipulativa y cumplen una función adaptativa, vinculada al crecimiento, a la lucha que entabla el niño con las circunstancias o las personas en la difícil tarea que supone la integración en el grupo y la asunción de la realidad externa. Muchas pueden ser consideradas como normales e incluso necesarias, suponen la exteriorización de un conflicto, lo que conduce a una progresiva independencia del yo autoafirmando la propia personalidad.
A Los niños pequeños no le es fácil actuar con cortesía, ser generosos, considerados o sacrificados; todas estas características del comportamiento socializado deben irlas aprendiendo, asumiendo e incorporando a su propia conducta. La interacción social en estas edades se caracteriza por sus frecuentes accesos agresivos y conflictos.
A medida que los niños crecen se produce la rápida disminución de los arranques de enojo incontrolado, sin dirección y al azar, para ir paulatinamente aumentado la conducta vindicativa dirigida contra alguien o algo. Las causas más frecuentes de las peleas entre niños es la discusión por la posesión de objetos deseados. La expresión manifiesta de la agresividad se va inhibiendo a medida que avanza la socialización, implicando el desarrollo de controles internos, desde el punto de vista social, de resolver los conflictos, en parte gracias a la incorporación de las reglas que rigen el derecho de los otros y de la propiedad ajena. El abanico de conductas agresivas y de posibilidades e intensidad es muy amplio.
A partir del 2 año de vida los varones son, en términos generales, más agresivos que las niñas. Existen diferencias en base al sexo en expresar hostilidad. Los varones mediante ataques físicos, las niñas ataque verbal. La conducta agresiva tiene mayor duración en los varones; la explicación, factores culturales que conceden mayor aprobación a la agresividad en el hombre por considerarla un rasgo enérgico.
Un buen pronóstico a tiempo mejora siempre una conducta anómala que habitualmente suele predecir otras patologías psicológicas en la edad adulta. Un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia si no se trata derivará probablemente en fracaso escolar y en conducta antisocial en la adolescencia y edad adulto porque principalmente son niños con dificultades para socializarse y adaptarse a su propio ambiente.
El comportamiento agresivo complica las relaciones sociales que va estableciendo a lo largo de su desarrollo y dificulta, su correcta integración en cualquier ambiente. El trabajo por tanto a seguir es la socialización de la conducta agresiva, es decir, corregir el comportamiento agresivo para que derive hacia un estilo de comportamiento asertivo.
Ciertas manifestaciones de agresividad son admisibles en una etapa de la vida por ejemplo es normal que un bebé se comporte llorando o pataleando; sin embargo, estas conductas no se consideran adecuadas en etapas evolutivas posteriores.
¿Qué entendemos por agresividad infantil?
Hablamos de agresividad cuando provocamos daño a una persona u objeto. La conducta agresiva es intencionada y el daño puede ser físico o psíquico. En el caso de los niños la agresividad se presenta generalmente en forma directa ya sea en forma de acto violento físico (patadas, empujones,...) como verbal (insultos, palabras obscenas,...). Pero también podemos encontrar agresividad indirecta o desplazada, según la cual el niño agrede contra los objetos de la persona que ha sido el origen del conflicto, o agresividad contenida según la cual el niño gesticula, grita o produce expresiones faciales de frustración.
Independientemente del tipo de conducta agresiva que manifieste un niño el denominador común es un estímulo que resulta perjudicial frente al cual la víctima se quejará, escapará, evitará o bien se defenderá.
Los arrebatos de agresividad son un rasgo normal en la infancia pero algunos niños persisten en su conducta agresiva y en su incapacidad para dominar su mal genio. Este tipo de niños hace que sus padres y maestros sufran siendo frecuentemente niños frustrados que viven el rechazo de sus compañeros no pudiendo evitar su conducta.
Las teorías del comportamiento agresivo se engloban en: Activas y Reactivas.
Las Activas: son aquellas que ponen el origen de la agresión en los impulsos internos, lo cual vendría a significar que la agresividad es innata, que se nace o no con ella. Defensores de esta teoría: Psicoanalíticos y Etológicos.
Las Reactivas: ponen el origen de la agresión en el medio ambiente que rodea al individuo. Dentro de éstas podemos hablar de las teorías del impulso que dicen que la frustración facilita la agresión, pero no es una condición necesaria para ella, y la teoría del aprendizaje social que afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse por imitación u observación de la conducta de modelos agresivos.
Para poder actuar sobre la agresividad necesitamos un modelo o teoría que seguir y éste, será la teoría del aprendizaje social. Habitualmente cuando un niño emite una conducta agresiva es porque reacciona ante un conflicto. Dicho conflicto puede resultar de:
• Problemas de relación social con otros niños o con los mayores, respecto de satisfacer los deseos del propio niño.
• Problemas con los adultos surgidos por no querer cumplir las órdenes que éstos le imponen.
• Problemas con adultos cuando éstos les castigan por haberse comportado inadecuadamente, o con otro niño cuando éste le agrede.
Sea cual sea el conflicto, provoca en el niño cierto sentimiento de frustración u emoción negativa que le hará reaccionar. La forma que tiene de reaccionar dependerá de su experiencia previa particular. El niño puede aprender a comportarse de forma agresiva porque lo imita de los padres, otros adultos o compañeros. Es lo que se llama “Modelamiento”. Cuando los padres castigan mediante violencia física o verbal se convierten para el niño en modelos de conductas agresivas. Cuando el niño vive rodeado de modelos agresivos, va adquiriendo un repertorio conductual caracterizado por una cierta tendencia a responder agresivamente a las situaciones conflictivas que puedan surgir con aquellos que le rodean. El proceso de “modelamiento” a que está sometido el niño durante su etapa de aprendizaje no sólo le informa de modos de conductas agresivas sino que también le informa de las consecuencias que dichas conductas agresivas tienen para los modelos. Si dichas consecuencias son agradables porque se consigue lo que se quiere tienen una mayor probabilidad de que se vuelvan a repetir en un futuro. Por ejemplo, imagino a mis hermanos gemelos actualmente con 21 años de edad, Alexie y Armando, cuando tenían 6 años. Alexie está jugando con una pelota tranquilamente hasta que interrumpe a Armando y empiezan a pelear o discutir por la pelota. Alexie grita
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