Política, partidos y crisis de representación 2001, nuevo escenario y estado de la cuestión
MarianaGE10 de Mayo de 2015
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Ensayo: “Política, partidos y crisis de representación 2001, nuevo escenario y estado de la cuestión”.
Política, partidos y crisis de representación 2001, nuevo escenario y estado de la cuestión.
Con la intención de introducirnos en el universo de la política, y centrarnos en los partidos políticos y la representación en Argentina durante el 2001, sería interesante plantearnos ciertos interrogantes. Dicha tarea, nos llevaría a comprender lo que sucedía por ese entonces y nos proporcionaría una mera guía para una mejor comprensión. Algunos de estos interrogantes podrían ser los siguientes: a grandes rasgos ¿Qué sucedió en el año 2001 en nuestro país? ¿Solamente hubo crisis económica o también política, social e institucional? ¿Dicha crisis es producto del momento o el sistema venía resquebrajándose de antemano? ¿Los partidos políticos que rol cumplieron?
A través de lo anteriormente expuesto, se pretenderá dar cuenta que Argentina ha sufrido crisis en diferentes ámbitos, aunque se hará hincapié en la crisis que atravesó el sistema de representación desvirtuando su legitimidad ante la sociedad, además se le brindará importancia a las dificultades institucionales que se produjeron en los partidos políticos dominantes de la época, a saber el partido justicialista y el partido radical.
De esta manera el epicentro de este ensayo es brindar y dar a conocer relaciones teóricas de diversos autores que enfatizan sus teorías en la crisis de representación que ha sufrido Argentina durante el año 2001, afectando ámbitos como el institucional, económico, social, político, entre otros.
Con el objetivo de responder a las cuestiones esgrimidas, será necesario ubicarnos en el contexto; por ello se recurrirá a diferentes autores de ciencia política y otras disciplinas, que observan este escenario según sus propias perspectivas.
Uno de ellos es Natalio Botana quien en su obra “Poder y hegemonía, el régimen político después la crisis”, expone tres periodos para dar cuenta de la crisis de 2001 que aquejaba a la Argentina.
El primero de ellos, se da desde 1880 a 1916, allí el modelo de representación instituido en el siglo XIX por la oligarquía no pudo superar el fraude y la violencia electoral, los cuales se habían adueñado de la escena política. Motivo por el cual, los ciudadanos no votaban libremente sino que los gobiernos confeccionaban listas tanto a nivel nacional como provincial, que luego se confirmaban través de jueces, policías, comités, etc. Precisamente estos agentes poseían el control del padrón electoral y de los jefes de mesa, con lo que se invertía el sentido de la representación, “el ciudadano elector era reemplazado por gobierno elector”. Los conflictos, oposiciones y tensiones a cerca de la estabilidad de ese gobierno elector, comenzaron a resquebrajarlo. Por ello, las fuerzas se concentraron en obtener la universalización del sufragio masculino.
En el segundo periodo de 1916 a 1983, la representación política junto al pluralismo de partidos no pudo contener la irrupción de regímenes populistas y dictaduras militares. La política estuvo sujeta al imperio de la fuerza ilegítima. Por otro lado, los proyectos populistas, en este caso el primer peronismo (1946-1955), constituyó una peculiaridad, se embistió de un personalismo hegemónico, tirando por la borda las restricciones institucionales. A falta de limitaciones el peronismo terminó por construir mayorías sin consenso.
Y por último, el periodo que se inicia en 1983 y se despliega hasta la actualidad. Según el autor, la gran crisis que explota durante el 2001-2002 ha tenido un impacto decisivo sobre las instituciones. Las circunstancias que estaba pasando económica, social, y políticamente Argentina no eran para nada favorables. Exactamente el 19 de diciembre de 2001, las multitudes ocupaban el espacio público, reinaban los saqueos, y el caos parecía imponerse al orden general. Al día siguiente el presidente de turno, Fernando De la Rúa, decreta estado de sitio, el cual no fue acatado por la sociedad, producto de ello se intensificaron los cacerolazos, manifestaciones, y también las víctimas. El gobierno estaba destrozado. A simple vista parecía que el vínculo cívico entre representantes y representados, no existía más.
Según Botana se puede hablar de crisis de representación, la cual se manifestaba por medio del desinterés y la desconfianza. Producto de ello, entre octubre de 2001 y abril de 2002, se pudo observar un castigo silencioso a las urnas más la protesta política y social.
Estos hechos dieron un final anunciado, la renuncia del Presidente Fernando De la Rúa, lo sucede en el poder, Eduardo Duhalde, el cual convoca a elecciones en el año 2003.
El juego de las emergencias institucionales, trajo aparejado, la fragmentación del sistema de partidos, teniendo en cuenta que los dos partidos mayoritarios de ese tiempo eran el Radicalismo y el Peronismo, los cuales habían perdido un importante caudal de votos, además de sufrir en sus interiores el desmembramiento antes mencionado. Es en este último precisamente que se origina una disputa por liderazgos entre Duhalde y Menem, y gracias a ello Néstor Kirchner gana las elecciones.
Para el autor “los argentinos ensalzan la democracia con principio deseable de legitimidad y desconfían de las instituciones que deberían brindar los medios para dicha democracia se realice ”. Pero más allá de esto, teniendo en cuenta los comicios del 2003, como expresión de soberanía, los argentinos valoran dicha situación pero desconfían de la capacidad de los partidos para cambiar las cosas. Como especifica el autor, la crisis de representación va de la mano con una crisis de credibilidad. De este modo, destaca que el partido político como institución mediadora, como institución de la democracia, con reconocimiento normativo después de la Reforma del ’94, sufre una constante deslegitimación.
En su texto, Botana plasma algunos índices de la desconfianza hacia los partidos, extraídos de la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA). Por ejemplo en el periodo 2004 - 2005 era de 71,7 % y 63,9% a diferencia de la desconfianza atribuida al gobierno nacional, 44% y 34, 1%, resaltando por otra parte, a simple vista, la seguridad hacia los órganos de gobierno de carácter ejecutivo. Este hecho robustece la debilidad de la democracia, ya que para el autor “no es lo mismo abordar una crisis de representación… con instituciones sólidas que cuando estas son débiles” . De aquí, la necesidad de que la democracia representativa vaya unida a una democracia institucional. A la primera la considera como una realidad en movimiento y a la segunda como el marco donde actuar.
Además de esta constante deslegitimación que sufren los partidos -debido a las consecuencias de la gran crisis del 2001 que no han sabido sortear- , en nuestro país en palabras de Cheresky, estos ya no son los principales organizadores de la vida política y aunque continúan siendo un componente ineludible de la misma puesto que son los vehículos de la competencia electoral, no son más o están dejando de ser, la expresión de pertenencias ciudadanas permanentes, en otras palabras, de identidades políticas. Algunas etiquetas partidarias continúan una existencia centenaria y otra más efímera, aunque la cantidad de rótulos se haya multiplicado. Pero los partidos agrupan cada vez menos a los ciudadanos de un modo durable, son estructuras con un sustento social cada vez más precario que deben competir en cada turno electoral para conquistar las preferencias ciudadanas. En la actualidad, no solo de nuestro país, los partidos instrumentales ya no se preocupan por conservar adherentes sino que se enfocan en conquistar un electorado. La función estructurante de los partidos y dirigentes es mucho mayor, y ello es así o porque han perdido la base social o porque el lazo representativo se ha debilitado enormemente.
Como se ha mencionado con anterioridad los partidos políticos son más bien un recurso instrumental, eventualmente sustituible. Así han pasado de ser organizadores de la vida pública-política a ser meros intervinientes, hecho que a su vez se refleja en las elecciones, ¿cómo? por la fluctuación del voto, en el pasado se producía porque había quienes renegaban de su identidad, conducta que no era usualmente muy frecuente. En la actualidad la fluctuación del mismo es un estado continuo, que corresponde mayoritariamente a un lectorado no alineado, es decir, que no se identifica permanentemente con una etiqueta partidaria.
Como resultado de la creciente pérdida de confianza en los partidos además de su constante fragmentación, en los últimos años se ha estado hablando de la personalización y la teatralización, las cuales dieron lugar a nuevos vínculos de identificación, nuevos liderazgos e, incluso, a procesos de repolitización de amplios sectores. No pueden ignorarse los contenidos políticos e ideológicos de las imágenes personales de esos nuevos líderes, ni la paulatina adaptación "transformista" de los partidos, las identidades y los mecanismos de agregación de demandas a la nueva situación.
En la actualidad, los partidos políticos viven por doquier, indistintamente de su signo ideológico, carecen de discurso y de estrategia de cara a las grandes transformaciones en marcha. Como explica Lechner se han quedado sin discurso en tanto interpretación global que permita ordenar la realidad en un panorama inteligible y estructurar la diversidad de intereses y opciones en torno a algunos ejes básicos. Carecen
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