Reserva Federal
ALEJANDRA1016Tesis19 de Octubre de 2013
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Aunque la Reserva Federal de los Estados Unidos no ha declarado “oficialmente” la recesión existe una opinión generalizada acerca de la situación que enfrenta la economía estadounidense aunque en sentido estricto la recesión no pueda ser validada.
De acuerdo con los criterios de la Reserva Federal Norteamericana, para que haya una recesión, se requiere que se presenten al menos dos trimestres consecutivos de caída del PIB. Esto no ha ocurrido, sino que se han presentado dos trimestres de reducción significativa en la tasa de crecimiento: en el tercer trimestre del 2007 el PIB avanzó a una tasa anual de 4.9%, en el cuarto sólo creció en 0.6% y en el primero del 2008 repitió esa misma cifra.[1] En otras palabras, los resultados del cuarto trimestre del 2007 y del primero del 2008 muestran un comportamiento que se acerca peligrosamente a la recesión pero sin alcanzarla. El riesgo permanece para los trimestres segundo y tercero del 2008, aunque es muy probable que ante el panorama electoral norteamericano se genere una gran inyección de recursos públicos que frenen la imagen recesiva, aunque esto pueda tener un costo significativo en términos de déficit público, de inflación y de mantenimiento aumentado del riesgo para el 2009.
Cabe mencionar que en todo caso la “declaratoria oficial de recesión”, pasados dos trimestres de decrecimiento en la producción, es un tanto irrelevante, porque siempre es a toro pasado: Lo importante es el debate previo que se da entre los especialistas acerca de la gravedad y duración de la situación, -se declare oficial o no la recesión- para tener elementos de análisis acerca del rumbo de la economía.Por lo pronto, los Estados Unidos muestran una grave crisis hipotecaria que se refleja en la reducción de ventas inmobiliarias, en la cartera vencida los deudores de créditos hipotecarios, en la reducción de los precios de los inmuebles, en la crisis de sociedades hipotecarias y en su contagio hacia el consumo del sistema financiero, especialmente el bancario.
El elemento detonador de lo que sucede en la economía estadounidense es el llamado efecto subprime, en el que las financiadoras de vivienda colocaron capital en préstamos hipotecarios de alto riesgo, confiando en que la especulación del mercado permitiría que las casas aumentaran su valor en poco tiempo. Así, por ejemplo, a una persona se le podía prestar el equivalente de hasta 30 años de su ingreso anualizado, cuando en promedio, este tipo de préstamos son del equivalente a 2.5 años de su ingreso anual (Ross de Leo, 2008).
Las casas no se vendieron como se especulaba, los precios se redujeron y quienes las compraron quedan endeudados, sin dinero y pagando créditos hipotecarios por montos que excedían ampliamente sus capacidades financieras. Lo mismo sucede con las financiadoras y los bancos que apuntalaban esos créditos. Esta crisis financiera a su vez se expandió sobre el conjunto del sistema financiero y monetario, debilitando al dólar frente a la mayor parte de las monedas del mundo, especialmente frente al Euro, lo que encarece el consumo norteamericano de productos importados.
Evidentemente esto afecta el consumo e ingreso de los norteamericanos, lo que ha tratado de ser paliado con programas de apoyo a los deudores, bajas de impuestos y, sobre todo, con una baja en las tasas de interés fijadas por la Reserva Federal, para aligerar la carga de la deuda. Los temores de tales medidas van el sentido de que se mantenga el consumo no inmobiliario norteamericano por la vía de un endeudamiento de los hogares aún mayor, lo que generaría una espiral de deuda aún mayor que la actual, lo que tendría impactos mayores a nivel macroeconómico, pues no se podría sostener al infinito la espiral de deuda.
Los programas de apoyo gubernamentales, además, deben contar con fuentes de financiamiento público. En una situación emergente, como la que se vive,
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