SANTOS, PAGANOS, VACACIONES Y TURISMO
juliyo28 de Mayo de 2013
3.267 Palabras (14 Páginas)460 Visitas
SANTOS, PAGANOS, VACACIONES Y TURISMO
¿Quién establece los días festivos? ¿A quién le incumbe el determinar cuándo estar ociosos y cuándo arrastrar la pesada carga del ineludible trabajo? En principio puede parecer que este privilegio lo otorga la Iglesia. Pese a los tiempos laicos que corren, si hacemos un recuento de los días vacacionales la mayor parte están consagrados a santos y efemérides religiosas. Se comienza el primer día del año, 1 de enero, celebrando la circuncisión del Jesucristo. El 6, Epifanía, conmemora la manifestación de Cristo a los Reyes. Carnaval, en sus orígenes, transcurría desde el 6 de enero hasta el miércoles de Ceniza, periodo en que la Iglesia concedía cierto relajo antes de la severa Cuaresma, que obligaba a la abstinencia, el ayuno y la penitencia. En marzo o abril viene Semana Santa, conmemoración de la muerte de Cristo en la Cruz. San José, un santo de marzo, ha ido perdiendo influencia y ya sólo se celebra en algunas comunidades, entre la que destaca Valencia y sus fallas. El 1 de mayo, Día del Trabajo paradójicamente festivo, es el día de san José Obrero. El 24 de junio tiene lugar el sonado San Juan, con cohetes, hogueras, verbenas y fanfarria. Le sigue san Pedro el 29, más comedido y discreto. El 25 de julio, Santiago, era hasta hace poco la fiesta nacional hispana, desplazada a octubre. El 15 de agosto es la Asunción de Nuestra Señora; el 12 de octubre, la Virgen del Pilar. El 1 de noviembre, Todos los Santos. Diciembre comienza con una doble celebración laico-religiosa: la Constitución el 6 y la Inmaculada Concepción el 8. Cierran el año las fiestas de Navidad, dedicadas según la Iglesia, al nacimiento de Jesús.
Pero si profundizamos en el origen de las fiestas se advierte que estas eran anteriores a los hechos religiosos que hoy las sustentan. El papel de la iglesia – transmutador – consistió en transformar días paganos en días religiosos. La mayoría de las fiestas que giran en torno a Jesucristo se basan en hechos religiosos desmentidos incluso por teólogos cristianos. Jesús no nació el 25 de diciembre. Clemente de Alejandría daba como cierta la fecha del 18 de noviembre; Cipriano de Cartago el 28 de marzo y el canon Pascual y el comentario a Daniel, de Hipólito, el 2 de abril. Por otra parte, el año estimado del nacimiento de Cristo fue seis años después de lo fijado por los relatos evangélicos, debido a un error de compilación de calendarios. Y si Cristo no nació en el año cero ni el 25 navideño, la circuncisión, Epifanía, Semana Santa y demás tampoco se corresponden con las fechas dictadas por la Iglesia.
Es licito preguntarse que es lo que en realidad se celebra. Establecer hipótesis irrefutables es arriesgado, pero se pueden elaborar conjeturas que inciten a reflexionar sobre el auténtico cometido de las fiestas. Todo comienza en Navidad, conmemorando un nacimiento que va a determinar los eventos posteriores: circuncisión, reyes, muerte en la cruz. De entrada, es un dato erróneo. La primera Navidad cristiana celebrada el 25 de diciembre data del siglo IV. Mucho antes, ese día correspondía a la fiesta romana del Día Natal del Sol Invicto, Mitras, consagrada al solsticio de invierno. Solsticio significa parada del sol, surgido de la creencia de que ese día el sol detenía su marcha e iniciaba una nueva rotación que permitía que los días volvieran a crecer. Ese culto ya se había originado en Egipto y Persia catorce siglos a.C. Era una fiesta celebrada en todos los pueblos que vivían de la agricultura y en consecuencia del sol. Suponía alegría y regocijo. La Iglesia católica, 18 siglos después, haría coincidir la figura de Cristo con el solsticio de invierno para señalar el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Estos datos son recogidos de fuentes vinculadas con la Iglesia. Si nos atenemos a otras fuentes históricas, el mitraismo pagano que celebraba el Natilis Solis Invictis arraigó tan hondo en el mundo romano que Aureliano lo proclamó religión oficial de Roma el 274 a.C. A comienzos del siglo IV amenazaba el poder del cristianismo y los Padres de la Iglesia hubieron de ubicar alguna celebración para contrarrestar aquella peligrosa influencia. Para ofrecer a sus fieles una ocasión digna, reconocieron oficialmente la celebración del nacimiento de Cristo el 25, para competir con los adoradores del sol. La forma de celebrarlo en principio consistió en una misa y una plegaria. Constantino en el 337 le proporcionó respaldo oficial al aceptar ser bautizado. El poder eclesiástico y político se unieron y dieron oficialidad y vigor a la festividad navideña.
El fin de año encierra un origen parecido. En sus reminiscencias era de origen druídico y etrusco. Rómulo regalaba a Tracio una ramita del bosque de la diosa Strenia, presente que significaba buena suerte para el año venidero. Se le llamaba strenae en honor de la diosa y dio origen a la palabra estrenar. Los roanos mantuvieron esta costumbre durante siglos, regalando a amigos y parientes ramitas del bosque, para procurarse un año de bienes. Más tarde, el regalo fue sustituido por yesca en las ceremonias de los druidas, que cortaban con su hoz de oro, en la creencia de que ese vegetal sagrado ahuyentaría los espíritus maléficos. Pero la primera fiesta de Año Nuevo de la que se tiene noticia se celebró en Babilonia 2000 años a. C, cuando aún no existía un calendario anual. Se situaba a fines de marzo, en el equinoccio de primavera, y las festividades se prolongaban once días, duración muy superior a toda celebración actual. Vino, licores y comida corrían a raudales, como motivo de alegría y para agradecer a Marduk, dios local de la agricultura, la cosecha del año anterior. Danzas, música y disfraces acompañaban las ceremonias. El Año Nuevo era una festividad en honor de la siembra que se celebraba en primavera. Su aceptación general el 1 de enero es relativamente reciente. Hacia 1300 Maximiliano I de Alemania y Carlos IX de Francia instauraron un nuevo calendario y promovieron el cambio.
Se podía proseguir con los regalos navideños, cuyos antecedentes recientes se relacionan con San Nicolás y los remotos con Thor y Odin, dioses de la mitología escandinava. La lista sería interminable. La conclusión, una y clara: las celebraciones propuestas por el estamento eclesiástico tienen antecedentes paganos, vinculados con las estaciones, la cosecha y el tiempo; con todo aquello que constituía la base de la sustentación y la vida.
Año tras año, siempre existe alguien que “descubre” el carácter consumista de la Navidad y clama contra la usurpación. Sienten pesar por la pérdida del “espíritu navideño” y sus sustitución por las comidas pantagruélicas, el derroche de regalos, los cotillones, los adornos. Pero, ¿qué es ese “espíritu navideño? ¿Los villancicos, la buena voluntad, la solidaridad, sentar un pobre a la mesa? Los villancicos llegaron a estar prohibidos por la Iglesia a mediados del siglo XVIII, bajo la acusación de que eran demasiado festivos y populares para una celebración que pretendía ser tan religiosa; la solidaridad y la bondad no eran el emblema de una fiesta que pretendía apagar el regocijo y el festejo de la llegada del sol y la luz, imponiendo fechas artificiosas para asegurarse fieles. El “espíritu navideño”, antes de llamarse así, era ocasión de fiesta bulliciosa, prolongada, pagana, gastronómica y vital. Los seres humanos se reunían, danzaban y se intercambiaban presentes de buen augurio. La luz, símbolo de vida, extendía su actividad diurna. Todos lo celebraban con efusión. El bullicio de las navidades actuales recupera gran parte de aquellos estallidos festivos de sus orígenes y las hace más genuinas.
Sin embargo, en Semana Santa nadie se levanta contra el carácter laico y turístico que ha adquirido en los últimos treinta años. Igualmente se podría criticar la pérdida del fervor y su sustitución por los viajes al entorno natural para la práctica de paseos bucólicos los calmados y psicocéntricos y del rafting, el parapente, el treking, el tiro con arco y el puenting los audaces, estresados y alocéntricos. Uno de los motivos es sin duda que en el imaginario popular y el recuerdo de los mayores de cuarenta aún perduran las imágenes austeras y tristes de aquellas semanas santas de los 50 y 60 del pasado siglo, sin cines, ni espectáculos, ni salas de baile y con la omnipresente música sacra invitando a la contrición y la pena. Este nuevo tiempo festivo y vacacional tiene también un origen pagano previo al cristiano. Los misioneros del siglo II que evangelizaron las tribus teutónicas establecidas al norte de Roma hicieron coincidir la conmemoración de la resurrección de Cristo con la fiesta dedicada a Eastre, diosa pagana de la primavera y la fertilidad, para conseguir conversos. Easter fue después Easter, nombre inglés de la Pascua. La costumbre de los huevos de Pascua, símbolo de nacimiento y resurrección de la vida en primavera, era ya practicada con huevos auténticos por celtas, fenicios, cananeos, tibetanos, hindúes y muchos otros pueblos siglos antes de derivar en las golosinas de chocolate con las que se celebra la resurrección cristiana.
A esta lista de cambios se podrían agregar San Juan y la celebración del solsticio estival, Todos los Santos y la entrada del otoño, etc, etc. Todos nos conducen a dos deducciones. La primera, ya apuntada, es que las celebraciones establecidas por la Iglesia tienen un antecedente pagano, vinculado a la estaciones, la cosecha y el tiempo, base de la vida y acorde con los ciclos naturales. La segunda es que, a pesar de que la mayoría de los festivos en vigor fueron decretados en los últimos siglos por la autoridad religiosa, en la actualidad se celebran de forma laica y lúdica.
Hilvanando cabos se
...