Verdad Y víctimas En Colombia
carlamejia2218 de Mayo de 2014
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“Parámetros de verdad en los testimonios de las víctimas de violación de derechos humanos dentro del conflicto armado en Colombia”
Doña Norma Jiménez Obando es una señora de un poco más de sesenta años; vive con su esposo en una de tantas ciudades en el mundo. Hace algunas semanas, le comenté que me urgía encontrar a alguna víctima que estuviera dispuesta a darme su testimonio para un trabajo de investigación que estaba realizando. Para mi asombro, doña Norma me dijo: “Carlita, yo te cuento mi historia”.
El testimonio de doña Norma:
“Mi hermano menor era Pedro Nel Jiménez Obando, se graduó muy joven en Derecho Penal y Criminalística en la Universidad Externado de Colombia en Bogotá. Por esa época mi papá viajaba mucho a Villavicencio y, por razones de trabajo, mi hermano se radicó permanentemente en Villavicencio hacia los años de 1976-1978. Gracias a sus habilidades profesionales, a su gran carisma y a sus ideales sociales, llegó a ocupar el cargo de Personero, Concejal y por último, Senador de la República en 1986 por el partido Unión Patriótica. Ha sido de los senadores más jóvenes del país, pues sólo tenía 36 años.
La Unión Patriótica era el brazo político de las FARC y, para sorpresa de los partidos tradicionales del país, hubo una gran derrota de los mismos. Esto despertó el descontento de muchos, descontento que se manifestó en el exterminio por medio del asesinato, la desaparición y la tortura de más de tres mil militantes de la Unión Patriótica.
A finales del mes de agosto de 1986, fue asesinado el Representante a la Cámara por el departamento de Santander Leonardo Posada (el cual no llegó a posesionarse), quien fuera amigo de Pedro Nel. Por tanto, Pedro se encontraba preparando viaje de Villavicencio a Bogotá para asistir el sepelio de su amigo y compañero. Fue a recoger a su hija al colegio (la Normal Nacional, ubicada en la vía a Puerto López, en Villavicencio), pasó una moto y fue asesinado frente a su hija el 1º de septiembre de 1986.
Ni mis padres ni la esposa de Pedro Nel interpusieron denuncia alguna por miedo, eran tiempos muy difíciles. Las investigaciones por parte del Estado nunca ofrecieron resultado alguno, mi hermano fue exhumado varias veces; sin embargo, con el tiempo fue olvidado, que es lo que más me duele. En la Universidad Externado de Colombia le hicieron un homenaje, el Senado de la República también, de hecho, su velación se realizó allí. A mí no me dejaron darle ni un abrazo, pues había un cordón de seguridad y de allí no me dejaron pasar. Fue muy triste, pues era mi hermano pequeño.
A Pedro Nel fue el segundo que asesinaron; después de él, fueron muchísimos más, a todos los exterminaron, y nunca hubo respuesta. Hace cinco años su esposa me llamó a preguntarme que si quería entrar en un proceso de indemnización o reparación por mi hermano, pues la Corte Interamericana de Derechos Humanos había declarado el exterminio de los miembros de la UP como un genocidio y como un crimen de Estado, pero yo le respondí que no, el dinero no me lo va a devolver.
Mi hermano no era ningún guerrillero, pues esa es la imagen que ha querido dar el gobierno, él era muy inquieto, tenía muchos ideales políticos, era defensor de Derechos Humanos, por eso lo mataron. Él nunca empuñó un arma en contra de nadie.
Todavía lo recuerdo mucho. No era muy chusco, pero era un hombre bien plantado, de esos que no pasan desapercibidos. Una vez estábamos en el salón rojo del hotel Tequendama y de repente, me percaté que había varias damas murmurando sobre un hombre muy apuesto que acababa de entrar y cuál sería mi sorpresa al observar que era Pedro Nel, caminando con mucha elegancia. Por eso no creo en el perdón. ¿Cómo voy a perdonar yo a los que le quitaron la vida a mi hermano?”
Como el caso de doña Norma Jiménez, existen muchos en el país. Familiares de víctimas de crímenes que, aún después del transcurrir de los años, recuerdan a sus seres queridos y, lo que es peor, no han encontrado todavía una respuesta ni mucho menos una reparación por parte del Estado, pues en la mayoría de los casos es el mismo Estado el responsable de dichos crímenes. Como lo afirmaba doña Norma, lo peor es el olvido, la exclusión de la historia oficial de las víctimas, del “otro” no reconocido ni aceptado, del “otro” eliminado. Pero dicha situación no es exclusiva de Colombia, pues lamentablemente estos eventos se han repetido en diferentes lugares del mundo. Por este motivo y casi de manera simultánea, se ha tratado de construir la “verdad” a partir no solamente de fuentes oficiales (historia), sino de una pluralidad de relatos no oficiales que intentarían recuperar otras interpretaciones del pasado, reconocer aquellos acontecimientos que han sido dejados de lado por la historia oficial.(Funkestein, 1989, en, Gamboa, Camila, 2005).
Para el caso colombiano, el Estado ha realizado varios intentos por lograr esta recuperación, entre estos intentos encontramos: la muy criticada Ley de Justicia y Paz, cuyo objetivo principal era la construcción de la “verdad”, pero que en últimas ha dejado de lado el testimonio de las víctimas, la Comisión de Reparación y Reconciliación y, más recientemente, la llamada “Ley de Víctimas”, que busca la reparación de todas las personas consideradas víctimas de algún tipo de agresión a su dignidad.
En el presente ensayo, pienso realizar algunas argumentaciones sobre “la búsqueda y la construcción de la verdad” en el caso de las víctimas en Colombia, tomando como caso específico el asesinato de Pedro Nel Jiménez como crimen de Estado y la opinión de su familia. Para tal fin, el ensayo estará dividido en los siguientes apartes:
I. Argumentar sobre cómo la historia en Colombia ha sido la historia construida por las élites dominantes y que esto ha perpetuado la violencia en el país.
II. Discernir sobre cómo los Derechos Humanos han terminado siendo un discurso y una herramienta de la hegemonía.
III. Por último, brindar algunas luces sobre quiénes son víctimas y la necesidad de construir los parámetros necesarios para que las personas en condición de víctimas y familiares de éstas, no sientan que la reparación es una nueva forma de vulneración de sus derechos.
I. Sobre la pregunta frecuente de las raíces de la llamada violencia en Colombia –y no me estoy refiriendo a un período específico de la historia de Colombia- me adhiero al argumento expuesto por Camila de Gamboa, sobre el carácter hegemónico, no sólo en la construcción de nuestra identidad nacional, sino de nuestra historia e incluso de nuestra supuesta democracia que, al contrario de lo que las clases dirigentes aducen, dista mucho de ser participativa y que, por el contrario y desde el siglo XIX, se ha caracterizado por una marcada exclusión de las clases oprimidas. Según Todorov, (Todorov 2000), la historia oficial que es construida por un estado totalitario “selecciona”,” maquilla” y los vacíos son llenados con lo que se quiere recordar. El espacio propicio para la construcción ideal de la historia, sería la democracia, sin embargo, existen ciertas democracias que son en sí mismas excluyentes, pues no permiten la participación de los grupos subalternos y estas memorias son construidas desde las perspectivas de la hegemonía; este sería el caso para Colombia, con el agravante que en nuestro país dicha exclusión se ha realizado de una manera violenta, con el exterminio recurrente de la oposición. (Gamboa, 2005).
En efecto, si realizamos un repaso al pasado político de nuestro país, éste se ha caracterizado por la eliminación sistemática del “otro”. A mediados del siglo XIX y comienzos del XX, la violencia estuvo marcada por el bipartidismo; sin embargo, este enfrentamiento entre liberales y conservadores tuvo un carácter rural en el cual los campesinos se enfrentaron entre sí, sin tomar conciencia de que eran simplemente utilizados por las élites de ambos partidos. La solución a este enfrentamiento fue el “Frente Nacional” que en últimas representó la unión de la hegemonía para enfrentar, por medio de la mayor exclusión política de la historia, esta vez enmarcado en la guerra fría, la aparición de una nueva amenaza para la perpetuidad de su dominio: el comunismo. Y nuevamente fue la violencia y la represión la forma de enfrentarlo. La lucha no era contra los nacientes grupos guerrilleros, sino contra el socialismo en América Latina, representado en la revolución cubana. Es así como la derecha colombiana se enfrasca en la persecución de líderes socialistas, tanto a nivel nacional como regional.
Para la década de los ochenta y con el surgimiento del narcotráfico, sobreviene un nuevo mal, que paradójicamente cuenta con el visto bueno del Estado: el paramilitarismo, quien nuevamente arremete no solamente contra la guerrilla, sino contra las poblaciones más vulnerables del país, sumergiendo a éstas en un escenario de atrocidad e impunidad.
II. A raíz de los vergonzosos acontecimientos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, se realizó una reorganización del derecho internacional, con el objetivo de garantizar la no repetición de actos crueles y denigrantes contra la dignidad humana. Para este fin, se creó la Carta de las Naciones Unidas en 1945 y la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, con un carácter de universalidad y compromiso por parte de las naciones (Brunkhorst, 2005). Sin embargo, la pretensión de justicia y universalidad de los Derechos Humanos se ve vulnerada, cuando no se respeta uno de sus principales principios: la igualdad. Es así como los derechos humanos quedan
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