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El Espacio En La Literatura


Enviado por   •  13 de Abril de 2015  •  2.874 Palabras (12 Páginas)  •  186 Visitas

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Celene García Ávila

El valor del espacio en la literatura: una invitación a leer

Flores palúdicas en los estanques

de mis ojos. El trópico en mis huesos.

*

Si tus manos son manos, ¿cómo son las anémonas?

*

Te cedo mi lámpara vieja por la tuya de luz de plata virgen.

GILBERTO OWEN, del Libro de Ruth

Si la literatura es una puerta abierta a la imaginación y a la reflexión, si es una vía para la desautomatización de nuestras rutinas, entonces puede proporcionarnos el placer de pasear virtualmente por los espacios de la ficción o por los espacios poéticos. Vamos por partes. Primero, cuando empleamos el término 'literatura', estamos tocando un aspecto muy amplio de la cultura y podríamos discutir si el sentido que se le da hoy es el mismo que tenía hace tres siglos, aun cuando, por supuesto, la respuesta sería negativa. Por eso emplearé mejor los vocablos cuento, novela y poesía, pues así quedará claro que me refiero a estos discursos creados según ciertas normas, cuya finalidad no es la comunicación literal ni la información veraz. En segundo lugar, es necesario aclarar también qué quiere decir la frase paseos virtuales. No aludo a los moos, páginas interactivas del universo cibernético en las que habitan seres de todo el globo terrestre; tampoco estoy pensando en visitar los grandes museos del mundo en un rápido recorrido por la web. No hablo de la esclavitud de la mirada, sino de su liberación.

En estos tiempos sabemos leer imágenes, estamos acostumbrados a la sensibilidad del videoclip; como estrella de pasarela bajo los haces de las cámaras fotográficas, el mundo se nos presenta en fragmentos superpuestos, en espacios en movimiento que se quiebran, que no duran, que se desvanecen. Y no, ya no sabemos leer libros, ya no sabemos escribir cartas. ¿Será que las novelas, los cuentos y los poemas están destinados al país de la nostalgia?, aquel en el cual sabíamos sentarnos, a la sombra del sauce llorón, sobre una piedra que nos servía de apoyo y estirar las piernas para leer una historia muy larga como Los hermanos Karamazov o El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Leer nos libera de la esclavitud de la mirada, porque no se impone la imagen ya hecha frente a nuestros ojos, sino el flujo de las palabras que, poco a poco, nos invita a crear la visión; es ahí donde surge el espacio literario. Para adentrarnos en dicho espacio, primero es necesario aprender a escuchar y luego aprender a mirar. La lectura es un proceso gradual y progresivo, en tanto que la percepción visual ocurre de golpe; lo visto se nos entrega de inmediato (miramos todo), pero la lectura se conquista con nuestra constante disposición a leer. La lectura exige un esfuerzo físico, y pueden doler los ojos o los brazos o la espalda o las piernas, ¡pero qué músculo tan poderoso desarrolla la inteligencia! Los neurólogos advierten que leer es una de las actividades que más agiliza las conexiones neuronales; por tanto, la práctica constante de la lectura es un ejercicio que evita el envejecimiento de las células del cerebro. ¿Será que vamos a leer siquiera por aplicarnos esta profilaxis?

La presencia de los espacios en la obra literaria tiene varias funciones. Por una parte, en la narrativa es necesaria la creación de atmósferas ficticias que acompañen a los personajes o, incluso, que les den vida y les definan. Uno recuerda la asfixia de Joseph K., el personaje de El proceso, de Franz Kafka, y la asocia con esos pasillos reducidos que conducen a oficinas absurdas, con escritorios absurdos repletos de papeles de trámites absurdos. Ese personaje absurdamente perseguido sufre un proceso judicial cuya causa nunca llega a conocer, y trepa con ansia escaleras empinadas y retorcidas que lo conducen a ninguna respuesta. El espacio y el personaje pueden asociarse en unidades indisolubles que crean tanto atmósferas exteriores como internas. Otro ejemplo es El coronel no tiene quién le escriba, de Gabriel García Márquez. Acaso ésta sea la mejor novela corta del escritor colombiano. Las excelentes descripciones del ambiente tropical en el cual vive el coronel comienzan a corresponderse con su estado de ánimo. La lluvia selvática, que dura días y días, se parece a la tristeza que se va apoderando, con mayor claridad cada vez, del protagonista. Y la carta y la pensión no llegaron nunca.

En la poesía, el espacio también puede crear estados de percepción específicos. Me gustaría referir ahora el poemario de Josué Mirlo titulado Manicomio de paisajes (1929). Este escritor, originario de Capulhuac, perteneció a la generación del posmodernismo hispanoamericano y fue contemporáneo de Ramón López Velarde y de Francisco González León. Cada poema del libro nos invita a un recorrido, desde el "Vestíbulo" y el "Registro de alienados" hasta las tres salas de enfermos: "Sala de tranquilos", "Sala de maniáticos" y "Sala de alucinados". El libro, asimismo, nos conduce de la mano para abandonar el manicomio al atravesar el "Patio sin rumores", con su "Monumento" al centro y su "Capilla" al fondo. En este poemario, la concepción espacial se suma a la calidad poética de los textos, en los que se expone un sentido lúdico y humorístico del paisaje. En la "Sala de alucinados", habita una "Acuarela" en la celda siete:

La tarde entró a la iglesia con su rebozo lila;

y el instante nocturno,

como un perro enlodado, llegó husmeando sus huellas;

y al verla de rodillas,

se echó en su falda roja, y perezosamente

fue lamiendo los ruidos que como moscas iban

prendiéndose al silencio.

Otra de las funciones del espacio, tanto en la narrativa como en la poesía, es la representación mimética, es decir, la recreación de los lugares donde los personajes son y se transforman. O, también, la remembranza de los lugares que propician una evocación poética (esta función es básica para crear la noción de verosimilitud en una obra). Las novelas realistas y naturalistas no podrían concebirse sin la presencia de los espacios donde actúan los personajes;

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