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Humanidades etica en la ingenieria


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2016  •  Resúmenes  •  36.485 Palabras (146 Páginas)  •  213 Visitas

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PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN Durante largos años, la enseñanza de la ética, sobre todo en el nivel medio, se ha concentrado en los problemas tradicionales de esta disciplina, concebida como rama particular de la filosofía. Las soluciones a esos problemas variaban, naturalmente, de acuerdo con el respectivo enfoque filosófico: neokantiano, fenomelógico, axiológico o tomista, para citar sólo los más en boga. En todos los casos, se trataba de una ética especulativa, abstracta, al margen de las morales históricas, concretas. Por otro lado, entre esos enfoques predominantes no figuraban algunos de vitalidad innegable en nuestro tiempo tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Cierto es que esos enfoques, ausentes en general de la enseñanza de la ética, no dejaban de presentar limitaciones y lados débiles. Tengo presente, en particular, los de la filosofía analítica y el marxismo. El primero porque al reducirse al análisis del lenguaje moral, tarea legítima pero insuficiente, dejaba inerme al estudiante ante los grandes problemas morales; el segundo porque se restringía a la prédica de una moral determinada y ello, además, con la carga dogmática que lastraba y dominaba al marxismo por entonces. Era, pues, preciso recurrir a un enfoque ético distinto que permitiera conducir la enseñanza de la ética por otros cauces. Y tal enfoque era el que buscaba el autor al emprender la redacción de este libro. Las circunstancias en que habría de escribirse e inscribirse harían aún más necesaria esa búsqueda. Corría ya 1968, año en que, en varios países europeos y en uno hispanoamericano –México-) la juventud estudiantil se rebela contra valores y principios caducos y, más allá de las aulas, da algunas lecciones de política y muchas de moral. Abandonar la especulación y vincular el pensamiento moral a la vida no era, en aquellos días, una simple exigencia teórica, sino un requerimiento práctico, impuesto por las nuevas opciones políticas y morales que se abrían paso en diversos países y que en España eran compartidas también, en las condiciones más opresivas, por el movimiento universitario bajo el franquismo. En esas circunstancias, nuestro texto no sólo trataba de responder a las exigencias antes apuntadas sino que también se veía estimulado en su elaboración por los objetivos, logros y sacrificios de aquel movimiento estudiantil del 68, deslumbrante en muchos sentidos aunque hoy no podamos pasar por alto las fallas y limitaciones de su espontaneísmo. Había que estar a la altura de las circunstancias, lo que como dijo el gran poeta Antonio Machado es mucho más difícil que estar por encima de ellas/ estarlo significaba, en este caso, poner un texto de ética a la altura de esa juventud estudiantil que, aquí y allí, daba tan pródigamente lecciones de moral. Y para ello había que esforzarse por ofrecerle lo que buscaba y no encontraba en otros textos. Y no porque escasearan, como no escasean hoy/ pueden contarse por decenas y, entre ellos, algunos de elevado valor teórico/ pero eran textos inertes, mudos para una juventud que se aprestaba a ocupar su puesto, arrostrando todos los riesgos, en la tarea de abrir e impulsar la vía de las transformaciones políticas y sociales necesarias para una profunda renovación moral. Que existía la necesidad de un texto como el que pretendía ser este libro, lo demuestra la favorable acogida que le han dispensado profesores y estudiantes especialmente en México. Sus dieciocho ediciones en pocos años es índice elocuente de que existía un vacío en la enseñanza de la ética que había que colmar. Se confirmaba así la necesidad, por un lado, de imprimir un nuevo sesgo al tratamiento de problemas morales tradicionales, como los de responsabilidad moral y libertad, moral y política, el fin, los medios, etc., y, por otro, de abordar nuevos problemas planteados por la vida económica y social de nuestro tiempo. Se necesitaba, en suma, descartar la ética especulativa que ve los hechos morales a la luz de ideas, valores y deberes universalmente válidos, y considerarlos desde el ángulo de su carácter histórico y de su función social. Y todo esto sin que se desvaneciera la especificidad de la moral. Este enfoque histórico-social nos sigue pareciendo indispensable para eludir el apriorismo, utopismo o moralismo a secas a la vez que el burdo empirismo o realismo sin principios. También nos parece insoslayable para no caer en la trampa del normativismo. Con este fin, hemos delimitado, desde el primer capítulo, la ética como teoría de la moral y las morales históricas, concretas, de cuyo análisis deben surgir sus conceptos fundamentales. La norma constituye, ciertamente, un elemento constitutivo de toda moral, y es tarea de la ética estudiarla, explicar cómo surge, cuál es su verdadera naturaleza, cómo se relaciona con el acto moral y en qué se diferencia de las reglas de otros comportamientos normativos. Pero no es tarea de la ética dictar normas o proponer códigos de moral. En este sentido, decimos que la teoría de la moral no es normativa. Sin embargo, es indudable también que, sin serlo, tiene estrechas relaciones con la práctica moral. En primer lugar, porque sólo existe como teoría en cuanto que se nutre del estudio de las morales históricas, concretas, o sea: del análisis de la experiencia moral. En segundo lugar, porque cumple una función práctica al contribuir a desmistificar las pretensiones universalistas o humanistas abstractas de ciertas morales concretas, así como al señalar la necesidad de considerar sus valores, normas o ideales en su contexto histórico-social. Naturalmente, si se quiere estudiar la moral en sus nexos con las condiciones efectivas de su aparición y realización, es forzoso destacar aspectos silenciados por completo en las éticas tradicionales, como son los factores sociales de la realización de la moral (relaciones económicas, estructura política y social) supraestructura ideológica de la sociedad). Reducir la moral a un aspecto puramente subjetivo, interior, dejando fuera de ella su lado objetivo, las morales históricas, concretas, de cuyo análisis deben surgir sus conceptos fundamentales. La norma constituye, ciertamente, un elemento constitutivo de toda moral, y es tarea de la ética estudiarla, explicar cómo surge, cuál es su verdadera naturaleza, cómo se relaciona con el acto moral y en qué se diferencia de las reglas de otros comportamientos normativos. Pero no es tarea de la ética dictar normas o proponer códigos de moral. En este sentido, decimos que la teoría de la moral no es normativa. Sin embargo, es indudable también que, sin serlo, tiene estrechas relaciones con la práctica moral. En primer lugar, porque sólo existe como teoría en cuanto que se nutre del estudio de las morales históricas, concretas, o sea: del análisis de la experiencia moral. En segundo lugar, porque cumple una función práctica al contribuir a desmistificar las pretensiones universalistas o humanistas abstractas de ciertas morales concretas, así como al señalar la necesidad de considerar sus valores, normas o ideales en su contexto histórico-social. Naturalmente, si se quiere estudiar la moral en sus nexos con las condiciones efectivas de su aparición y realización, es forzoso destacar aspectos silenciados por completo en las éticas tradicionales, como son los factores sociales de la realización de la moral (relaciones económicas, estructura política y social) supraestructura ideológica de la sociedad). Reducir la moral a un aspecto puramente subjetivo, interior, dejando fuera de ella su lado objetivo, opuestas, de promover la discusión y confrontación de ideas, y de recomendar lecturas diversas. Por todas estas razones, en nuestra Ética pueden encontrarse posiciones diferentes e incluso antagónicas entre sí y respecto de la que nosotros sustentamos, tales como: objetivismo y subjetivismo en el problema de los valores; libertarismo y determinismo; doctrinas de Kant, Spinoza y Hegel acerca de la responsabilidad moral; eudemonismo, formalismo y utilitarismo en el problema de la naturaleza de lo bueno; teorías de Sartre, Kant, Hobbes, Stuart Mill y Schlick acerca de la obligatoriedad moral; concepciones de Hume, Ayer, Stevenson y Moore sobre la forma y justificación de los juicios morales, etc. Se da también, por las mismas razones, un panorama histórico de las principales corrientes éticas, así como una bibliografía general y especial, a la vez que de textos clásicos fundamentales, que recoge las posiciones éticas más diversas. Por lo que se refiere a la temática del presente libro quisiéramos hacer notar que, pese a las limitaciones de espacio propias de un texto escolar de enseñanza media o de introducción en la universidad, hemos procurado abordar los problemas que tradicionalmente se han considerado fundamentales, pero al mismo tiempo examinamos otras cuestiones no tratadas o insuficientemente tocadas en los textos de ética al uso como son: la moral y sus formas históricas principales; cambios histórico-sociales y cambios de moral; progreso histórico y progreso moral; condiciones y factores económicos, políticos e ideológicos de la realización de la moral; estructura y significado del juicio moral; criterios de justificación del juicio moral y superación del relativismo ético. Después de lo expuesto hasta aquí, creemos haber precisado los propósitos que han inspirado la redacción del presente libro así como las circunstancias en que se desarrolló su elaboración. Al presentarlo ahora al medio docente español pensamos que los propósitos originarios siguen siendo válidos, y que las necesidades teóricas y prácticas a que respondía su aparición las sienten hoy, incluso más vivamente, las nuevas generaciones de aquí y de allá. A ellas va dirigido en primer lugar este texto, con el anhelo de que contribuya a un conocimiento que si bien por sí solo no puede producir una nueva moral, sí puede contribuir a elevar la conciencia de ella y a participar, de un modo u otro, en el proceso históricopráctico que lleva a forjarla. Al aparecer su Ética en España, el autor desea expresar su público reconocimiento a quien, hace ya varios años, en condiciones políticas, ideológicas y universitarias nada propicias, se interesó porque fuera estudiada por sus alumnos de la Universidad de La Laguna (Islas Canarias). Me refiero con satisfacción al doctor Javier Muguerza, actual catedrático de la Universidad de Barcelona. Por último, dos consideraciones finales del autor. La primera es que la aparición de esta obra en su patria representa un testimonio fehaciente de la generosa hospitalidad de los gobiernos y del pueblo mexicanos a los exiliados españoles de 1939 sin la cual este trabajo habría sido imposible; la segunda es que la publicación del presente libro, gracias al vivo interés puesto en ello por la Editorial Crítica, le ha brindado la grata y anhelada oportunidad de vincularse con la juventud estudiosa de la tierra que se vio obligado a abandonar hace muchos, pero muchos años. A. S. V. Universidad Nacional Autónoma de México, enero de 1978.

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