Bourdieu
kasrenzoSíntesis27 de Noviembre de 2014
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LO QUE SIGNIFICA HABLAR∗
Pierre Bourdieu
Si el sociólogo tiene un papel, éste consiste más bien en dar armas que en dar lecciones.
He venido para participar en una reflexión y tratar de proporcionar a quienes tienen la
experiencia práctica de una serie de problemas pedagógicos los instrumentos que la
investigación propone para interpretarlos y comprenderlos.
Si mi discurso es decepcionante, incluso a veces deprimente, no es porque me divierta
desanimar, todo lo contrario. Es porque el conocimiento de las realidades conduce al
realismo. Una de las tentaciones del oficio del sociólogo es lo que los propios sociólogos
han denominado el sociologismo, es decir, la tentación de transformar leyes o
regularidades históricas en leyes eternas. De ahí la dificultad que presenta comunicar los
productos de la investigación sociológica. Hay que situarse constantemente entre dos
papeles: por una parte, el de aguafiestas y, por otra, el de cómplice de la utopía.
Hoy, aquí, quisiera tomar como punto de partida de mi reflexión el cuestionario que
algunos de ustedes han preparado para esta reunión. Si he tomado este punto de partida
es con el propósito de darle a mi discurso un arraigo lo más concreto posible y de evitar
(lo que me parece ser una de las condiciones prácticas de toda relación de comunicación
verdadera) que quien tiene la palabra, quien tiene el monopolio de hecho de la palabra,
imponga por completo el arbitrario de su interrogación, el arbitrario de sus intereses. La
conciencia de lo arbitrario de la imposición de la palabra se impone cada vez más hoy día,
tanto a quién tiene el monopolio del discurso como a quienes lo sufren. ¿Por qué en
determinadas circunstancias históricas, en determinadas situaciones sociales, resentimos
con angustia y malestar este abuso de autoridad que siempre implica tomar la palabra en
situación de autoridad o, si se prefiere, en situación autorizada, constituyendo la situación
pedagógica el modelo de esta situación?
Así, para intentar quitarme esta ansiedad, he tomado como punto de partida preguntas
que se le han planteado realmente a un grupo de ustedes y que pueden planteárseles a la
totalidad de ustedes.
Las preguntas versan sobre las relaciones entre lo escrito y lo oral y podrían formularse
así: “¿puede enseñarse el lenguaje oral?”.
Esta pregunta es una formulación en el sentido actual de una vieja interrogación que ya
se encontraba en Platón: “¿Puede enseñarse la excelencia?”. Es una pregunta capital:
“¿Puede enseñarse algo? ¿Puede enseñarse algo que no se aprende? ¿Puede
enseñarse aquello con lo que se enseña, es decir, el lenguaje?
Este tipo de interrogación no surge en cualquier momento. Si, por ejemplo, se plantea
en un diálogo determinado de Platón es, me parece, porque la cuestión de la enseñanza
se le plantea a la enseñanza que está cuestionada. Es porque la enseñanza que está en
∗ Tomado de: Cuestiones de sociología. Madrid, Istmo, 2000. Traducción: Enrique Martín
Criado. pp. 95-111.
crisis que se da en una interrogación crítica sobre lo que es enseñar. En épocas
normales, en las fases que se pueden denominar orgánicas, la enseñanza no se interroga
sobre sí misma. Una de las características de una enseñanza que funcione demasiado
bien —o demasiado mal— es la de estar segura de sí, la de tener esta especie de
seguridad (no es casualidad que se hable de seguridad a propósito del lenguaje) que
produce la certidumbre de ser, no solamente escuchado, sino también entendiendo,
certidumbre característica de todo lenguaje de autoridad o autorizado. Esta interrogación,
por tanto, no es intemporal; es histórica. Sobre esta situación histórica es sobre la que
querría reflexionar. Esta situación está vinculada a un estado de la relación pedagógica, a
un estado de las relaciones entre el sistema de enseñanza y lo que se llama la sociedad
global —es decir, las clases sociales—, a un estado del lenguaje, a un estado de la
institución escolar. Quisiera tratar de mostrar que a partir de las cuestiones concretas que
plantea el uso escolar del lenguaje se pueden plantear a la vez las cuestiones más
fundamentales de la sociología del lenguaje (o de la sociolingüística ) y de la institución
escolar. En efecto, creo que la sociolingüística habría escapado antes de la abstracción si
se hubiera dedicado, como lugar de reflexión y de constitución, a este espacio tan
particular pero tan ejemplar que es el espacio escolar, si hubiera tomado como objeto este
uso tan particular que es el uso escolar del lenguaje.
Tomemos el primer conjunto de preguntas: ¿Pretende usted enseñar el lenguaje oral?
¿Qué dificultades encuentra? ¿Encuentra resistencias? ¿Topa con la pasividad de los
alumnos?...
De inmediato tengo ganas de preguntar: ¿Enseñar el lenguaje oral? ¿Pero qué
lenguaje oral?
Aquí hay un implícito, como en todo discurso oral o incluso escrito. Hay un conjunto de
presupuestos que cada uno aporta al plantear esta pregunta. Dado que las estructuras
mentales son estructuras sociales interiorizadas, hay muchas probabilidades de introducir,
en la oposición entre lo escrito y lo oral, una oposición completamente clásica entre lo
distinguido y lo vulgar, lo culto y lo popular de tal manera que lo oral tiene muchas
posibilidades de ser investido de todo un aura populista. Enseñar el lenguaje oral sería,
así, enseñar el lenguaje que se enseña en la calle, lo que ya de entrada conduce a una
paradoja. En otras palabras, ¿no se cuestiona la naturaleza misma de la lengua
enseñada? Además, ¿este lenguaje oral que se quiere enseñar no es simplemente algo
que ya se enseña, y de manera muy desigual según las instituciones escolares?
Sabemos, por ejemplo, que las diferentes instituciones de la enseñanza superior enseñan
el lenguaje oral de manera muy desigual. Las instituciones que preparan para la política,
como Sciences Politiques o la ENA, enseñan mucho más el lenguaje oral y le conceden
una importancia mucho mayor en las calificaciones que la enseñanza que prepara para la
enseñanza o para la técnica. Por ejemplo, en la Politécnica se hacen resúmenes; en la
ENA se hace lo que se llama “gran oral”, que consiste en una verdadera conversación de
salón, que exige un cierto tipo de relación al lenguaje, un cierto tipo de cultura. Decir
“enseñar el lenguaje oral” sin más no tiene nada de nuevo, ya se hace mucho. Este
lenguaje oral puede, así, ser el lenguaje oral de la conversación mundana, puede ser el
lenguaje oral del coloquio internacional, etc.
Por tanto, no basta con preguntarse: “¿enseñar el lenguaje oral?”, “¿qué lenguaje oral
enseñar?”. Hay que preguntarse también quién va a definir qué lenguaje oral enseñar.
Una de las leyes de la sociolingüística es que el lenguaje empleado en una situación
particular no depende únicamente, como cree la lingüística interna, de la competencia del
locutor en el sentido chomskyano del término, sino también de lo que yo llamo el mercado
lingüístico. El discurso que producimos, según el modelo que propongo, es un “resultado”,
de la competencia del locutor y del mercado en el que introduce su discurso, el discurso
depende en cierta proporción (que habría que valorar con mayor rigor) de las condiciones
de recepción.
Toda situación lingüística funciona, por tanto, como un mercado en el que el locutor
coloca sus productos; y el producto que produzca para este mercado dependerá de cómo
anticipe los precios que van a recibir sus productos. Al mercado escolar, lo queramos o
no, llegamos con una anticipación de los beneficios y de las sanciones que recibiremos.
Uno de los grandes misterios que la sociolingüística debe resolver es esta especie de
sentido de la aceptabilidad. Nunca aprendemos el lenguaje sin aprender, al mismo tiempo,
las condiciones de aceptabilidad de este lenguaje. Es decir, que aprender un lenguaje es
aprender al mismo tiempo que este lenguaje será ventajoso en tal o cual situación.
Aprendemos inseparablemente a hablar y a evaluar con anticipación el precio que
recibirá nuestro lenguaje; en el mercado escolar —y en esto el mercado escolar le ofrece
una situación ideal al análisis— este precio es la nota, que implica muchas veces un
precio material (si no tienes una buena nota en tu ejercicio de oposición de la Politécnica,
serás administrador en el INSEE y ganarás un salario tres veces inferior...). Por tanto,
toda situación lingüística funciona como un mercado en el que se intercambian cosas. Estas
cosas son, evidentemente, palabras, pero estas palabras no están hechas únicamente
para ser comprendidas; la relación de comunicación no es una simple relación de
comunicación, es también una relación económica donde se juega el valor del que habla:
¿Ha hablado bien o mal? ¿Es brillante o no? ¿Es buen partido o no?...
Los alumnos que llegan al mercado escolar poseen
...