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CRISIS MORAL CONTEMPORANEA Y ETICA PROFESIONAL


Enviado por   •  10 de Julio de 2014  •  2.898 Palabras (12 Páginas)  •  1.252 Visitas

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CAPITULO I:

CRISIS MORAL CONTEMPORANEA

1. La crisis moral que afecta a nuestro mundo entero, tiene raíces antiguas y, sobre todo, profundas. En la tradición cristiana se fija ya su comienzo en el momento histórico de la caída original. No sólo cada persona en sí misma, sino cada sociedad, históricamente, han experimentado esa sensación de que “las cosas no iban bien”. Tenemos amplia documentación acerca de esto.

Incluso en las épocas que hoy consideramos como de mayor florecimiento moral y social, encontramos muchos testimonios acerca de ellos. Podemos recordar siglos medievales, o el “siglo de oro” español, o el clasicismo francés. Este fenómeno se da también en lo referente a los saberes científicos. Más de uno quedaría sorprendido al conocer la opinión que del saber en su propio tiempo tuvieron grandes filósofos y teólogos del siglo XIII, considerado la maravilla de la escolástica, y es bien conocido el juicio implacable que sobre los años en torno a 1800 en Alemania estimados hoy como de riqueza cultural.

Durante siglos este hecho se expresó a través del mito de la “edad de oro”: cualquier tiempo pasado -como escribía Jorge Manrique fue mejor. La civilización decayó desde aquel momento áureo fijado en la antigüedad.

A partir de la Ilustración, el mito mira al futuro y se expresa en la idea de progreso. Cualquier tiempo futuro será mejor, por lo que se entiende que ahora no estamos a gusto con lo que tenemos.

Después, las críticas a la Ilustración, que comenzaron ya en el siglo XVIII con el romanticismo, empiezan a afirmar que el ideal de progreso no está tan claro, sobre todo en el ámbito moral. Primero Rousseau, y luego Kant

Siguiendo su estela, ponen en duda -niegan, más bien- que el progreso consiga hacer más felices a los seres humanos.

Las soluciones que el romanticismo ofrece - aunque aquí habría que matizar las diferencias según los autores- no resultan, sin embargo, muy convincentes, en general. Popularmente, arraiga la tesis rousseauniana en favor de la sencillez de costumbres y una cierta vuelta a la naturaleza, todo lo cual -como se comprobó ya en la propia vida de Juan Jacobo Rousseau- no propicia una extraordinaria mejora moral.

En nuestros días, nuevas tendencias románticas de pesimismo cultural o postmodernistas, han puesto el acento sobre las corrupciones morales que la ideología de la “modernidad” ha producido, pero no está claro que buena parte de los grupos de protesta hayan desarrollado una moralidad de vida mucho más desarrollada.

Se podría incluso aventurar la tesis de que las épocas que mayor conciencia de fallo moral han tenido, han sido probablemente las mejores desde este punto de vista. En efecto, si tiene razón Sócrates -como pienso- en su tesis de que el primer paso para el saber está en darse cuenta de que no se sabe, tendríamos que concluir en ello. Desde luego, es indudable que la persona que más sabe, más consciente es de su ignorancia, y esto se aplica también al saber moral. Es un lugar común que los que llegaron a ser más santos tuvieron una conciencia aguda de sus fallos, a veces casi excesiva. Esto también se puede aplicar a las culturas en general. Lo dicho hasta ahora pretende justificar que, en buena medida, la crisis moral presente muestra un rostro similar al de la crisis permanente de la sociedad humana. De otra parte, el lugar, el momento histórico y la situación cultural son siempre, en mayor o menor medida, diferentes entre un grupo social y otro -por cercanos que estén-, y entre un grupo social y el que le sucede en el tiempo: el paso del tiempo no es nunca meramente cuantitativo, sino también cualitativo. La España de 1995 no es idéntica a la de 1980, salvo el traslado de quince años de reloj. Ahora bien, la moral de un pueblo, por más que se refiera, según me parece, siempre a unos mismos principios últimos, no depende sólo de éstos, sino también de las circunstancias, las cuales cambian. Es decir, el ser humano, en su comportamiento, en cierta medida es siempre igual, y en otra siempre distinto.

Resulta así posible -dada la permanencia comparar situaciones morales de un pueblo y otro, y de uno consigo mismo en los diferentes momentos de su historia, pero esa comparación -dados los cambios- es siempre difícil, y ha de hacerse sólo en forma relativa y conjetural.

Quisiera, pues, desde el principio, rechazar tanto el relativismo escéptico como el pesimismo cultural. Desde luego, se puede y se debe, -así lo ha de intentar siempre una persona noble- estudiar la situación moral en la que él y la sociedad en la que vive se encuentran. Ello es, como antes se ha dicho, condición imprescindible si se quiere -como se debe- mejorar. No es cierto que cualquier situación sea indiferente con respecto a otras: las hay mejores y peores, lo cual es bien demostrable en la práctica. Tampoco es cierto que exista una necesidad histórica que haga imposible cambiar las cosas mediante el esfuerzo de cada uno. Esa es la tesis de la pereza, pero lo cierto es que con los buenos ejemplos individuales se han cambiado siempre muchas cosas en sociedad.

De otra parte, y también quedó ya apuntado, no es fácil comparar unas épocas con otras y además, como no tenemos la clave de la historia, no podemos comprender nunca suficientemente el sentido último de una situación dada. Así pues, no hay motivo para el pesimismo. Habría que añadir, tanto desde la perspectiva del teísmo filosófico como, sobre todo, de la religión cristiana que no aceptar una situación dada, quejarse de ella en lo profundo, supone un cierto reproche a Dios. El habría hecho, como dicen algunos, el mundo bastante mal.

2. Se pueden resumir, en un primer acercamiento, mediante la enumeración de las tres tentaciones básicas que se presentan a todo ser humano: el poder, el éxito y el placer.

Lo primero que se debe aclarar es que poder, éxito y placer no sólo no representan algo moralmente malo en sí, sino que, por el contrario, son necesarios para el bien del hombre.

Nadie podría vivir bien sin gozar, en mayor o menor medida, de ellos. Poder, éxito y placer se refieren a los tres momentos de la acción humana. El poder es un principio desde el cual, y sólo desde el cual, podemos hacer algo. El éxito es mediación, comunicación, y resulta imprescindible para llegar, para alcanzar lo que buscamos. El placer es término, es el gozo en lo conseguido.

Dada la naturaleza débil y no suficientemente equilibrada del ser humano, suceden dos cosas. Por un lado, resulta difícil integrar bien la propia capacidad de acción -ser plenamente dueño de ella-, razón por la cual prácticamente todo el mundo, aún buscando siempre las tres realidades señaladas, tiene una inclinación mayor hacia alguna de ellas. Esto es tanto más posible cuanto -como sucede siempre en el espíritu- existe una continua implicación de unas en otras.

Hay personas que buscan sobre todo el poder. Es, sin duda, lo más inteligente pues, desde él, se alcanza con relativa facilidad éxito y placer, aunque en absoluto está asegurado que así sea. Lo interesante aquí es que en el detentar mismo un poder, se obtiene ya una inicial capacidad comunicativa, y se experimenta un cierto placer. Lo mismo cabe decir con respecto a la comunicación, al éxito: el que es hábil para alcanzarlo, no tarda en conseguir más poder, y luego placer. Pero el éxito mismo es un poder y un placer. Y el placer vivido supone una cierta sensación de éxito y de poder, aunque conceda realmente poco del uno y del otro.

Importante es saber equilibrar los tres momentos, lo que exige un aprendizaje práctico. Si no se consigue, la personalidad, desequilibrada, se inclina al fallo moral.

La segunda cosa que sucede, más relevante, es que llegamos a convertir una de esas realidades en fin último de la vida. Es decir, nos olvidamos de que la entera acción humana conduce más allá de ella misma. Al querer reforzar nuestro poder, éxito o placer, dedicamos nuestra atención a la propia actividad, a la misma acción que realizamos. Nos curvamos sobre nosotros mismos.

En la sociedad occidental de nuestros días encontramos esto en gran medida, pero no es fácil saber si más que en otras épocas. Como siempre, son relativamente pocos los que consiguen altas cotas de poder, y unos pocos más los que luchan denodadamente para alcanzarlo. La lucha por el poder es la más dura, e implacable. Son relativamente pocos los que tienen mucho poder y menos aún los que tienen un poder verdaderamente razonable, para el servicio, y que es por ello reconocido.

El éxito es quizá el elemento más distintivo de nuestra sociedad, en comparación con otras épocas. Las inmensas posibilidades que los avances técnicos han concedido que se pueda llegar a infinidad de personas, con todas las consecuencias que esto trae consigo. El grupo de los que viven del éxito es mayor que el de los poderosos, pero también relativamente restringido.

El placer es lo popular por excelencia. Placer lo puede tener cualquiera y sin muchas dificultades. En la medida en que occidente ofrece hoy medios materiales abundantes, la persecución del placer es el deporte más extendido.

El que busca el poder como fin último es un soberbio, y la “sociedad del poder” consiguiente es una sociedad arrogante.

El que busca el éxito como fin último es un vanidoso, y la “sociedad del éxito” consiguiente es una sociedad de la apariencia.

El que busca el placer como fin último es un sensual y la “sociedad del placer” consiguiente es una sociedad hedonista.

En conjunto, lo característico de toda forma de curvatura de la voluntad sobre sí misma, como las tres fundamentales citadas, es que en el acto de volver sobre nosotros mismos nos empequeñecemos: es un problema de cortedad. Por eso dice bien Séneca que la virtud por antonomasia, la más bella y mejor, es la grandeza de ánimo, sin la cual resulta, a la corta o a la larga, imposible el ejercicio básico de la moralidad, es decir, la realización de la justicia. Hacer justicia, en efecto, consiste en atender adecuadamente al otro, pero para ello debo ir más allá de mí mismo, ser grande de ánimo.

CAPITULO II:

ETICA PROFESIONAL

El profesional en su diario vivir no solo confronta problemas con relación a su trabajo, sino también en su profesión de día a día con las personas que le rodean, esto hace que muchas veces cometamos errores sin darnos cuenta que estamos pisando la línea d la moralidad y el diario vivir.

Desde la revolución francesa, donde se proclamó la igualdad de derechos, existen personas, hombres y mujeres que llevan en su carga la economía y la estabilidad de cualquier país. Desde tiempos muy antiguos nos hemos topado con diferentes profesiones y unto a estas siempre existen reglas que marcan y rigen el desempeño de dichas profesiones.

Los hombres y mujeres enfrentan problemas que de una manera u otra podrían poner en tela de juicio su debida conducta, muchas veces ellos mismos dudando de su propia profesionalidad, pero teniendo siempre en cuenta que existen desde tiempos remotos deberes y derechos que cada cual sabe donde clasificarse.

1. CONCEPTO:

Puede definirse como la ciencia normativa que estudia los deberes y derechos inherentes a quienes ejercen una profesión u oficio, una vez que han adquirido el conocimiento, las habilidades y competencias que le identifican como tal.

Su devenir filosófico y cultural, ancestrado y generacional de derechos y deberes, se aplica en lo colectivo, como a los individuos en particular, por su evidente racionalidad humana.

Lo que deriva en una toma de conciencia responsabilidades, respeto y decoro, dirigidos a la objetividad, integridad, confidencialidad, responsabilidad y excelencia, de las reglas y principios que rigen el desempeño de una profesión.

El vocablo ética proviene del griego y tiene dos significados. El primero procede del termino éthos que quiere decir hábito o costumbre. Posteriormente se originó a partir de este la palabra êthos que significa modo de ser o carácter. Aristóteles considera que ambos vocablos son inseparables, pues a partir de los hábitos y costumbres es que se desarrolla en el hombre un modo de ser o personalidad.

Su sinónimo latino es moris, de donde deriva el término moral. Tanto la ética como la moral señalan la línea demarcadora entre lo lícito y lo ilícito, lo correcto y lo incorrecto, lo aceptable y lo inaceptable. La ética anida en la conciencia moral de todo ser humano y le sirve de motor, de freno o de dirección, según los casos, al momento de actuar. Por otra parte, el comportamiento ético, lo que llamamos rectitud, no es ingrediente ajeno al ejercicio profesional, como la pintura de una casa que es sólo un aspecto decorativo del cuál puede prescindirse. El elemento ético es un componente inseparable de la actuación profesional, en la qué pueden discernirse, al menos, tres elementos:

• Un conocimiento especializado en la materia de que se trata,

• una destreza técnica en su aplicación al problema que se intenta resolver y

• un cauce de la conducta del docente cuyos márgenes no pueden ser desbordados sin faltar a la ética.

Hay quienes atropellan, consciente y sistemáticamente, esos márgenes, la mayoría de las veces, no por un afán de lucro inmoderado como ocurre en otras profesiones, sino porque en el accionar diario las instancias de control se difuminan en beneficio de una mal entendida convivencia armónica; muchas veces a estos colegas se les califica como profesionales inmorales o que están faltando a la ética sin que exista un Código Profesional que sancione o respalde lo enunciado. Pero hay otros que ignoran y ni siquiera se preocupan de los límites éticos; de ellos se dice que son amorales. El resto, por fortuna aún la mayoría, somos simplemente profesionales de la educación que en forma natural hemos asumido entre otras las siguientes normas de convivencia:

• Aceptar que la primera idea que debe venir a nuestra mente en el momento de enterarnos de actividades profesionales poco claras realizadas por un colega, será la consideración de esas actividades como realizadas por un profesional fraterno. El imperativo nos dirá: El docente se abstendrá absolutamente de utilizar adjetivos que representen un juicio subjetivo acerca de lo realizado previamente por un colega.

• El docente evaluará todo trabajo profesional realizado por otros docentes desde una perspectiva objetiva, crítica y amistosa, otorgando a ellos el beneficio de la duda y considerando siempre que la información y circunstancias pasadas en cada caso, muchas veces no son tan claras y evidentes como lo son una vez que el problema ha evolucionado hasta el momento en que él hace una segunda valoración, y debe considerar la posibilidad de que los que se vieron involucrados en un hecho –por ignorancia o por voluntad− no necesariamente proporcionaron toda la información precisa y verídica en la indagación anterior. El imperativo nos dirá: El docente se abstendrá de emitir juicios condenatorios o de valor sin antes cerciorarse si se han hecho las indagaciones y verificaciones que el caso amerite.

• No es ético, y si es dañino para el proceso educativo, el menosprecio de un docente, por razones maliciosas, respecto de su capacidad profesional, su conocimiento, sus calificaciones, sus habilidad eso enjuiciar los servicios o acciones de otro docente, ni tampoco lo es la implicación con palabras, gestos o acciones de que un colega, frente a un hecho determinado ha sido mal o inadecuadamente manejado. La utilización de este impropio menosprecio con propósitos de inducir a un directivo, colega o funcionario a emitir juicios reprobatorios es totalmente condenada.

• El docente debe el mayor respeto al trabajo y la persona de sus colegas de profesión, consecuentemente, evitará por todos los medios a su alcance y bajo cualquier circunstancia, lesionar con acciones o palabras −ni mucho menos difamar− el buen nombre y el prestigio de sus compañeros de profesión ante otros docentes, las autoridades, los medios de comunicación y la sociedad en general.

• Dicho de otra manera, las relaciones del docente con sus colegas han de estar fundadas en los principios de lealtad, mutuo respeto, consideración y justa solidaridad, el docente debe contribuir a que prime la armonía y la mejor relación humana entre los colegas de una misma institución; el docente deberá respetar en todo momento y circunstancias, el buen nombre, dignidad y honra del colega, abstenerse de toda expresión o juicio que pueda ir en mengua de su reputación y prestigio; el docente está inhibido para solidarizarse con el colega cuya labor sea deficiente, o su conducta moral resulte tan seriamente reprobable que desnaturalice y desprestigie su misión. La ética profesional está constituida por el conjunto orgánico de derechos y obligaciones morales, deriva sus finalidades y normas específicas, de la condición básica de persona en armonía con los anexos que implica exigencias del bien común. El objetivo de la ética en el terreno de la práctica profesional, es principalmente, la aplicación de las normas morales, fundadas en la honradez, la cortesía y el honor. La Ética tiene entre otros objetos, contribuir al fortalecimiento de las estructuras de la conducta moral del individuo. El hombre como ente social tiene misiones que cumplir para hacerse útil dentro del ámbito donde se desenvuelve. La formación profesional es un esfuerzo del individuo para el logro de una rango intelectual, que le permitirá una calificación superior y eficiente, así, ganará el profesional la obligación de disponerse, en toda ocasión, a devolver en parte siquiera, a la sociedad, algo de lo mucho que a ella debe reconocerle, justificando lo que no se puede dudar, que el profesionalismo es el orgullo de una sociedad y el triunfo de su futuro

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