El cuerpo como instalción de dolor

Mugre Rosa una realidad de nuestro presente y una invitación a la reflexión

                                                                            “Las epidemias han tenido más influencia

                                                                            que los gobiernos en el devenir de nuestra

                                                                             historia.”

                                                                                                             George Bernard Shaw

Quien pensaría que la novela Mugre Rosa, escrita por Fernanda Trías en el 2020 predijera en gran porcentaje lo que está pasando actualmente en la sociedad. Sin lugar a dudas la pandemia a causa del covid ha dejado estragos económicos, políticos y sociales; solo basta con mirar el alza de la canasta familiar, la quiebra absoluta de empresas pequeñas y de algunos trabajos informales y no solo eso: el ambiente posapocalíptico, animales totalmente extintos, una naturaleza devastada, casas que se han convertido en jaulas generando claustrofobia y una situación que sacó a relucir el verdadero ser interno de muchas personas: saber que pudimos generar un cambio positivo y no hacerlo es bastante indignante. Mugre Rosa es una invitación a la reflexión que, sin pensarlo Trías, logro con total acierto.

Novela ambientada en una ciudad portuaria de Uruguay, donde la contaminación de un rio y la aparición de un viento rojo letal que deja a las personas sin piel, dieron paso a una pandemia que obligo a casi toda una ciudad a desalojar. Una historia donde se evidencia la división de clases sociales como lo afirma la siguiente cita “La epidemia nos había devuelto lo que años atrás parecía irreversible: un país de lectores, sepultados lejos del mar, los ricos en sus estancias o casonas sobre las colinas, los pobres desbordando las ciudades del interior, aquellas mismas de las que antes nos burlábamos por vacías, escasas, obtusas” (Trías, 2020:12). Pero en nuestra realidad el coronavirus no distinguía de clases sociales, nos enseñó que ya sean ricos o pobres también podían ser infectados, eso sí, los de clases altas podían estar más tranquilos en cuanto a alimentación, en cambio a la clase baja de alguna forma le tocaba gestionar los alimentos. Es notable que la perspectiva universal nos muestra un mundo desproporcionado, mostrando ventajas para los más fuertes económicamente y dejando abismos de desventajas para los más humildes, los cuales en la mayor parte de sus noches resguardan sus sueños en un almohadón de plumas.

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