HACIA UNA EDUCACIÓN NEOHUMANÍSTICA
6664018 de Febrero de 2015
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Repetir antológicamente las perpetuas definiciones cuasi burocráticas de educación, sería proseguir tautologías y continuismos neonominalistas inútiles, pues en su sistema léxico semántico, educación, educar, educando, educativo, educado y otras voces del mismo campo, hoy sólo perfilan procesos espurios, ideologizados como progreso para las nuevas generaciones, aunque sin pergeños de la gran cultura humana, que suele ser considerada como simple enciclopedismo proclive a la memorización inútil. “¿De qué le sirve- dicen los pedagogos de escritorio, a un estudiante o a un profesionista los cursos de literatura o filosofía, por ejemplo?” Los aprendizajes conceptuales se han reducido al mínimo y lo importante es la actitud pragmática del beneficio “utilitario”. El disfrute de la sabiduría se ve despreciado por los tecnócratas y los teóricos acomodaticios. Sólo se piensa en el desarrollo y progreso personal como acciones procedimentales, con lo cual el individualismo exacerbado por la ideología burguesa, alcanza las más grandes frustraciones en una sociedad despiadada que no permite destacar a todos los jóvenes. Sólo ciertos elegidos por la herencia económica o la belleza genética.
Ante el fracaso educativo de los alucinados por la publicidad con el avasallamiento de sus anuncios, los resultados educacionales los vemos transcurrir, de modo frecuente, en la evidencia inobjetable de muchachos y muchachas inconscientes que en las esquinas de cada ciudad de cualquier mundo, primero o último, desde fines del siglo XX, exhiben algunos de los rasgos de los malogrados actos que la escuela y sus funcionarios, incluidos los maestros, les falseó:
a) Abandono: Decepcionados por un sistema social que les exige máximos esfuerzos sin retribuciones justas, ni materiales ni psíquicas, los individuos desertan de sus ideales de ser algo, alguien, y se dejan arrastrar por el acaso aleatorio. Abandonan escuela, responsabilidades, futuros, creencias; lo peor, se abandonan a sí mismos y nada les importa, en ocasiones, ni ellos mismos. Existencialistas inconscientes navegan sin velas y sin anclas.
b) Abulia: Si no hay valoración justa, sensible e inteligente, no hay motivo para hacer de modo adecuado los compromisos. Todo se va dejando a la rémora del tiempo que los conduce a lo mismo. ¿Para qué…? Si al final…
c) Nihilismo: Se desconfía de todo; en nada se cree. Las promesas sólo son palabras que se pierden en las ondas de los micrófonos o de las noticias. Si no hay ejemplos de lo que se pregona, ¿por qué hacer caso? No creo en lo políticos, porque cobran…“Me vale… lo que digan, todos son iguales. ¡Puras promesas!”
d) Libertinaje: Si la vida es breve y corta, por qué no se ha de hacer lo que les viene en gana. Así se abusa de actos cuyo final deviene autodestrucción que por consecuencia incluye poco a poco, la de su colectividad. La libertad va más allá de fronteras previstas y sucumbe en cigarros, alcoholismo, drogas; en antros y en sexualidades al garete.
e) Irresponsabilidad: No hay compromiso solidario para mejorar el entorno y se deja que se vaya destruyendo sin ningún aspaviento ni intervención para evitar su caída. “Eso lo han hecho los adultos, a mí qué me importa.” Suelen decir los “vagos” del vecindario.
f) Drogadicción: Si la realidad absorbe con su brutalidad y no bastan los placeres tradicionales, se escapan de ella refugiándose en artificios químicos que exigen cada día más cantidad para alcanzar estados de contemplación y éxtasis ante la impotencia psíquica de vencer su cobardía frente a los retos de una sociedad hipócrita. “Es mi gusto y qué… De algo se tiene uno que morir.”
g) Pandillerismo: La soledad del individuo aislado en un mundo impío que lo desprecia le hace buscar a aquellos con los que comparte su debilidad desolada en pos de encontrar la solidaridad que lo fortifica en la destrucción de los causantes de su desamparo y la encuentran falsamente en vicios y en delincuencia. “¡La banda es lo chido!”
h) Consumismo alienado: La inhumana sociedad capitalista hipnotiza a los individuos con su supermercado comercial de anuncios que les prometen el ascenso a la élite de la felicidad comprada. El consumo se vuelve apariencia de aristocracia donde el que tiene más compra más y se cree que vale más. Y el que no tiene, se vuelve resentido hasta el delito. Vales por el coche que traes o lo tenis que calzas. “Por tu auto o tus tenis, te matan!
i) Ignorancia de tradiciones culturales: El exceso publicitario de la actualidad de lo vendible, eclipsa y va borrando la valoración de siglos que todos los pueblos del mundo tienen. El pasado no importa; estar a la moda es lo trascendente y cambiar en cuanto ésta cambia, resulta lo de vanguardia. Lo viejo ya fue. En dialéctica inconsciente no se valora la herencia de nuestros antepasados, aunque late su hilo negro entre despropósitos: la cara joven sin sabiduría, es la que importa: “Lo guapo te hará triunfar.”
j) Desolación: Todos los rasgos anteriores van pergeñando en los jóvenes, estados de peligroso aislamiento donde se van rompiendo los lazos solidarios hasta hacer que los individuos se conviertan en seres sin esperanza y suicidas latentes. Sofocados en su propio infierno no encuentran el apoyo sincero para proseguir.
k) Envidia: La tristeza por el bien ajeno explota en la infelicidad de no ser como el que tiene fama y dinero. No se da cuenta que cada quien posee capacidades distintas y que puede acrecerlas con trabajo creativo, en vez de odiar al que las ha ido desarrollando, sea por azar o por conciencia. No se centran en lo que pueden ser, sino en lo que han podido ser los otros y esto los paraliza en una existencia lóbrega que rematan los medios al realzar el triunfo de los “stars” que convienen al incremento de las riquezas empresariales.
l) Egoísmo: Se olvida que sólo somos en función de los demás y que el otro es también compromiso mío. Es común escuchar el primero yo, luego yo y al último yo, en vez de nosotros. El yo, se desmesura y sucumbe con el tiempo en el abandono. Ningún egoísta logra conservar la amistad que es intercambio de acciones solidarias.
ll) Destructividad: La desesperación total ante la impotencia de no rebasar la incomprensión y la injusticia, incita a acabar con lo que se opone a lo que se cree felicidad humana. El odio crece y las agresiones también; así se va produciendo el embrión de los asesinatos y las guerras.
M ) Ausencia de referentes ubicadores: El ser humano, joven, o ya viejo, deambula en la nada y sin tomar conciencia, o ignorante de los lazos que lo unen a la humanidad, se siente perdido en un vacío que no le da el apoyo de saberse heredero de una cultura, de una sociedad, de una naturaleza, cual si fuera producto de una generación espontánea: ignora heroicidades, vidas ejemplares, espacios históricos, obras magistrales, seres de excepción. Se ahoga en un océano de vacíos: miseria espiritual, imitación comercializada, violencia absurda, cerrazones de desesperanza globalizadas. ¿Qué podemos esperar, se preguntan muchos jóvenes? ¿Ser empleados excelentes y ganar sueldos burocráticos que enriquezcan a los emperadores o perdernos en el lumpen proletario que parece vivir sin más preocupaciones que satisfacer sus vicios?
Y ante todo esto, ¿cómo ha cumplido su compromiso la escuela con sus pregones educativos? Sólo paliar con remiendos las malévolas intenciones de los manipuladores. Acobardada no da el paso transformador, pues sus propios telares se lo impiden. El sujeto por educar tiene otro destino previsto por el poder y no el que debía construir él mismo en solidaridad con los demás para alcanzar el bien común. En vez de dirigirse a la construcción de un neo humano, consciente del compromiso de la humanidad con la naturaleza y la cultura, solidario de la totalidad, lleno de voluntad continua, creativo y rebosante de acciones transformadoras, se estanca en la proliferación de seres mecanizados que ya no piensan por sí mismos y lo que hacen, legal o corruptamente, es sólo por ganar dinero.
Por lo leído hasta aquí, durante los finales del siglo XX, parece propiciarse este distanciamiento al promover más las intenciones económicas y políticas de la educación que fomentar el derecho al saber coherente que todo ser humano destila desde que nace y que curiosamente la escuela se ocupa en disminuirlo, en vez de fomentarlo. Ese mundo sin referentes al pasado que se le suele dar y en el que se le va sembrando un desprecio hacia la tradición, hace que los jóvenes no sientan los cimientos de donde proceden y por tanto, poco valoran. La propia educación ha sacado de sus cauces humanísticos al alumnado y lo ha ido convirtiendo en mano de obra, cara o barata, que no sirve a la humanidad, sino a los detentadores del poder, de cualquier tipo, que se la dan de benefactores.
Tales actitudes finiseculares que algunos críticos e investigadores comenzaron a denominar post-modernidad y que ahora se destila ya como transmodernidad, constituyen el obvio resultado de las sociedades donde lo primero ha sido el yo monologal y no el nosotros dialogal y comunicativo que busca establecer acuerdos de progreso para todos los que se esfuerzan en pos de ello. Jurgen Habermas, en sus obras, ha planteado la necesidad de una acción comunicativa para construir una nueva fase de la evolución humana, crítica y humanística.
Ese enfoque comunicativo que él propone, intenta la comprensión entre todos los seres humanos por medio de los acuerdos a los cuales las comunidades implicadas lleguen y de este modo, alcanzar una práctica sociocultural justa. Ante esto, hoy se requiere que el magisterio vuelva a comprender el placer de ser maestro al asumir una
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