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Historia Del Ayer


Enviado por   •  8 de Junio de 2012  •  11.941 Palabras (48 Páginas)  •  343 Visitas

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EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

Clemente de Roma

La Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en

Corinto, a los que son llamados y santificados por la voluntad de Dios por

medio de nuestro Señor Jesucristo. Gracia a vosotros y paz del Dios

Todopoderoso os sea multiplicada por medio de Jesucristo.

I. Por causa de las calamidades y reveses, súbitos y repetidos, que nos han

acaecido, hermanos, consideramos que hemos sido algo tardos en dedicar

atención a las cuestiones en disputa que han surgido entre vosotros, amados, y

a la detestable sedición, no santa, y tan ajena y extraña a los elegidos de Dios,

que algunas personas voluntariosas y obstinadas han encendido hasta un punto

de locura, de modo que vuestro nombre, un tiempo reverenciado, aclamado y

encarecido a la vista de todos los hombres, ha sido en gran manera

vilipendiado. Porque, ¿quién ha residido entre vosotros que no aprobara

vuestra fe virtuosa y firme? ¿Quién no admiró vuestra piedad en Cristo, sobria

y paciente? ¿Quién no proclamó vuestra disposición magnífica a la

hospitalidad? ¿Quién no os felicitó por vuestro conocimiento perfecto y sano?

Porque hacíais todas las cosas sin hacer acepción de personas, y andabais

conforme a las ordenanzas de Dios, sometiéndoos a vuestros gobernantes y

rindiendo a los más ancianos entre vosotros el honor debido. A los jóvenes

recomendabais modestia y pensamientos decorosos; a las mujeres les

encargabais la ejecución de todos sus deberes en una conciencia intachable,

apropiada y pura, dando a sus propios maridos la consideración debida; y les

enseñabais a guardar la regla de la obediencia, y a regir los asuntos de sus

casas con propiedad y toda discreción.

II. Y erais todos humildes en el ánimo y libres de arrogancia, mostrando

sumisión en vez de reclamarla, mds contentos de dar que de recibir, y

contentos con las provisiones que Dios os proveía. Y prestando atención a sus

palabras, las depositabais diligentemente en vuestros corazones, y teníais los

sufrimientos de Cristo delante de los ojos. Así se os había concedido una paz

profunda y rica, y un deseo insaciable de hacer el bien. Además, había caído

sobre todos vosotros un copioso derramamiento del Espíritu Santo; y, estando

llenos de santo consejo, en celo excelente y piadosa confianza, extendíais las

manos al Dios Todopoderoso, suplicándole que os fuera propicio, en caso de

que, sin querer, cometierais algún pecado. Y procurabais día y noche, en toda

la comunidad, que el número de sus elegidos pudiera ser salvo, con propósito

decidido y sin temor alguno. Erais sinceros y sencillos, y libres de malicia

entre vosotros. Toda sedición y todo cisma era abominable para vosotros. Os

sentíais apenados por las transgresiones de vuestros prójimos; con todo,

juzgabais que sus deficiencias eran también vuestras. No os cansabais de obrar

bien, sino que estabais dispuestos para toda buena obra. Estando adornados

con una vida honrosa y virtuosa en extremo, ejecutabais todos vuestros

deberes en el temor de Dios. Los mandamientos y las ordenanzas del Señor

estaban escritas en las tablas de vuestro corazón.

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III. Os había sido concedida toda gloria y prosperidad, y así se cumplió lo que

está escrito: Mi amado comió y bebió y prosperó y se llenó de gordura y

empezó a dar coces. Por ahí entraron los celos y la envidia, la discordia y las

divisiones, la persecución y el tumulto, la guerra y la cautividad. Y así los

hombres empezaron a agitarse: los humildes contra los honorables, los mal

reputados contra los de gran reputación, los necios contra los sabios, los

jóvenes contra los ancianos. Por esta causa la justicia y la paz se han quedado

a un lado, en tanto que cada uno ha olvidado el temor del Señor y quedado

ciego en la fe en Él, no andando en las ordenanzas de sus mandamientos ni

viviendo en conformidad con Cristo, sino cada uno andando en pos de las

concupiscencias de su malvado corazón, pues han concebido unos celos

injustos e impíos, por medio de los cuales también la muerte entró en el

mundo.

IV. Porque como está escrito: Y aconteció después de unos días, que Caín

trajo del fruto de la tierra una ofrenda al Señor. Y Abel trajo también de los

primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con

agrado a Abel y a su ofrenda; pero no prestó atención a Caín y a la ofrenda

suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante. Entonces el

Señor

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