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La Etica En Nuestras Vidas


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2012  •  3.255 Palabras (14 Páginas)  •  392 Visitas

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La ética en nuestras vidas.

Introduccion

Las graves confusiones, con las que nos enfrentamos al inicio del milenio, alimentan una concepción del mundo y del hombre expresada en un materialismo cada vez más sofisticado y más radical. Muchos sostienen que todas las esferas de la realidad responden a simples procesos físico-químicos. Y a pesar de la evolución de la ciencia, seguimos pensando que todo se reduce a materia y movimiento local, a un mecanismo que no se distingue de lo que el hombre mismo puede fabricar.

A la concepción física del hombre hay que agregarle las compresiones antropológicas , filosóficas, y psicológicas, debido a que el hombre como ser único, tiene otros componentes que conforman esta unicidad y que lo hacen verdaderamente hombre. Al integrar estos conceptos intentaremos fundamentar al hombre como ser ético, responsable y libre. La construcción del hombre como ser ético nos permite actuar responsablemente de acuerdo con nuestras convicciones, para tomar decisiones correctas para nuestra vida pero sobre todo, para vivir en comunidad. En convivencia con los otros nos lleva nuevamente a la relación con el entorno, y por consiguiente a tomar las mismas decisiones responsables respecto a nuestros actos.

Desarrollo

El ser humano no es algo dado y terminado; no somos lo que simplemente hemos sido, también somos lo que anhelamos y proyectamos ser; somos lo que aun no hemos llegado a ser. El ser humano se experimenta (más que se define) como tarea, que tiene que hacerse a sí mismo, que tiene que decidir por sí mismo quién y qué va a ser y hacer consigo mismo.

Los seres humanos somos seres emocionales, puesto que ante las experiencias de la vida, reaccionamos juzgando las cosas y las acciones en forma favorable y contraria. Las emociones y los sentimientos nos indican cuando hemos alcanzado una meta o un propósito en la vida.

Nuestro cerebro trabaja mediante las emociones. Las emociones pueden ser positivas o negativas, agradables o dolorosas, como por ejemplo, la alegría y la tristeza. Si el cerebro se rodea de emociones positivas creará ámbitos para el despliegue y desarrollo de actitudes y hábitos virtuosos; por el contrario, si se rodea de emociones negativas se envilecerá y caerá en hábitos como por ejemplo, la corrupción.

La sensibilidad para captar, reconocer y vivir los valores depende del modo como cultivemos o descuidemos la formación de nuestra conciencia valorativa. Los valores se aprenden estimándolos, interiorizándolos y dándoles la importancia que, en realidad, tienen en todo lugar y momento.

El ser humano adquiere la noción de lo bueno a través de las experiencias concretas. La vivencia de los valores afecta el modo de ser de la persona. Así, por ejemplo, cuando una persona es injusta e insensible su conducta afecta a otras personas con las que se relaciona.

El desarrollo del sentido moral en la persona hace referencia a la experiencia de captar y vivir el valor; este sentido percibe las cualidades de las cosas y de los actos humanos. Así, la justicia, la honestidad, la responsabilidad y la bondad se estiman o desestiman directamente tal y como lo expresaba Ortega y Gasset.

El sentido moral es un componente intrínseco de la vida, se concreta en el comportamiento y es una respuesta del sujeto a los estímulos de la realidad circundante. Este sentido fomenta la sensibilidad de la conciencia para atender lo más importante y estar dispuesto a pagar, incluso un precio muy elevado, por la defensa de estos principios.

En el orden de la formación educativa y profesional es más importante formar las actitudes que la simple transmisión de saberes, habilidades y destrezas propios del ejercicio profesional. Es preciso invertir la preferencia de reclamar derechos en lugar de cumplir con los deberes.

Al ser humano le resulta imprescindible saber lo que objetivamente es “bueno” y lo que es “malo”, aunque se trate de una certeza en el nivel abstracto y necesite, posteriormente, ser aplicado al caso concreto.

De no ser posible esta certeza ética, la persona quedará desorientada y con incapacidad estructural para tomar resoluciones responsablemente. Proyectando esa situación a la globalidad de la vida, en última instancia, a la persona con incapacidad de certezas sobre lo objetivamente bueno o malo le resultaría imposible la coherencia, la autenticidad y, finalmente, el desarrollo de un proyecto de vida real.

En sociedades plurales, como las nuestras, la construcción de referentes éticos objetivos no puede darse en forma pacífica a nivel social general. En la sociedad, se tratará de construir mínimos éticos para hacer posible una convivencia humanizante; pero, para hacer posible el desarrollo pleno de la persona, ésta necesita de máximos éticos de referencia objetiva, que necesariamente deberán ser construidos y asumidos por la propia persona.

Así, al hablar de la configuración de “referentes éticos” aludimos al proceso mediante el cual la persona va progresivamente construyendo certezas acerca de lo éticamente “bueno” y lo “malo”, en cuanto van más allá de la mera voluntad o sensibilidad propias. En términos generales, hablamos de hacer posible para el sujeto, la configuración de un marco de referencia de la objetividad ética.

En este proceso de construcción podemos apuntar algunas líneas de trabajo necesarias para el desarrollo del sujeto ético:

-Aprender a clarificar lo que “cree”, lo que “siente”, lo que “puede”. Así, mediante el desarrollo de esta capacidad en la persona, entre otras consecuencias, se evitará en gran medida: la confusión entre deber y sentimiento (con toda la carga de culpabilizaciones no adecuadas que la persona psicológicamente puede desarrollar), el voluntarismo (con su secuela de frustración) y, sobre todo, la sensación de un relativismo subjetivista que paraliza desde el punto de vista ético y que termina generando des-moralización en el sujeto.

-Aprender a no auto justificarse. El ser humano normalmente necesita buscarle una justificación plausible a sus actos, tanto ante sí mismo como ante los demás. El problema radica en la objetividad y adecuación a la realidad de esas justificaciones, es decir, en que en realidad esos actos no sean justos (adecuados a la realidad) o que esa justificación no sea plausible.

Ciertamente, la decisión de enfrentar la verdad en toda circunstancia implica un coraje no fácil de adquirir. Pero, además del coraje, implica, entre otros elementos, el desarrollo de habilidades de autocrítica y de aceptación

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