La Viruela
joanes1428 de Noviembre de 2013
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Durante los primeros milenios antes de Cristo, los comerciantes egipcios y levantinos transportaron la enfermedad a tierras remotas, incluida la India, donde se convirtió en un terror para sus habitantes durante más de tres mil años.
Entre el año 165 y el 180, la peste antonina (o peste de Galeno) causaba grandes daños al ejército e imperio romano. Se calcula que causó la muerte entre tres y siete millones de personas. Durante otra epidemia, en el 540, el obispo Marius de Avenches la bautizó como viruela (que puede venir del latin varius, manchado).
Por otra parte, en Europa, la enfermedad fue contraída por reyes y emperadores al igual que por plebeyos y bebés. Entre los personajes notables que la contrajeron se encuentran George Washington, Lincoln, Mozart, Beethoven o Stalin.
A finales del siglo XVIII sólo en Europa morían 400.000 personas al año y un tercio de los sobrevivientes quedaban ciegos a causa de las úlceras en las córneas. De la gente que desarrollaba el mal, la mortalidad era del 20 al 60%, un poco más en los niños. Probablemente haya sido la mayor matadora de niños de la historia de la humanidad.
En la India, a los niños no se les ponía nombre hasta que no la habían superado. La forma de contagio es aérea, hasta una distancia de dos metros, aunque también puede hacerlo por contacto de fluidos corporales u objetos infectados como ropas.
Durante unos días la infección va pasando lentamente de célula en célula. Este período de incubación dura de doce a catorce días, no presenta síntomas y el paciente no contagia.
Pero entonces las células comienzan a reventar, liberando miles de millones de nuevos virus, y la enfermedad comienza a manifestarse. A partir de ese momento comienza la erupción, normalmente por la boca y el paladar, en la forma de manchas llamadas máculas que le dan a la enfermedad ese aspecto característico. Durante esta fase, la persona infectada es extremadamente contagiosa.
Por motivos obvios el virus de la viruela se halla sometido según la normativa actual al nivel de bioseguridad 4, el más alto de todos, junto a otras enfermedades como el ébola, la fiebre de Lassa o la fiebre hemorrágica congo-crimeana.
No es seguro si fue en India o en China, pero alguien tuvo que observar que si lograbas sobrevivir a la viruela, ya no te contagiabas de nuevo. Incluso, cuando una persona tenía una versión moderada de la enfermedad que no llegaba a matarla, entonces quedaba protegida para todas las variantes (que son cuatro).
A partir de este dato, en Asia surgen diversas técnicas de variolación, en las que se comenzaba a exponer a la gente a formas “ablandadas” de viruela con la esperanza de que esto impidiera su desarrollo futuro.
Lo que se hacía era raspar las pústulas secas de las víctimas, dejarlas secar por un año en lugar fresco y seco, y luego pulverizarlas a través de pequeños cortes o -en el caso chino- aspirándolas por la nariz.
Esta variolación resultaba extremadamente peligrosa, pues no había manera de controlar la virulencia del mal (estamos hablando del año 1000 aprox.). En occidente, recién a partir del siglo XVIII comenzaron a aplicar técnicas similares. Se inoculó de esta forma a mucha gente, incluso a las hijas del Príncipe de Gales, en 1722. Seguía siendo terriblemente peligroso, aunque la tasa de mortalidad era menor que la de la enfermedad misma.
Aquí entra en la historia un científico inglés llamado Edward Jenner. Médico rural, tratando pacientes en el agro, observó que las chicas que se dedicaban a ordeñar las vacas solían contraer la llamada viruela bovina, pero rara vez sufrían la viruela de verdad. Supuso que el microorganismo de la viruela bovina inoculaba a estas chicas contra la viruela pesada, y decidió experimentar. Su primera víctima fue el hijo de su jardinero. Jenner tomó algo del pus de las ampollas de las muchachas
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