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PENA DE MUERTE


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  3.410 Palabras (14 Páginas)  •  309 Visitas

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2.2.2. MARCO CONCEPTUAL

2.2.2.1. REFLEXCIONES DOCTRINARIAS

La antigüedad no promovió ninguna clase de polémica doctrinaria en torno a la licitud y necesidad de la pena de muerte. Quizás el que primero teorizó sobre ésta fue Platón, quien la admitió y discutió como un medio político para eliminar de la sociedad a un elemento nocivo y pernicioso. La fundamentación de Platón es, desde luego, más filosófica que jurídica. Pues considera que el delincuente incorregible es un enfermo anímico incurable y que por serlo constituye el germen de aberraciones y perturbaciones de otros individuos. Siendo ello así, la vida no constituye para esta especie de hombres una situación ideal ni ventajosa, por lo cual la muerte es el único recurso que existe para solucionar socialmente el problema. La doctrina Platónica fue en cierto modo, continuada por Lucio Anneo Séneca en su obra “De ira”. Pero la fundamentación de Séneca es trasladada del plano meramente filosófico al plano psicobiológico, ya que los criminales son considerados por este autor como la resultante de un conjunto de anomalías mentales ideológicas cuya extirpación sólo es posible conseguir mediante la muerte. No resulta del todo extraña la argumentación de Séneca a la que realizó Garófalo en su obra titulada “Contro la Corrente”, aparecida en Nápoles en 1888.

Por su parte, Santo Tomás de Aquino teorizó también sobre el problema, confiriendo al derecho que el Príncipe tiene para aplicar la sanción capital, una fundamentación jusfilosófica y, a la vez, teológica. En su “Summa Theologicae”, Santo Tomás expresó que todo poder correctivo y sancionatorio proviene de Dios, dueño de la vida y de la muerte, quien lo delega a la sociedad humana. El poder público puede, pues, como representante de Dios, imponer toda especie de sanciones jurídicas debidamente instituidas con el objeto de sanear los males sociales y defender la salud de la sociedad misma.

Decía con un cuestionable espíritu cristiano que, de la misma manera que es lícito y conveniente amputar un miembro putrefacto para salvar la salud del resto del cuerpo, lo es también eliminar al criminal pervertido mediante la pena capital para salvar el resto de la sociedad. La misma orientación es seguida con algunas variantes, por los teólogos españoles Alfonso de Castro y Francisco de Vittoria.

La pena de muerte ha sido admitida, asimismo, por los sostenedores de la Escuela Clásica del Derecho Natural. Con variantes en sus argumentaciones, Hugo Groccio, Juan Bodin y Samuel Puffendorf coinciden en afirmar la necesidad de esta institución como instrumento de represión. Es particularmente interesante la fundamentación desarrollada por el último de los autores nombrados, quien expresa que no existe contradicción alguna entre el principio del pacto social y la pena de muerte.

Pues un cuerpo social que se forma y organiza a través de la unión de una multiplicidad de individuos, tiene una organización, una voluntad y un conjunto de necesidades distintas y, por cierto, superiores al de los individuos que lo componen. Es entonces -decía- admisible que en función de las necesidades sociales, como la de defender la vida y la seguridad de todos los individuos, tenga a veces que sacrificarse la vida de uno solo de ellos.

Quien inició la corriente abolicionista de la pena de muerte desde un punto de vista doctrinario, fue Beccaria, cuya obra titulada “De los delitos y las penas” alcanzó extraordinaria difusión. Según este autor, ningún poder terreno ni ultraterreno puede conceder a un hombre el derecho de matar a un semejante. Pues la publicidad a veces terrorífica de una ejecución no produce las saludables consecuencias que desde un punto de vista político pueden perseguirse con la institución de la pena capital. Incluso, la vanidad o el fanatismo de muchos criminales se transforma en una especie de fuerza moral que hace que éstos se conduzcan heroicamente frente al patíbulo y adopten actitudes de serenidad y valentía que generalizan la confusión cuando no suscitan la admiración de los espectadores. Beccaria admite, sin embargo, dos excepciones al principio abolicionista que sostiene: La primera es el caso relativo al peligro que implica para la estabilidad de un gobierno constituido, la vida de un hombre que ejerce una profunda influencia política; la segunda es la hipótesis en que la eliminación de un peligroso delincuente sea el único freno que pueda oponerse al crimen organizado. Cabe recordar que el propio Beccaria, siendo consejero de José II, votó por la institución de la pena de muerte para el delito de conspiración contra el poder del monarca.

2.2.2.2. REFLEXIONES FILOSÓFICAS

Antes de analizar el sentido axiológico jurídico que tiene la pena capital, es menester contestar a la profunda interrogante que nos plantea la muerte de un hombre producida consciente y voluntariamente por otro.

Más, ¿Cómo responder a esta interrogante si no nos referimos previamente al significado que tiene la vida humana como sustrato absoluto del mundo y como fundamento último de toda realidad?

Nuestra indagación nos exige, pues, remontarnos al origen ontológico de la cultura misma. Nos exige seguir el camino metódico que nos impone el propio carácter esencial de esa realidad suprema que, precisamente, termina y se diluye con la muerte: La existencia.

¿Qué es la vida? ¿Cuál es su sentido metafísico?

La vida humana es la más radical de las realidades. Es la infinita dimensión del espíritu en la limitada condición de un cuerpo. Es el centro de la creación humana que se manifiesta y exterioriza en pensamiento y acción individual o colectiva. Es un mundo de sentidos donde la idea y el espíritu se desarrollan y perpetúan. Es un mundo sensible donde todo lo percibido deja su huella afectiva. Todo lo que es y existe sólo en la vida tiene esencia y existencia; todo lo que algo significa, sólo en ella tiene significación.

Vivir es un constante querer y un constante hacer; un crear situaciones y condiciones siempre nuevas en la inacabable dinámica social; es un tender hacia el futuro para plasmarlo en el presente a través de la trama sutil de relaciones intersubjetivas; es un incesante crear valores para proyectarnos hacia el infinito y formar con ellos nuevos sistemas de vida, nuevas formas de evolución. Pero en medio de ese dinámico acontecer, de ese mundo pleno de posibilidades y realizaciones que es la vida, corre, como un telón de fondo, como un hilo obscuro, una perspectiva trágica: Es la eterna ansiedad, la indefinida angustia del hombre frente a la negación de los valores; frente a la frustración de los fines propuestos y, en última instancia,

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