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Unidad didáctica 1 El Renacimiento


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2023  •  Síntesis  •  3.941 Palabras (16 Páginas)  •  67 Visitas

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MÓDULO I

El Renacimiento

UNIDAD DIDÁCTICA 1 El Renacimiento 

OBJETIVOS

  • Nos introducimos en la unidad 1 del  módulo I, que nos propone el

conocimiento de los aspectos principales del Renacimiento

  • La unidad 1 tiene entonces como objetivos:
  • Conocer los rasgos principales que caracterizan este movimiento.

  • Ilustrar con diferentes ejemplos los aspectos explicados.

  • Instalar el ejercicio de  auto evaluación como una metodología para asegurar el estudio y la comprensión de la asignatura.

DESARROLLO TEMÁTICO

Introducción

Presentación

        Un seminario destinado al estudio de la literatura en tres movimientos artísticos colosales (al menos en los casos del Renacimiento y el Barroco) en un breve lapso obliga, inevitablemente, a realizar elecciones que entrañan la arbitrariedad de quien decide. Y en la selección de temas, estéticas, autores y obras resulta inexorable la práctica de severos, y hasta podría decir con toda razón groseros, recortes a partir de un inasible universo de materiales. Podrá comprenderse fácilmente que cada uno de los movimientos culturales involucrados tiene la vastedad suficiente como para abarcar por sí solo todo un seminario y aún más que eso.

        Por esto resulta imprescindible aclarar desde el comienzo que no es posible, en estas condiciones, satisfacer las expectativas que cada estudiante posea. Se buscará en todo momento trabajar con un criterio didáctico, de modo que los contenidos se tornen más asequibles y, si es acaso viable, brindar un aporte formativo, siempre sin olvidar el marco de un nivel universitario.

        Si no fuera posible hallar lo que cada uno espera, sirva al menos este espacio para compartir el gusto por la literatura, el arte y por el deleite de volver una vez más a la contemplación de estos grandes movimientos.

El Renacimiento

        Una descripción cabal y minuciosa del Renacimiento podría comprender una producción textual de cientos de páginas o la totalidad de un seminario. La selección arbitraria de aspectos eminentes y distintivos es tan inocultable como necesaria para los propósitos académicos de este módulo.  De esta manera, ante todo debe señalarse que se trata de un movimiento cultural total, reconocible por su evidente propensión al optimismo y a la idealización de la vida y por erigirse sobre dos rasgos esenciales: la valoración del ser humano y el interés por el arte clásico. Comienza a desarrollarse en

Italia, en la ciudad de Florencia, definida en ocasiones como la cuna del arte moderno, y tiene su momento de mayor eclosión en siglo XV, lo que se conoce como el quattrocento italiano. Luego se produce su expansión por diversos lugares de Europa. Este movimiento de renovación total en las artes tiene como antecedente otro de carácter únicamente lingüístico y filosófico, también surgido en Italia hacia fines del siglo XIV y denominado Humanismo. En ambos casos, hay un cambio en la forma de ver la realidad y en el fundamento de valor de las sociedades. La concepción teocéntrica –Dios en el centro de todo–, el valor central de la fe y la relevancia de la expectativa por el trasmundo ceden terreno frente a una concepción antropocéntrica, que coloca al hombre en el centro de todo y promueve su valoración como individuo. Paulatinamente, el espíritu colectivo y la atmósfera religiosa van debilitándose, para dar lugar a la idea de un hombre que aspira a la libertad individual, al goce de los placeres que le ofrece el mundo y al deseo de dominar la naturaleza. Por eso, es fundamental el concepto de individuo, para definir a un ser humano protagonista en el mundo, que toma conciencia de sus poderes y de sus capacidades.

No obstante, respecto del origen del renacimiento es importante puntualizar que algunos historiadores sostienen que las tendencias que caracterizan al arte de este movimiento empiezan a columbrarse mucho antes, por lo que sería más exacto situar su origen hacia fines del siglo XII. ¿Por qué en esa época? En primer lugar, porque uno de sus rasgos más distintivos, el interés por la cultura de la antigüedad clásica, ya se advierte en ese período, llamado Baja Edad Media. En segundo lugar, porque en el siglo XII se empieza a consolidar el crecimiento de las ciudades, a partir del impulso de un nuevo sector social que será determinante: la burguesía. Señala el historiador húngaro Arnold Hauser:

[…] sin duda es mucho mejor anticipar esta cesura fundamental, situándola entre la primera y la segunda mitad de la Edad Media, esto es, a fines del siglo

XII, cuando la economía monetaria se revitaliza, surgen las nuevas ciudades y la burguesía adquiere sus perfiles característicos; pero de ningún modo puede ser situada en el siglo XV, en el que, si muchas cosas alcanzan su madurez, no comienza, sin embargo, ninguna cosa nueva. [1]

 El estilo de vida de este próspero grupo, ligado a la economía monetaria, a los deseos de libertad individual y al goce de lo terrenal, dará un marco propicio para una cultura diferente de la que había predominado en el Medioevo. La influencia de la burguesía en la gestación de un contexto adecuado para la renovación en el arte, en el pensamiento y en estilo de vida sin duda es incuestionable. Apunta José Luis Romero

Una sostenida incomunicación entre los campos de estudio perpetúa una imagen abstracta del llamado Renacimiento, como si se tratara de un proceso ajeno a las contingencias de la sociedad donde se desarrolló. […] un “hombre nuevo”, el burgués, comienza a imponer sus modos de vida, las formas de su sensibilidad, sus interpretaciones del mundo. Es su estilo de vida lo que cuaja en un nuevo giro de la creación. [2]

        La incidencia del pensamiento burgués como la de sus preferencias y prioridades en los planos económico, político y cultural es inobjetable. Esto se constata palmariamente en el auge de las operaciones monetarias, que se van imponiendo sobre el cada vez más agotado sistema feudal; en el surgimiento de los estados nacionales y las monarquías absolutas, para las cuales el aporte de la burguesía favorece decisivamente las políticas centralizadoras y la limitación del poder e influencia de la

nobleza; en la valoración de la vida terrena como fuente de goce y de desarrollo personal y no solo como medio de preparación para el trasmundo. Añade Romero sobre este tema

Tanto en el plano de la vida económico social como en el de la vida política, el mundo occidental recorría los últimos tramos del siglo XV afirmando inequívocamente, con su comportamiento, una nueva manera de concebir la realidad y la historia. La actitud de disidencia frente al orden cristiano feudal se resolvía en una actitud renovadora, que hacia el siglo XIV podemos llamar resueltamente burguesa […] Habría reacciones, vigorosas reacciones contra las últimas consecuencias del espíritu burgués: contra su filosofía de la vida, contra su hedonismo, contra su amor a las cosas del mundo, contra su imagen del destino del hombre en la tierra.[3]

¿Cómo se observa esta transformación en el arte? Un primer cambio atañe la figura propia del artista, que alcanza esa jerarquía luego de haber sido considerado durante mucho tiempo como un artesano. En esta etapa se abandona la anonimia y las obras llevan la firma de quien las produce. La metodología de trabajo asimismo propende a una actividad racional, en la  que la obra de arte, como asevera Hauser, se convierte en un “estudio de la naturaleza”. Además es necesario acotar que, en virtud del mecenazgo, se instaura la profesionalización del artista, puesto que comienza a trabajar por encargo de quienes lo contratan. No es un detalle nimio recordar que las autoridades de la Iglesia se hallaban entre los principales mecenas de los más destacados pintores y escultores.

Otro de los cambios más importantes se advierte en la finalidad de las producciones artísticas, que denotan una menor dependencia de la esfera de la Iglesia

y, en consecuencia, del sentido utilitario y pedagógico con que se realizaban. La pintura, la literatura y la escultura, entre otras cosas, se conciben como objetos puramente estéticos, destinados al deleite del receptor. Esto tendrá una fuerte incidencia en la temática de los productos artísticos, pues ya no se orientarán exclusivamente a cuestiones religiosas, sino que permitirán una apertura para otras cuestiones como el ser humano, la naturaleza y los temas de la mitología grecolatina. Esta última se convierte en uno de los motivos predominantes de las representaciones plásticas y literarias, como clara evidencia de que el retorno a la cultura de la Antigüedad clásica es fundamental en el Renacimiento. Jacob Burckhardt explica el fenómeno de esta manera:

La antigüedad despierta en Italia de modo distinto que en el Norte. Tan pronto como la barbarie cesa, surge aquí, en este pueblo, aún semiantiguo, el reconocimiento del propio pasado. Lo ensalza y desea tornar a él.[4]

Es por ello que, a partir del profundo estudio de los grandes maestros como Aristóteles, Ovidio, Horacio y Virgilio, por citar algunos, se elaboran las principales preceptivas basadas en el arte clásico. Esta circunstancia genera, en la etapa renacentista, una noción de originalidad artística muy distinta de la que se conoce en la actualidad. La imitatio constituye el procedimiento esencial, por ejemplo, para un artista de esa época. Pero la imitación no consiste en una simple copia de los modelos antiguos, sino que implica algo mucho más valioso: la reelaboración o recreación a partir de esos modelos. Por eso, lo original no está en la búsqueda de temas novedosos, sino en la calidad para recrearlos en un nuevo producto. Un poeta escoge un motivo mitológico conocido por el público para recrearlo y mostrar así su talento poético.

        Resulta oportuno repasar tres aspectos fundamentales en torno de los cuales se

despliega el arte del Renacimiento. El primero de ellos es el culto a la belleza humana. Esto se advierte en dos rasgos sobresalientes: la posición central del ser humano en los cuadros, con la naturaleza como fondo, y el gusto por la representación de los desnudos. Pero ese culto a la belleza no se lleva a cabo, por ejemplo, mediante la reproducción exacta de la mujer de la época, sino a través de la creación de una figura de mujer arquetípica, en otras palabras, idealizada. Así será frecuente encontrar en el arte renacentista modelos de representación femenina que se distinguen por el cabello rubio (muchas veces agitado por el viento, para utilizar el motivo de la hebra voladora), la piel suave y blanca, los ojos claros, el cuello delgado y erguido, las mejillas rosadas, etc. En cuanto a la exhibición de los desnudos, más allá de la mencionada tendencia hedonista del espíritu burgués, su recurrencia puede exceder muchas veces el cariz erótico para orientarse a la contemplación de la creatura más perfecta hecha por Dios, digna de la admiración.

        El segundo aspecto se centra en el carácter racional y naturalista del arte del Renacimiento. A diferencia de lo que sucedía en el período románico, en el Renacimiento resulta fundamental el logro de una representación natural o realista de las cosas. Por esta razón, el artista debe tener conocimientos de matemática, geometría y anatomía para respetar principios de proporción, simetría y perspectiva. A esto se refiere el carácter racional y naturalista, puesto que una representación exacta no depende ya sólo de la inspiración, sino también del estudio y del trabajo minucioso. Subraya al respecto Hauser

[…] en el Renacimiento lo nuevo no era el naturalismo en sí, sino los rasgos científicos, metódicos e integrales del naturalismo […][5]

        El tercer y último aspecto gira en torno de la búsqueda de la perfección. La

fealdad, la degradación y lo deforme no tienen preferencia en sus producciones. Se busca representar al ser humano en la plenitud de su vida, en el punto máximo de su esplendor y de su belleza. Por lo tanto, la vejez, la niñez y la enfermedad no son convenientes para este arte (lo que no implica su desaparición absoluta), que busca la quietud, la serenidad, la perfección y la armonía, tanto como la claridad, la sencillez y la transparencia. El paso del tiempo implica la degradación, la destrucción, y por eso se evita cualquier síntoma de su presencia en las obras de arte. Esta preocupación por el aprovechamiento de la plenitud, antes de que el tiempo la deteriore, se observa en dos tópicos característicos que se manifiestan como legados de la antigüedad clásica. Por una lado, el carpe diem (atrapa el día, disfruta el momento), que actúa como una exhortación al aprovechamiento pleno del  presente, y que el Renacimiento ha heredado de la Oda I, 11 de Horacio:

No pretendas saber, pues no está permitido,

el fin que a ti y a mí, Leucónoe,

nos tienen asignados los dioses,

ni consulta los números Babilónicos.

Mejor será aceptar lo que venga,

ya sean los inviernos que Júpiter

te conceda, o sea éste el último,

el que ahora hace que el mar Tirreno

rompa contra los opuestos escollos.

Sé prudente, filtra el vino

y adapta al breve espacio de tu vida

una esperanza larga.

Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.

Vive el día de hoy. Captúralo.[6]

No te fíes del incierto mañana.

        El final de la oda hace explícita la exhortación a asirse del presente y gozar de él, porque en la misma creación de Horacio se desliza la preocupación que da a luz el segundo tópico anunciado en líneas anteriores: el tempus fugit (el tiempo huye). Escribe el poeta “Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso”, con lo cual se argumenta acerca de la necesidad de aprovechar el momento. El tempus fugit como tópico se origina en un verso de las Geórgicas del también poeta latino Virgilio: “Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus” (Pero huye entretanto, huye irreparablemente el tiempo). El planteo de estos tópicos se torna muchas veces obsesivo en el arte renacentista, tanto en la pintura como en la poesía, en la idea de un perenne presente para cuya representación se acude a determinados recursos en la imagen y en el verso.

        Es tiempo de ilustrar con ejemplos concretos los aspectos delineados hasta aquí acerca del arte del Renacimiento. Para iniciar el recorrido se han elegido dos pinturas de Rafael Sanzio (1483-1520), o simplemente Rafael. La primera es La dama del unicornio, que permitirá constatar la construcción arquetípica de la mujer en la época.

                             

                             [pic 6]

Sin ninguna dificultad es posible observar el conjunto de rasgos que configuran la imagen idealizada. El cabello es rubio, aunque no esté agitado por el viento, la piel se muestra inconfundiblemente blanca, los ojos azules, el cuello largo y erguido y un leve color rosado decora las mejillas de un rostro que se completa con una frente generosa y descubierta. El carácter naturalista de la pintura es ostensible, con la figura humana en posición central y la naturaleza como fondo a través de la ventana, que además  deja ver un cielo diáfano. No puede soslayarse que la impresión de quietud, como si el curso del tiempo estuviera suspendido, el semblante de absoluta serenidad y la juventud de la mujer son elementos de la patente búsqueda de perfección. Si a toda la descripción se añade la inclusión del unicornio, representante de la tradición

mitológica, la identificación de esta obra con el Renacimiento es notoria.

        En la segunda pintura de Rafael elegida para el análisis, Las Gracias, se repiten las mismas características señaladas en el caso anterior, pero se incorpora algo diferente.

                          [pic 7]

        Los dos aspectos eminentes de esta obra son la utilización de un motivo mitológico como el de las Cárites y la exposición de desnudos, particularidad ausente en La dama del unicornio, aunque muy usual en arte renacentista. El hecho de que sean tres los cuerpos exhibidos brinda la posibilidad de ampliar los detalles y matices en la representación de la desnudez. Fuera de lo especificado, la reiteración de características respecto del naturalismo, la sensación de serenidad y el trazo arquetípico es por demás nítida.

        Hay una tercera muestra de arte plástico, Apolo y Dafne, del pintor florentino

Antonio Pollaiuolo (1432-1498). Con toda probabilidad, este motivo mitológico cuente con mejores interpretaciones, pero vale esta elección porque resulta claramente perceptible la recurrencia de rasgos típicamente renacentistas.

                         [pic 8]

        Abocada a la perpetuación del comienzo de la metamorfosis, la obra parece suspender en el tiempo el proceso que vive Dafne y la angustia que experimenta Apolo, con el empleo de la mayoría de los recursos apuntados para los ejemplos precedentes.

Por lo tanto puede notarse una vez más la blancura de la piel, las cabelleras rubias, la juventud de los personajes y la llamativa falta de expresiones que denoten la tensión del suceso. Por supuesto, no podían faltar la naturaleza en el fondo y el cielo celeste.

        Ahora es el turno para la literatura en el género lírico. Bastará un solo soneto de Garcilaso de la Vega para sintetizar el arquetipo de belleza renacentista y el planteo de los dos tópicos referidos al tiempo y heredados de la antigüedad latina.

En tanto que de rosa y de azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

con clara luz, la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

Todo lo mudará la edad ligera

Por no hacer mudanza en su costumbre.[7]

        Ante todo, la adopción misma del soneto empieza a denotar la influencia

italiana en la poesía renacentista española. Los dos cuartetos de este Soneto XXIII desarrollan en forma sintética pero eficaz el ideal de belleza de este movimiento. Rosa y azucena para explicitar los colores de la piel en el rostro (gesto); la mirada de clara luz remite al color de los ojos a la vez que puntualiza su efecto en la sensación de serenidad; el cabello rubio (en la vena del oro) agitado por el viento, que recuerda el motivo de la hebra voladora, y el cuello erguido. Lo que se ha observado en los ejemplos de pinturas es puesto en versos magistralmente por el poeta toledano.

        El primero de los tercetos se inicia con la exhortación que evoca el tópico del carpe diem, con una metáfora para aludir a la juventud (Coged de vuestra alegre primavera) y con la natural advertencia de la fugacidad de la vida (antes que el tiempo airado). Nuevamente la metáfora interviene con el empleo de nieve y hermosa cumbre a fin de denotar los signos más patentes de la vejez. Cabe aclarar que, ya en los cuartetos, la anáfora de los enlaces temporales en tanto hace una evidente referencia al presente. El terceto final, por medio de la metáfora de viento helado, introduce el tópico del tempus fugit, que se ratifica con la expresión edad ligera. El dulce fruto, desde luego, parece referirse al amor en todas sus dimensiones.

        Como se mencionó en este módulo, el principio constructivo para el artista del Renacimiento es la imitatio. Lo que Garcilaso desarrolla en este soneto, además de los tópicos heredados de Horacio y Virgilio, tiene como fuente temática al poeta italiano Bernardo Tasso (1493-1569) en la siguiente composición:

Mentre che laureo crin v’ondeggia intorno

a l’amplia fronte con leggiadro errore;

mentre che di vermiglio e bel colore

vi fa la primavera il volto adorno;

 

mentre che v’apre il del più chiaro il giorno,

cogliete ô giovenette il vago flore

de vostri più dolci anni; e con amore

state sovente in lieto e bel soggiorno.

 

Verrà poi’l verno, che di bianca neve

suol i poggi vestir, coprir la rosa,

e le piagge tomar aride e meste.

 

Cogliete ah stolte il flor; ah siate preste,

ché fugaci son l’hore, e’l tempo lieve,

e veloce a la fin corre ogni cosa.

[Mientras vuestro áureo pelo ondea en torno / de la amplia frente con gentil descuido; / mientras que de color bello, encarnado, / la primavera adorna vuestro rostro. // Mientras que el cielo os abre puro el día, / coged, oh jovencitas, la flor vaga / de vuestros dulces años y, amorosas, / tened siempre un alegre y buen semblante. // Vendrá el invierno, que, de blanca nieve, / suele vestir alturas, cubrir rosas / y a las lluvias tornar arduas y tristes. // Coged, tontas, la flor, ¡ay, estad prestas!: / fugaces son las horas, breve el tiempo / y a su fin corren rápidas las cosas (Trad. Paz Díez Taboada)].

        Se dejará como una de las propuestas del foro el análisis de las similitudes entre uno y otro soneto. Hasta aquí este breve recorrido por los rasgos esenciales de un movimiento vasto e inagotable para el estudio. Se ha intentado una caracterización didáctica como introducción para las unidades posteriores.

Bibliografía:

Hauser, Arnold, “El concepto del Renacimiento” en Historia social de la literatura y el arte I, Grandes obras de la cultura, España

Romero, José Luis: “Burguesía y Renacimiento” en ¿Quién es el burgués? Y otros estudios de la historia medieval, Bs. As., Ceal, 1984

Burckhardt, Jacob: La cultura del Renacimiento en Italia, Editorial Porrúa S.A., México, 1984

De la Vega, Garcilaso: Cancionero, Edición Antonio Prieto, Ediciones B, S.A., Barcelona, 1988.

[pic 9]

PARA  PENSAR Y REFLEXIONAR

[pic 10]

4.3.

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Segundo tema…………………………………….

Esto es opcional

Para comenzar este apartado, tomemos como punto de partida ……………

4.4.

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PROPUESTA DE TRABAJO N°………

[pic 11]

Les proponemos la siguiente actividad:

Recordemos…

El nivel de respuestas que logremos dar en cada caso, nos indicarán cuanto hemos comprendido y cuánto sabemos de la lectura

FORO

Titulo:…..

Nº…

[pic 12]

En este foro presentaremos nuestras conclusiones.

 Participaremos teniendo en cuenta las siguientes preguntas:

  • ¿Cuál de las ……………………………..?
  • ¿En qué orden…………………………….?
  • Relata …………………………………………………..

GLOSARIO

Como tarea deberán buscar el significado de…luego compartirlo en el FORO

...

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