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AXIOLOGICA

JOSE426930 de Octubre de 2013

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En este artículo, se devela la axiología en relación con la formación humana, en los marcos de una estructura lógico-filosófica, cuya manifestación se expresa, en una relación e interrelación armónica en la esfera de la actividad humana y su concreción e inserción en la cultura. Para conseguir este objetivo nos apoyamos en la obra filosófica martiana, en la cual, aunque no existe una axiología sistematizada, es posible revelar, en su ideario humanista, un conjunto unitario de valores coherentemente estructurados en torno a la persona, su razón de ser y los modos de conducirla.

La Axiología es la ciencia que estudia los valores, ya que en griego, axios, significa lo que es valioso o estimable, y logos, ciencia, teoría del valor o de lo que se considera valioso. La axiología no sólo trata de los valores positivos, sino también de los contravalores, analizando los principios que permiten considerar que algo es o no valioso, y considerando los fundamentos de tal juicio. La investigación de una teoría de los valores ha encontrado una aplicación especial en la ética y en la estética, ámbitos donde el concepto de valor posee una relevancia específica. Algunos filósofos como los alemanes Heinrich Rickert o Max Scheler han realizado diferentes propuestas para elaborar una jerarquía adecuada de los valores. En este sentido, puede hablarse de una “ética axiológica”, que fue desarrollada, principalmente, por el propio Scheler y Nicolai Hartmann.

Debemos a Francisco Brentano (1917-1938) que la axiología se considere en nuestros días disciplina filosófica. Su pensamiento sirvió de base a los más diversos exponentes de esta rama de la Filosofía como Husserl, fundador de la Fenomenología inspirada en la teoría de las intencionalidades del mismo Brentano; Nicolai Hartmann; Alexius Meinong; Crhistian Von Enfrenfles. Paradójicamente le debemos a Nietzsche (1884-1900) el gran interés que tomó este tema, porque al proclamar en su filosofía la transmutación de los valores causó alarma, escándalo y llamó la atención de su época convirtiéndose así, sin quererlo, en el principal instigador para que el mundo de los valores fuera tratado de una manera ordenada y se constituyera en una rama de la Filosofía.

La axiología, en tanto ciencia de los valores, se integra orgánicamente al saber filosófico y expresa una de sus determinaciones esenciales. El saber filosófico, en su expresión sintética, integra momentos de carácter gnoseológico (cognoscitivo), axiológico (valorativo), práctico y comunicativo. Esto se fundamenta en el hecho de que la filosofía como autoconciencia de la cultura sociohistóricamente determinada, y núcleo teórico de la concepción del mundo, resulta al mismo tiempo aprehensión práctico-espiritual de la realidad, en su esencialidad y concreción.[1] Se trata de un proceso complejo que reproduce creadoramente la realidad y la aprehende en su síntesis por sujetos reales y actuantes.

Este proceso de asunción y aprehensión de la realidad se funda en la actividad humana. De ahí que la actividad en su dimensión filosófica se determine y exprese como relación sujeto-objeto y como relación sujeto-sujeto. En la primera relación, los momentos gnoseológicos y axiológicos encarnan la propia práctica social, es decir, en la asunción práctica de la realidad (objeto) al hombre (sujeto) no le interesa sólo qué son las cosas, cómo revela su esencia y devela la verdad, sino, además, para qué le sirven, qué necesidad satisfacen, qué interés realizan. El sujeto no sólo busca conocimiento, en tanto, modo de existencia, sino también valores, en tanto ser de las cosas para el hombre, y modo en que existen sus necesidades e intereses. En la segunda relación (sujeto-sujeto), tiene lugar el proceso de comunicación como intercambio de actividad y sus resultados, conductas y relaciones sociales. En esta relación, que solo es aislable por medio de la abstracción, los aspectos gnoseológicos, valorativos y prácticos aparecen en síntesis, como trato humano, actividad intersubjetiva e interacción humana, social en esencia.

El componente valorativo de la actividad y de todo el proceso del devenir humano, comprendido en sus diversas expresiones y niveles, como valor y valoración; y en la relación dialéctica de lo objetivo-subjetivo, lo absoluto-relativo y lo general-particular, posee una gran importancia teórico-metodológica y práctica para la comprensión del hombre y la sociedad.[2] Si bien el momento valorativo de la actividad humana resulta imposible que exista al margen de los momentos práctico, gnoseológico y comunicativo, pues constituyen una totalidad orgánica indisoluble y posee, como los restantes momentos estructurales, una relativa autonomía. Esto determina que en algunos discursos filosóficos prime o tenga más fuerza la axiología, o en otros, la gnoseología, la ontología, etc. Esto, por supuesto, no niega en modo alguno la presencia de los restantes momentos que les son inherentes y, más aún, inmanentes a todo quehacer humano, incluida la filosofía como autoconciencia teórica.

Los valores, en tanto determinación primaria de las necesidades e intereses del hombre, sirven de mediación esencial entre los momentos gnoseológico y práctico, entre conocimiento y práctica. El hombre conoce la realidad impelido por las necesidades y aplica los conocimientos en la técnica y la práctica para realizar su ser esencial, que es, al mismo tiempo, proyectar su ser hacia el deber-ser, es decir, realizar lo por venir, completando lo que le falta: satisfacer sus necesidades. De ahí que el fenómeno designado con la palabra valor, constituya una compleja formación que está contenida no sólo en las estructuras cognoscitivas, sino, fundamentalmente, en los profundos procesos de la vida social y la cultura, en la concepción del mundo del hombre. De aquí que la categoría que designa o expresa este fenómeno, puede ser tratada, por lo menos, en tres significados fundamentales: como concepto sociocultural, como concepto psicológico y como concepto lógico-gnoseológico. Esta amplia dimensión de la categoría valor evidencia que ella concentra en sí una serie de problemas heterogéneos por su contenido y, al propio tiempo, en algo idéntico.[3]

La dimensión valorativa de la actividad humana, en todas sus mediaciones, condicionamientos y determinaciones, deviene fuerza propulsora y motivación esencial del despliegue constante del hombre que se sabe sujeto del acontecer histórico. Ciertamente, conocimiento y práctica en su interacción recíproca están mediados por los valores, la propia comunicación intersubjetiva, en tanto intercambio de actividad y trato humano, discurre como proceso, también internamente mediado por los valores. Todo el desenvolvimiento del proceso humano, que de una forma u otra, encarna las necesidades e intereses del hombre, los valores como ser de la realidad para éste y forma de existencia de sus aspiraciones, deseos, anhelos; tiene un carácter proyectador, en el sentido en que impulsan los fines con sus respectivos medios de realización. En este contexto los valores, incluida la valoración, los juicios de valor, se integran como el eslabón que media el tránsito del devenir ser al deber-ser, del presente al futuro.

Como al hombre no sólo le preocupa qué son las cosas, cuál es su esencia (conocimiento), sino ante todo, para qué le sirven, qué necesidades satisfacen o qué le falta para realizarlas (valor, valoración, juicios valorativos) en la aprehensión práctico-espiritual de la realidad, la dimensión valorativa de su actividad cumple una función orientadora-reguladora en la realización de su ser esencial. Los valores y la valoración humana, al ser desprendimiento de la praxis misma, le imprimen vialidad, (vitalidad) energía creadora, imaginación para superarse a sí mismo y transitar a nuevos peldaños de realización. No es lo mismo conocer una necesidad, la carencia de algo, que esforzarse por darle realidad efectiva, por convertir el en sí, en para sí, e integrarlo al devenir humano en formas nuevas y superiores de realización. Por eso el componente cognoscitivo de la actividad humana se completa y hace realidad efectiva, en estrecha interacción con el componente valorativo.

Conocer la realidad, hacerla objeto y valorarla, que es al mismo tiempo, evaluarla, superarla e integrarla en función de las necesidades e intereses del hombre y la sociedad, comporta realizar el ser esencial del hombre, en tanto sujeto. Es identificar su naturaleza humana, en esencia social, e integrarla al cuerpo de la cultura como contenido y medida de su desarrollo. En esta misma dirección de análisis, elucidación y discernimiento del valor, como concepto sociocultural, como concepto psicológico y como concepto lógico-gnoseológico, se integra en su expresión sintética a la concepción del mundo y, por consiguiente, como una totalidad sistémica inserta en la subjetividad humana. La dimensión axiológica de la actividad humana concedida como valor y valoración, y como proceso y resultado, en tanto momento esencial del devenir humano, deviene atributo cualificador de la subjetividad humana, como lo son también los momentos gnoseológicos, prácticos y comunicativos de la actividad humana.

Sin embargo, en el discurso filosófico en torno a la subjetividad humana existen diversos estilos y modos de expresión del problema, en correspondencia con la concepción del mundo, el sentido de la vida, misión y oficio del hombre que reflexiona sobre la realidad, las circunstancias sociales en que desarrolla su pensamiento y acción y otras mediaciones y condicionantes; pues como se dijo anteriormente, existen múltiples discursos

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