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Adaptación "Diles que no me maten" Juan Rulfo


Enviado por   •  9 de Junio de 2018  •  Trabajos  •  1.524 Palabras (7 Páginas)  •  110 Visitas

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Adaptación diles que no me maten

La suplica de el condenado

-Ayúdame Leonardo , no seas malo, habla con el juez , por favor Leonardo

-¡No¡ pues aunque pudiera no creo que me hagan caso hable con el y no me hace caso

-Leonardo por favor , te pido que lo intentes

-No me escucharan además ya estas tan viejo que ya es un caso perdido

-Por favor te lo ruego, yo soy tu padre por favor hazlo por tu viejo

-Esta bien , pero ya no quiero que me vuelvas a chantajear con que soy tu hijo , ya vuelvo.

Leonardo se levanto de la silla en la que se encontraba y camino hacia la puerta . Luego grito:

-Voy a ir pero esta será la ultima vez , ya estoy cansado de esto , adiós.

Se dice que lo trajeron un día antes a la cárcel. Ya había pasado un buen rato pero él todavía se encontraba ahí , no podía calmarse  él solo quería vivir, pero l sabia que en algún momento lo mandarían a matar , quería seguir viviendo .

El era un señor tan viejo, hasta podría parecer pasita de lo arrugado que estaba., recuerdo cuando me conto su historia… si lo pienso bien podría recordarla totalmente:

“Don García Montevallejo era el jefe de una compañía, y el señor Jesús era su empleado, Tuvo que acribillarlo por eso; Por no quererle pagarle el trabajo de un año.

Él señor Jesús se aguanto el coraje evitando denunciarlo por abuso de empleados. Pero después empezaron a  enfermar sus hijos, y de un momento a otro el dinero ya no les alcanzaba para comprar mas comida entonces al ver que todavía no le pagaba fue hasta su oficina de el jefe y hablo con el diciéndole:

- Por favor jefe, ya ha pasado bastante tiempo y en ese tiempo pudo haberme pagado , por favor , si usted quiere cumplirme con lo que me debe.

- Mire Jesús , yo no tengo la culpa de cómo este la economía de hoy en día, no puedo pagarlo por que si le pago , ¿quien me pagara a mi para alimentar a mi hijos?.

En ese momento el señor Jesús vio los ojos de Don García llenos de avaricia.

Paso bastante tiempo como para que uno de los hijos de Jesús fuera al hospital. Al final el único hijo que le quedaba se caso con su nuera y se fue a vivir a otra casa, el se fue con ellos a esconderse de los oficiales.

Esto sucedió hace treinta y cinco años por ahí de diciembre por que en enero el ya estaba en el monte huyendo. Nunca conto el dinero que le dio al juez para que le dejara libre, ni tampoco su casa o su auto , siempre lo persiguieron . Ni siquiera huyo dos años o uno , si no que toda la vida. Durante toda su vida pensaba en cuando lo iban a  atrapar y como se iba a zafar de eso , a veces pensaba en que le habían pasado a los hijos de Don García.

El señor Jesús pensó que cuando ya fuera viejo ya no lo seguirían  que estaría en paz.

Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo escondiéndose de todos. 

Él anduvo solo, únicamente manipulado por el miedo. En un momento de descuido los oficiales lo habían seguido. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.

No podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran, tenia miedo de lo que fuera a suceder tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Jesús Morales y no al Jesús Morales que era él. Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La noche era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.

Sus ojos, se habían hecho pequeños con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella,. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.

Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: “Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos”, iba a decirles, pero se quedaba callado. “Más adelantito se los diré”, pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.

Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía sus brazos . De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:

-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.

Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en una comunidad cerca de un monte en medio de aquellos dos hombres.

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