La Comunicacacion No Verbal Libro
charliie0615 de Enero de 2012
10.310 Palabras (42 Páginas)796 Visitas
Flora Davis
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LA COMUNICACIÓN
NO VERBAL
AGRADECIMIENTO
Para escribir este libro tuve la ayuda de una gran cantidad de personas. El profesor Erving Goffman, por ejemplo, me inició en el camino de su publicación, durante una entrevista en la que me proporcionó un panorama general sobre este tema. El profesor Ray L. Birdwhistell fue muy generoso con su tiempo y sus sugerencias como lo fueron también los doc¬tores Adam Kendon, Albert Scheflen, y Paul Ekman; las se¬ñoras Martha Davis e Irmgard Bartenieff, el profesor William Condon, y los doctores Eliot Chapple y Paul Byers.
Además otras personas me ayudaron considerablemente; respondieron mis interrogantes, me enviaron documentación o me dijeron donde podía encontrarla. Por eso quiero ex¬presar mi gratitud al doctor Christopher Brannígan, a los profesores Edward Cervenka, Starkey Óuncan (h), Ralph Ex¬ime, Edward T. Hall, Eckhard H. Hess, Carroll E. Izard, y Sidney Jourard; a los doctores Augustus F. Kinzel y Robert E. Kleck; al profesor George F. Mahl; al doctor Melvin Schnapper; a los profesores Thomas A. Sebeok, Robert Sommer, Silvan Tomkins y Henry Truby; y finalmente a los doctores lan Vine y Harry Wiener.
A Mamu Tayyabkhan y también a Karen Davis que leye¬ron el manuscrito pacientemente y que fueron mis críticos más duros y mis más calurosos defensores. A Joan Fredericks que, en el punto crucial, me benefició con su experiencia de editora y su consejo.
Por último, mi especial agradecimiento a Rebecca y Jeffrey Uavis, que de tanto en tanto consintieron cariñosamente en atenderse mutuamente y me dejaron más tiempo libre para trabajar.
PRÓLOGO
NOTA PARA EL LECTOR
Pertenezco a la clase de personas que no confía plenamente en el uso del teléfono. No es que considere que el sistema telefónico se esté desintegrando —a pesar de que en ciertas circunstancias da esa impresión—sino que al emplear este medio me parece que no logro saber a ciencia cierta lo que está pensando realmente la otra persona. Si no puedo verla, ¿cómo puedo adivinar sus sentimientos? Y, ¿qué importancia tiene lo que dice si desconozco lo que piensa?
Tal vez fue por esta característica mía que sentí tanta curiosidad cuando, hace más de cuatro años encontré en el "New York Times" una noticia sobre un nuevo campo de investigación: La comunicación no-verbal. Al poco tiempo me encargaron que escribiera un artículo sobre el tema para la revista "Glamour". Cuando terminé el trabajo al cabo de tres o cuatro meses, tuve la sensación de haber tratado el tema superficialmente y que había mucho más que aprender al respecto.
Muy a menudo, cuando escribo un artículo me siento incli¬nada a cambiar de carrera. Si entrevisto a un antropólogo, termino deseando convertirme en un antropólogo. Si paso una hora consultando a un psicoterapeuta, cuando salgo al ardiente sol de las calles de Nueva York, me pregunto por qué demonios habré elegido ser escritora cuando muy bien podría haber estudiado psicología en la universidad y haber dedicado mi vida a esta profesión. Lo que me fascina no es la carrera, sino el tema en sí.
De cualquier manera, después de haber pasado varios me¬ses en contacto con la comunicación no verbal, el efecto que experimenté, fue más profundo que lo habitual, estaba entre¬gada por completo al tema y no podía soportar la idea de dejarlo. Por lo tanto, durante el siguiente año y medio recorrí universidades e institutos de salud mental, ya que allí se lleva a cabo la mayor parte de la investigación. Tuve entrevistas con psicólogos, antropólogos y psiquiatras; lo que da una pauta de la diversidad de personas que se ocupan del tema. Vi interminables películas en blanco y negro de gente sentada conversando y de gente conversando de pie. Por lo general las pasaban en cámara lenta, de manera que los movimientos corporales y las voces tomaban un aspecto extraño y fantas¬mal, como si los protagonistas estuvieran debajo del agua. Poco a poco, de tanto mirar las películas, comencé a "ver". No tanto como puede ver un especialista —uno de ellos me dijo que tardaría por lo menos dos años en entrenarme— pero sí mucho más de lo que veía al principio.
Porque ver es el secreto de la comunicación no-verbal. Su¬geriría que el lector comenzara la lectura de este libro sentán¬dose frente al televisor. Enciéndalo pero deje sólo la imagen, sin sonido. Le recomendaría los programas tipo conferencia —especialmente los de Dick Cavett y Johnny Carson—. En este tipo de programas la gente se comporta de una manera nor¬mal; no "actúa" y las cámaras, al acercarse y alejarse del pro¬tagonista, brindan una imagen total del individuo. Al eli¬minar la distracción que producen las palabras, su primera impresión será la gran cantidad de movimientos que los protagonistas realizan con el cuerpo. En un momento dado, parece que están haciendo demasiadas cosas al mismo tiempo. Una persona levanta las cejas, inclina la cabeza, descruza una pierna, se echa hacia atrás en el asiento, juguetea con los dedos; unos segundos después, sus manos revolotean en el aire, con gestos enfáticos, cuando comienza a hablar.
Si usted fuera un científico que se enfrentara con esta imagen, ¿qué estudiaría? ¿Cómo registraría lo que está viendo? ¿Por dónde comenzaría?
En los últimos años, cientos de estudiosos de ciencias sociales se han formulado estas preguntas y han tratado de descifrar el código de la comunicación no-verbal. Este libro pone en relieve los esfuerzos y los descubrimientos realizados.
Quisiera aclarar desde el comienzo que este libro no es un código en sí. No ofrece la posibilidad de conocer a otra persona simplemente a través del comportamiento no-verbal. El lector tampoco podrá sentarse frente al televisor sin sonido y traducir los movimientos del cuerpo de los protagonistas como si éstos respondieran a un vocabulario fijo: juguetear con los dedos no quiere decir necesariamente siempre lo mismo y cruzar la pierna de izquierda a derecha, tampoco. La comunicación humana es demasiado compleja. De todos modos, la investigación sobre la comunicación es todavía una ciencia incipiente.
Lo que sí pienso, es que llegará el día en que puedan reali¬zarse cursos que permitan descifrar el comportamiento no-verbal. No estoy segura de que esto sea algo muy valioso, especialmente si la gente espera demasiado de ello.
No obstante, todos tenemos una cierta habilidad para des¬cifrar determinados gestos. La llamamos intuición. La aprendemos en la primera infancia y la utilizamos a nivel subconsciente durante toda la vida, y es en realidad la mejor manera de hacerlo. En un instante interpretamos cierto movi¬miento corporal o reaccionamos ante un tono de voz dife¬rente y lo leemos como parte del mensaje total. Esto es mejor que barajar varias docenas de distintos componentes de un mismo mensaje y llegar a la conclusión de que algunos se contradicen entre sí.
Deseo que este libro le dé a los lectores lo que al escribirlo me dio a mí: ha agregado a mi vida una cantidad de placeres curiosos. Ahora confío en mi intuición, a veces hasta el exceso. También puedo descifrar de dónde proviene. Cuan¬do tengo la impresión de que alguien está secretamente en¬fadado, por ejemplo, sé que algún movimiento impercep¬tible de su cuerpo me lo ha indicado así. Todavía me dejo guiar más por un sentimiento generalizado acerca de una situación que por un análisis intelectual. Para mi satisfac¬ción personal, sin embargo, y más aun para mi propio placer, puedo explicar con frecuencia, aunque sea parcialmente, este sentimiento.
Otra cosa que he descubierto es que la televisión y el cine tienen para mí un renovado interés, especialmente cuando veo alguna película por segunda vez. Puedo relajarme y gozar de las mínimas expresiones o gestos de un buen actor; analizar el efecto que tiene el hecho de que se eche hacia atrás en su asiento en un momento determinado, o que se incline abruptamente hacia adelante en otro.
En grandes reuniones o cuando estoy con un grupo pe¬queño de personas, suelo sorprenderme fijando mi atención en algún gesto especial. Recuerdo que una vez mis ojos se posaron en dos hombres sentados, uno a cada extremo de un sofá, que tenían las piernas recogidas en extraña e idén¬tica posición. En ese silencioso compañerismo de los cuerpos, parecían un par de aprieta libros, excepto que uno, el que aparentemente había ido en busca de consejo, tenía el brazo extendido a lo largo del respaldo, como abriéndose hacia su amigo; el otro, mientras tanto, estaba echado hacia atrás, los brazos cruzados indiferentemente, revelando a las claras —o por lo menos así me pareció— algunas reservas o diferen¬cias de opinión.
En otra ocasión, un amigo me dijo al finalizar una reunión: "Me pareció notarte algo lejana esta noche, como si real¬mente no estuvieras a mi lado". . . No me resultó fácil tra¬tar de negar con rápidas evasivas cuando recapacité acerca de los mínimos movimientos corporales que había realizado y que hubieran podido brindarle esa impresión. En ciertas ocasiones no he sacado provecho de lo que he aprendido acerca de la comunicación no-verbal. Ya es bastante difícil mantener un control sobre lo que se dice durante una con¬versación como para sentir también que estamos obligados a explicar cierta postura,
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