MITOS Y LEYENDAS COLOMBIANAS
alejarivero013015 de Marzo de 2014
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MITOS Y LEYENDAS COLOMBIANAS
El Mohán
Es el más legendario, conocido y respetado en el Tolima. Se puede decir que es el personaje más importante en la mitología tolimense. Se le llama, también, el Poira, pero en aquella su especial caracterización de gran perseguidor de muchachas casaderas que apenas han traspasado los umbrales de la pubertad.
El Poira es el Mohán travieso, enamorado, libertino y raptor. Les roba la tranquilidad a las jóvenes, las idiotiza, las emboba y las atrae hacia él con artificios. Sus hazañas son muy conocidas, tanto en su caracterización del Poira, como en su auténtica personalidad del Mohán, y, hasta hace poco tiempo, no se podía poner en duda su existencia ante las verídicas de los campesinos. Son muchas las leyendas y versiones que existen sobre el personaje mítico, oriundo del Tolima, riqueza de nuestro folclor y figura simbólica de un pasado maravilloso y fantástico.
Son muchas las muchachas que ha raptado, formando así un sin fin de leyendas a cual más fabulosas, irreales y novelescas; muchos hombres ha perseguido, incesantemente, hasta sepultarlos en las negras aguas de sus insondables dominios; muchas embarcaciones ha hecho zozobrar y muchos los parajes que ha desolado, embrujado de superstición y misterio entre sus humildes moradores.
Respecto de su figura, varía con frecuencia de un lugar a otro: en Ambalema, por ejemplo, es un hombre pequeño, musculoso, de pelo «candelo», barba hirsuta, también roja, ágil vivaracho, y tan sociable que muchas veces salía a mercar en compañía de los demás, dizque porque en esa forma se daba cuenta de todo y podía actuar con más efectividad. Se le conocía porque en sus compras nunca incluía la sal, artículo éste tan indispensable para el sostenimiento diario
Decían que habitaba en la profunda y peligrosa moya de «Boluga», en el embarcadero y en la conocida moya de «El triste», lugares éstos en donde se han perdido muchos bogas, pescadores y champaneros. en la «Vega de los Padres», Piedras, y «Cortaderos», que es un espíritu invisible, que no toma ninguna forma, que se escuchan sus risas, cantos y «pesquerías» y se conocen sus ataques pero nunca se le ve; otros afirman que puede transformarse a su antojo, y así toma la forma de cualquier conocido pescador de la región y se mezcla en las faenas y veladas pesqueras sin ser reconocido.
Esto daba origen a muchas confusiones, en las que a una persona resultaba estar en dos partes o no estar en donde se aseguraba lo contrario; con esto los campesinos caen en la cuenta de que, «el mechudo estaba con nosotros anoche, compadre».
En Coyaima, en las moyas de Colache, en el Saldaña, en las profundidades de las lagunas de Yaberco, Totarco y en los moyones de las «Animas» y Golondrinas, el Mohán era negro, tanto su piel como su espesa y larga pelambrera; era un oso negro como un tizón; de temperamento huraño, huidizo y desconfiado; poco mujeriego, pero más feroz.
Tenía muchos encantamientos y guacas alrededor de los charcos que habitaba, tesoros que él en persona custodiaba, haciéndolos inconquistables.
Su mirada era maléfica y sus persecuciones muy funestas.
En Chenche, en cambio, es un hombre de mediana edad, alto, de nariz aguileña, ojos negrísimos, larga y espesa barba y largos y abundantes cabellos con los cuales cubría su desnudez; sus manos eran finas, de largos dedos y afiladas uñas; boca grande, bien formada y dentadura toda de oro.
Tenía muchas alhajas en los dedos, de puro oro, y con piedras preciosas que brillaban en la inmensidad de las aguas. Habitaba un magnífico palacio construido de oro puro, en las moyas profundas, en los remolinos tenebrosos.
Había la creencia de que en los acuáticos lugares en donde el Mohán tenía su morada no se encontraba asiento; las profundidades del Mohán no tenían fin. Este palacio dorado tenía grandes salones iluminados con hachones en los que se oía un continuo murmullo, una monótona música hipnótica.
En el norte del Tolima también fue muy conocido el Mohán, así como sus leyendas y guaridas. En Honda decían que vivía en las moyas de Caracolí y en las profundas cavernas de los peñorales del Salto; en Méndez, en Conchal, en Paquiló; en las moyas del Bledo y el río Guamo; en los charcos del «Tambor», «Aguas Claras», «Charco Azul» y «Charco Hondo», en Lérida, en las angosturas del río Recio, en las charcas de Guarinó y en muchas otras.
La Madremonte
Así como la Madre de Agua es la divinidad o mito de las aguas, La Madremonte lo es de los montes, de los montes del llano. Pero si aquella es una niña linda, ésta es un gran señora encopetada, robusta, alta, con sombrero vistoso, adornada con plumas y vestida toda de verde. Sus iras y persecuciones son terribles.
Ataca siempre con grandes tempestades, vientos e inundaciones que destruyen las cosechas, ahuyentan los ganados, ahogan los terneros y causan toda clase de calamidades. Pierde o enreda a los que merodean en sus dominios embriagados o en malos pasos; persigue con saña a los que son dados a discutir maliciosamente por linderos y que destruyen las cercas y destrozan las alambradas de sus vecinos o colindantes; es una asidua defensora de los límites correctos de las propiedades.
Castiga, también, a los que roban, a quienes andan en aventuras amorosas pervertidas y a los que osadamente invaden el corazón de sus enmarañadas arboledas; a aquellos cazadores vagabundos que lo hacen por distracción o perversión y a los niños vagos y desobedientes. Su influencia se manifiesta por una especie de mareo, de alucinación, mediante la cual la víctima ve todos los lados del monte idénticos, dificultándosele por lo tanto la salida.
Cualquier bosquecito se presenta como una inmensa y enmarañada montaña, sin senda ni salida, por donde el perdido empieza a trasegar arañándose, rompiéndose la ropa y sufriendo toda clase de percances.
Cuando, pasado el conjuro, ve que sólo ha sido en un pequeño bosque en el que se ha perdido y destrozado, no deja de exclamar:
–Eso jue esa vieja yerbatera e la Madremonte que hizo esta jugada.
La imagen o figura de la Madremonte muy pocos la han visto, y aquellos que la han llegado a ver, es sólo por un instante y mientras no estén bajo su influencia.
Por lo regular, la víctima que esté bajo los efectos de los ataques de la Madremonte, no la ve, sólo siente ese extraño sopor y divagación que lo hace fracasar; se puede decir que este mito de los montes huye de las miradas humanas.
Para librarse uno de las acometidas de la Madremonte es conveniente ir fumando un tabaco o con un bejuco de adorote o carare amarrado a la cintura.
Es también conveniente llevar pepas de cavalonga en el bolsillo o una vara recién cortada de cordoncillo, de chicalá o guayacán, a guisa de bordón; sirve así mismo, para el caso portar escapularios y medallas benditas o ir rezando la oración a San Isidro Labrador, abogado de los montes y de los aserríos.
La Patasola
El ser más terrible, sanguinario y endemoniado que perturbó jamás las mentes campesinas fue la Patasola; imperaba este mito en las montañas vírgenes, donde no se oía el canto del gallo ni el ladrido del perro, ni mucho menos donde existiera ganado vacuno; donde vivían todavía el tigre y la danta y otros animales semejantes, pues este personaje es casi considerado como una fiera o monstruo que tiene el poder de metamorfosearse a su antojo. Así algunos dicen haberla visto como una mujer hermosísima que da grandes saltos para poder avanzar con la única pata que tiene; otros la describen como una perra grande y negra, collareja, de inmensas orejas; y otros como una vaca negra grande y tope.
La leyenda reza que la Patasola fue una mujer muy bella, codiciada por todos, pero perversa y cruel que se dio al vagabundeaje y la disipación. Andaba y andaba haciendo males con su hermosura pervertida. Para acabar con su dañino libertinaje, y en horrendo castigo, le amputaron una pierna con un hacha, y el miembro fue luego quemado en una hoguera hecha contusas de maíz.
La mujer murió a consecuencia de la terrible mutilación, y desde entonces vaga por entre el corazón de las montañas gritando lastimeramente en busca del consuelo y engañando siempre con sus lamentos al que la escucha, quien cree, al oír la voces angustiosas, que es una persona perdida en la espesura e ingenuamente contesta sus gritos, con los cuales la atrae y ésta termina por devorarlo ferozmente.
Huye y se enfurece ante todo lo que se relacione con el hombre cristiano; le fastidian los grandes aserríos en las montañas, los tambos, las trochas, las cacerías, las labranzas y las siembras, en especial de maíz, cerca de sus dominios; las excursiones con bueyes, caballos u otros animales amigos del hombre y todo aquello que trate de invadir sus lóbregos y abruptos territorios. Persigue a los hombres que maldicen en las montañas, a los cazadores que tienen la osadía de adentrarse en la espesura; a los aserradores, que por lo general pasan la noche en la montaña en toscos ranchos construidos junto al aserradero; a los mineros, a los que abren trochas y buscan maderas, y en fin, a todos los que por un motivo u otro violan las misteriosas soledades de la montaña.
Para protegerse uno de los ataques de la Patasola hay una oración especial, la cual todo campesino que tiene que atravesar la montaña
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