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Secuencia teórico- práctica: Modelamiento de la comprensión lectora


Enviado por   •  24 de Junio de 2017  •  Apuntes  •  3.675 Palabras (15 Páginas)  •  185 Visitas

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Secuencia teórico- práctica: Modelamiento de la comprensión lectora[pic 1]

                                                                                             Nombre: ____________________________________[pic 2][pic 3]

                                                                                               Curso:                    Fecha:

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Objetivo: Fortalecer el modelamiento de la comprensión lectora de los y las estudiantes.

Anticipa la lectura

¿Cuáles crees tú que sean los problemas más complejos que enfrentan los jóvenes de hoy? Si escribieras una novela, ¿cuáles serían las temáticas que abordarías en ella?

Resumen del libro

Pese al milagro médico de reducción de tumor que le  ha comprado unos cuantos años más, Hazel nunca ha  sido otra cosa que una  paciente terminal, su último  capítulo escrito en su diagnóstico. Pero cuando un  maravilloso giro inesperado llamado Augustus Waters  aparece repentinamente en el Grupo de Apoyo a Niños  con Cáncer…La  historia de Hazel está a punto de ser reescrita completamente.

Bajo la misma estrella: Capítulo I

[pic 5]

A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi madre llegó a  la conclusión de que estaba deprimida, seguramente porque apenas salía de  casa, pasaba mucho tiempo en la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi  nunca comía y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar en  la muerte.  Cuando leemos un folleto sobre el cáncer, una página web o lo que sea,  vemos que sistemáticamente incluyen la depresión entre los efectos colaterales  del cáncer. Pero en realidad la depresión no es un efecto colateral del cáncer.  La depresión es un efecto colateral de estar muriéndose. (El cáncer también es  un efecto colateral de estar muriéndose. La verdad es que casi todo lo es.)  Aunque mi madre creía que debía someterme a un tratamiento, así que me  llevó a mi médico de cabecera, el doctor Jim, que estuvo de acuerdo en que  estaba hundida en una depresión total y paralizante, que había que cambiarme  la medicación y que además debía asistir todas las semanas a un grupo de  apoyo.  El grupo de apoyo ponía en escena un elenco cambiante de personajes en  diversos estadios de enfermedad tumoral. ¿Por qué el elenco era cambiante?  Un efecto colateral de estar muriéndose.  El grupo de apoyo era de lo más deprimente, por supuesto. Se reunía cada  miércoles en el sótano de una iglesia episcopal de piedra con forma de cruz.  Nos sentábamos en círculo justo en medio de la cruz, donde se habrían unido las  dos tablas de madera, donde habría estado el corazón de Jesús.  Me di cuenta porque Patrick, el líder del grupo de apoyo y la única persona  en la sala que tenía más de dieciocho años, hablaba sobre el corazón de Jesús  en cada puñetera reunión, y decía que nosotros, como jóvenes supervivientes  del cáncer, nos sentábamos justo en el sagrado corazón de Cristo, y todo ese  rollo.  En el corazón de Dios las cosas funcionaban así: los seis, o siete, o diez  chicos que formábamos el grupo entrábamos a pie o en silla de ruedas,  echábamos mano a un decrépito surtido de galletas y limonada, nos  sentábamos en el «círculo de la confianza» y escuchábamos a Patrick, que nos  contaba por enésima vez la miserable y depresiva historia de su vida:

que tuvo  cáncer en los testículos y pensaban que se moriría, pero no se murió, y ahora  aquí está, todo un adulto en el sótano de una iglesia en la ciudad que ocupa el  puesto 137 de la lista de las ciudades más bonitas de Estados Unidos,  divorciado, adicto a los videojuegos, casi sin amigos, que a duras penas se gana  la  vida  explotando  su  pasado  cancerígeno,  que  intenta  sacarse  poco  a  poco un máster que no mejorará sus expectativas laborales y que espera, como  todos nosotros, que caiga sobre él la espada de Damocles y le proporcione el  alivio  del  que  se  libró  hace  muchos  años,  cuando  e l  cáncer  le  invadió  los  cojones, pero le dejó lo que solo un alma muy generosa llamaría vida. [pic 6]

¡Y TAMBIÉN VOSOTROS PODÉIS TENER ESA GRAN SUERTE!

Luego nos presentábamos: nombre, edad, diagnóstico y cómo estábamos en  ese momento. «Me llamo Hazel  —dije cuando me llegó el turno—. Dieciséis años. Al principio tiroides, pero hace mucho hizo metástasis en los pulmones.  Y estoy muy bien.» Una vez concluido el círculo, Patrick siempre preguntaba si alguien quería  compartir  algo.  Y  entonces  empezaban  los llantos  en  grupo,  y  todo  el  mundo  hablaba  de  pelear,  luchar,  vencer,  retroceder  y  hacerse  escáneres.  Para  ser  justa  con  Patrick,  debo  decir  que  también  nos  dejaba  hablar  de  la  muerte,  aunque  la  mayoría  de  ellos  no  estaban  muriéndose.  La  mayoría  de  ellos  llegarían a adultos, como Patrick. (Eso  implica  que  había  bastante  competitividad,  porque  todo  el  mundo  quería derrotar no solo el cáncer, sino también a las demás personas de la sala.  Ya sé que es absurdo, pero es como cuando te dicen que tienes, pongamos por  caso,  un  veinte  por  ciento  de  posibilidades  de  vivir  cinco  años.  Entonces  entran  en  juego   las  matemáticas  y  calculas  que  es  una  posibilidad  de  cada  cinco…  así  que  miras  a  tu  alrededor  y  piensas  lo  que  pensaría  cualquier  persona sana: «Tengo que durar más que cuatro de estos idiotas».). Lo único positivo del grupo de apoyo era Isaac, un chico de cara alargada,  flacucho y con el pelo rubio y liso cayéndole sobre un ojo. Y sus ojos eran el problema. Tenía un extraño y poco frecuente cáncer de  ojos. De niño le habían extirpado un ojo, y ahora llevaba unas gafas  de  botella que hacían que sus ojos parecieran inmensos (los dos, el real y el de  cristal), como si toda su cara se redujera a ese ojo falso y ese ojo verdadero,  que te miraban fijamente. Por lo que pude entender en las raras ocasiones en  que  Isaac  compartió  sus  experiencias  con  el  grupo,  el  cáncer  se  había  reproducido y amenazaba de muerte al ojo que le quedaba. Isaac  y  yo  nos  comunicábamos  casi  exclusivamente  con  la  mirada.  Cada  vez que alguien hablaba de dietas contra el cáncer, de rallar aleta de tiburón  molida o cosas por el estilo, me lanzaba una mirada. Yo movía ligeramente la  cabeza y resoplaba a modo de respuesta.

**********

II.- Segunda visita al grupo de apoyo

Un chico me miraba fijamente.[pic 7]

Estaba segura de que no lo había visto antes. Como era alto y musculoso, la  silla escolar de plástico en la que estaba sentado parecía de juguete. Tenía el  pelo  de  color  caoba,  liso  y  corto.  Parecía  de  mi  edad,  quizá  un  año  más,  y  había pegado su humanidad al fondo de la silla, en una postura lamentable, con una  mano medio metida en un bolsillo de sus jeans oscuros. Miré hacia otro lado, porque de pronto fui consciente de que iba hecha una pena.  Llevaba  unos  jeans  viejos  que  alguna  vez  habían  sido  ajustados,  pero que ahora  me colgaban por todas partes, y una camiseta amarilla de un grupo de música que ya no me gustaba. En cuanto al pelo, lo llevaba cortado a lo  paje,  y  ni  siquiera  me  había  molestado  en  cepillármelo.  Además  tenía  los mofletes  ridículamente  inflados,  como  una  ardilla,  un  efecto  colateral  del tratamiento. Parecía una persona de proporciones normales con un globo por cabeza. Eso por no hablar de los tobillos hinchados. Pero le lancé una mirada rápida y vi que sus ojos seguían clavados en mí. Me pregunté por qué la gente lo llamaba «contacto» visual.  Me dirigí al grupo y me senté al lado de Isaac, a dos sillas de distancia del  chico. Volví a echar un vistazo, y seguía mirándome. Os digo una  cosa: estaba buenísimo. Si un chico que no está bueno te mira de arriba abajo, en el mejor de los casos te sientes incómoda, y, en el peor, te sientes agredida. Pero un chico que está bueno… en fin. Saqué  el  móvil  y  pulsé  una  tecla  para  ver  la  hora:  las  16.59.  El  grupo  se completó con los infelices adolescentes de doce a dieciocho años, y entonces Patrick empezó la oración de la serenidad:  «Dios, concédeme serenidad para  aceptar  las  cosas  que  no  puedo  cambiar,  valor  para  cambiar  las  que  puedo  cambiar y sabiduría para entender la diferencia». El chico seguía mirándome. Sentí que me ruborizaba.

Al final decidí que la mejor estrategia era mirarlo yo a él. Al fin y al cabo, los  chicos  no  tienen  el  monopolio  de  las  miradas.  Así  que  lo  observé detenidamente mientras Patrick comentaba por enésima vez que era impotente,  etcétera, y enseguida la cosa se convirtió en una competición de miradas. Al  rato el chico sonrió y desvió por fin sus ojos azules. Cuando volvió a mirarme, alcé las cejas para darle a entender que  yo había ganado. El  chico  encogió  los  hombros.  Patrick  siguió  hasta  que  por  fin  llegó  el  momento de las presentaciones.

—Isaac,  quizá  te  gustaría  empezar  hoy.  Sé  que  estás  pasando  por  un momento difícil.

—Sí  —contestó  Isaac—.  Me  llamo  Isaac  y  tengo  diecisiete  años.  Parece  que tienen que operarme dentro de dos semanas. Después de la operación me  quedaré ciego. No me quejo ni nada de eso, porque sé que muchos de ustedes  están peor, pero, bueno, en fin, ser ciego es una mierda. Aunque mi novia me  ayuda, y amigos como Augustus. Señaló con la cabeza al chico, que ahora tenía nombre.

—En fin —continuó diciendo Isaac mirándose las manos, con las que había  formado una especie de gesto—, no hay nada que hacer.

—Puedes contar con nosotros, Isaac  —dijo Patrick—.  Vamos a decírselo a Isaac, chicos.

Y hablamos todos a la vez:

—Puedes contar con nosotros, Isaac.

El  siguiente  fue  Michael,  de  doce  años.  Tenía  leucemia.  Siempre  había  tenido leucemia. Estaba bien. (O eso dijo, aunque había tomado el ascensor.) Linda  tenía  dieciséis  años  y  era  lo  bastante  guapa  para  ser  objeto  de  las  miradas  del  tío  bueno.  Era  una  asidua  con  un  cáncer  de  apéndice  que  había  remitido hacía mucho tiempo. Yo ni siquiera sabía que el cáncer de apéndice  existía hasta que la oí nombrarlo. Dijo  —como había dicho todas las veces en  que  yo  había  ido  al  grupo  del  apoyo—  que  se  sentía  fuerte,  y  a  mí,  con  aquellas protuberancias que expulsaban oxígeno y me hacían cosquillas en la  nariz, me pareció una tontería.  

Intervinieron otros cinco chicos antes de que le tocara a él. Cuando le llegó  su  turno,  sonrió  ligeramente.  Tenía  una  voz  grave,  ardiente  y  terriblemente  sexy:

—Me llamo Augustus Waters. Tengo diecisiete años. Hace un año y medio  me diagnosticaron un osteosarcoma, pero estoy aquí solo porque  Isaac me lo  ha pedido.

—¿Y cómo estás? —le preguntó Patrick.

—Muy  bien.  —Esbozó  una  sonrisa  torcida—.  Estoy  en  una  montaña  rusa  que no hace más que subir, amigo mío.  Cuando me llegó el turno, dije:

—Me llamo Hazel y tengo dieciséis años. Cáncer de tiroides que ha pasado a los pulmones. Estoy bien. [pic 8]

La hora pasó enseguida. Se contaron peleas, batallas ganadas en guerras que  sin  duda  se  perderían.  Se  aferraban  a  la  esperanza.  Se  habló  de  la  familia,  tanto  bien  como  mal.  Estaban  todos  de  acuerdo  en  que  los  amigos  no  lo  entendían. Se derramaron lágrimas y se recibió consuelo. Ni Augustus Waters ni yo volvimos a hablar hasta que Patrick dijo:

—Augustus, quizá te gustaría compartir tus miedos con el grupo.

—¿Mis miedos?

—Sí.

—Me da miedo el olvido.  —Habló  sin pensárselo un segundo—. Lo temo  como el ciego al que le da miedo la oscuridad.

—No te adelantes —intervino Isaac esbozando una media sonrisa.

—¿He  sido  poco  delicado?  —preguntó  Augustus—.  Puedo  ser  bastante  ciego con los sentimientos de los demás.  Isaac se reía, pero Patrick levantó un dedo amonestador:

—Augustus, por favor, sigamos contigo y con tu lucha. ¿Has dicho que te  da miedo el olvido?

—Sí, eso he dicho —contestó Augustus.

Patrick parecía perdido.

...

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