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Veronika Decide Morir

PabloMontenegro8 de Mayo de 2012

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VERONIKA DECIDE MORIR

El día 11 de noviembre de 1997, Veronika decidió que había llegado, por fin, el momento de

matarse. Limpió cuidadosamente su cuarto alquilado en un convento de monjas, apagó la

calefacción, se cepilló los dientes y se acostó.

De la mesita de noche sacó las cuatro cajas de pastillas para dormir. En vez de juntarlas y diluirlas en agua, resolvió tomarlas una por una, ya que existe gran distancia entre la intención y el acto y

ella quería estar libre para arrepentirse a mitad de camino. Sin embargo, a cada comprimido que tragaba se sentía más convencida; al cabo de cinco minutos las cajas estaban vacías.

Como no sabía exactamente cuánto tiempo iba a tardar en perder la conciencia, había dejado encima de la cama una revista francesa, Homme, edición de aquel mes, recién llegada a la biblioteca

donde trabajaba. Aun cuando no tuviese ningún interés especial por la informática, al hojear la revista había descubierto un artículo sobre un juego de ordenador (CD-ROM le llamaban) creado por

Paulo Coelho, un escritor brasileño al que había tenido la oportunidad de conocer en una

conferencia en el café del hotel Gran Unión. Ambos habían intercambiado algunas palabras, y ella

había terminado siendo convidada por su editor a una cena que se celebraba esa noche. Pero el

grupo era grande, y no hubo posibilidad de profundizar en ningún tema.

El hecho de haber conocido al autor, sin embargo, la llevaba a pensar que él formaba parte de su

mundo, y leer algo sobre su trabajo podía ayudarla a pasar el tiempo. Mientras esperaba la muerte,

Veronika comenzó a leer sobre informática, un tema que no le interesaba en absoluto, y esto

armonizaba con todo lo que había hecho durante toda su vida, siempre buscando lo más fácil o lo

que se hallara al alcance de la mano. Como aquella revista, por ejemplo.

Para su sorpresa, no obstante, la primera línea del texto la sacó de su pasividad natural (los

somníferos aún no se habían disuelto en el estómago, pero Veronika ya era pasiva por naturaleza) e

hizo que, por primera vez en su vida, considerase como verdadera una frase que estaba muy de

moda entre sus amigos: «nada en este mundo sucede por casualidad».

¿Por qué aquella primera línea, justamente en un momento en que había comenzado a morir?

¿Cuál era el mensaje oculto que tenía ante sus ojos, si es que existen mensajes ocultos en vez de

casualidades?

Debajo de una ilustración del tal juego de ordenador, el periodista comenzaba su escrito

preguntando: «¿Dónde está Eslovenia?»

«Nadie sabe dónde está Eslovenia -pensó- No tienen idea.»

Pero aun así Eslovenia existía, y estaba allí afuera, allí dentro, en las montañas que la rodeaban y

en la plaza delante de sus ojos: Eslovenia era su país.

Apartó la revista: no le interesaba ahora indignarse con un mundo que ignoraba por completo la

existencia de los eslovenos; el honor de su nación ya no le inspiraba respeto. Había llegado la hora

de tener orgullo de sí misma, de saber que había sido capaz, que finalmente había tenido valor y

estaba dejando esta vida. ¡Qué alegría! Y estaba haciendo eso tal como siempre lo había soñado:

mediante comprimidos, que no dejan marcas.Libro digitalizado por www.pidetulibro.cjb.net

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Veronika había estado buscándolos durante casi seis meses. Pensando que nunca lograría

conseguirlos, había llegado a pensar en la posibilidad de cortarse las venas, a pesar de saber que

terminaría llenando el cuarto de sangre, dejando a las monjas confusas y preocupadas. Un suicidio

exige que las personas piensen primero en sí mismas, y después en los demás. Estaba dispuesta a

hacer todo lo posible para que su muerte no causara mucho trastorno, pero si cortarse las venas era

la única posibilidad, entonces, lo siento, las hermanas que limpiaran el cuarto y se olvidaran pronto

del asunto, o si no tendrían dificultades para alquilarlo de nuevo; al fin y al cabo, incluso a fines del

siglo XX, las personas aún creían en fantasmas.

Es verdad que ella también podía tirarse desde uno de los pocos edificios altos de Ljubljana pero

¿y el sufrimiento enorme que tal actitud terminaría causando a sus padres? Además del impacto de

descubrir que la hija había muerto, estarían obligados a identificar un cuerpo desfigurado: no, ésta

era una solución peor que la de sangrar hasta morir, pues dejaría marcas indelebles en personas que

sólo querían su bien.

«Terminarán admitiendo la muerte de la hija. Pero un cráneo reventado debe de ser imposible de

olvidar. »

Dispararse un tiro, lanzarse al vacío, ahorcarse, nada de eso estaba en consonancia con su

naturaleza femenina. Las mujeres, cuando se suicidan, eligen medios mucho menos truculentos,

como cortarse las venas o ingerir una sobredosis de somníferos. Las princesas abandonadas y las

actrices de Hollywood habían dado diversos ejemplos a este respecto.

Veronika sabía que la vida era una cuestión de esperar siempre la hora adecuada para actuar. Y

así fue: dos amigos suyos, compadecidos por sus quejas de que no podía dormir, habían conseguido

-cada uno por su cuenta- dos cajas de una droga poderosa que era utilizada por los músicos de un

club nocturno local. Veronika había dejado las cuatro cajas en su mesita de noche durante una

semana, flirteando con la muerte que se aproximaba, y despidiéndose, sin ningún sentimentalismo,

de aquello a lo que llamaban Vida.

Ahora estaba allí, contenta por haber ido hasta el final, y aburrida porque no sabía qué hacer con

el poco tiempo que le restaba.

Volvió a pensar en el absurdo que acababa de leer: cómo era posible que un artículo sobre un

ordenador pudiera comenzar con una frase tan idiota: «¿Dónde está Eslovenia?»

Como no encontró nada más interesante en que preocuparse, decidió leer el artículo hasta el

final, y descubrió la causa: el tal juego había sido producido en Eslovenia -ese extraño país que

nadie parecía saber dónde estaba, excepto quienes vivían en él- por causa de la mano de obra más

barata. Unos meses atrás, al lanzarlo al mercado, la productora francesa había dado una fiesta para

periodistas de todo el mundo, en un castillo en VIed.

Veronika recordó haber oído algo en relación con esa fiesta, que había sido un acontecimiento

especial en la ciudad, no sólo por el hecho de haberse redecorado el castillo para acercarse al

máximo al ambiente medieval del CD-ROM, sino también por la polémica que le siguió en la

prensa local: había periodistas alemanes, franceses, ingleses, italianos, españoles.... pero ningún

esloveno había sido convidado.Libro digitalizado por www.pidetulibro.cjb.net

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El articulista de Homme, que había venido a Eslovenia por primera vez, seguramente con todo

pagado y decidido a pasar su tiempo halagando a otros periodistas, diciendo cosas supuestamente

interesantes, comiendo y bebiendo gratis en el castillo, había decidido empezar su artículo haciendo

un chiste que debía de agradar mucho a los sofisticados intelectuales de su país. Inclusive debía de

haber contado a sus amigos de redacción algunas historias falsas sobre las costumbres locales, o

sobre la manera poco elegante de vestirse de las mujeres eslovenas.

Problema de él. Veronika se estaba muriendo, y sus preocupaciones debían ser otras, como saber

si existe vida después de la muerte, o a qué hora encontrarían su cuerpo. Aun así, o tal vez

justamente por causa de eso, de la importante decisión que había tomado, aquel artículo la estaba

molestando.

Miró por la ventana del convento que daba a la pequeña plaza de Ljubljana. «Si no saben dónde

está Eslovenia, Ljubljana debe de ser un mito», pensó. Como la Atlántida, o Lemuria, o los

continentes perdidos que pueblan la imaginación de los hombres. Nadie empezaría un artículo, en

ningún lugar del mundo, preguntando dónde estaba el monte Everest, aun cuando nunca hubiese

estado allí. Y sin embargo, en plena Europa, un periodista de una revista importante no se

avergonzaba de hacer una pregunta de esa clase, porque sabía que la mayor parte de sus lectores

desconocía dónde estaba Eslovenia. Y más aún Ljuljana, su capital.

Fue entonces cuando Veronika descubrió una manera de pasar el tiempo, ya que habían

transcurrido diez minutos y aún no notaba ninguna diferencia en su organismo. El último acto de su

vida iba a ser una carta para aquella revista, explicando que Eslovenia era una de las cinco

repúblicas resultantes de la división de la antigua Yugoslavia.

Dejaría la carta con su nota de suicidio. De paso, no daría ninguna explicación sobre los

verdaderos motivos de su muerte.

Cuando encontraran su cuerpo, concluirían que se había suicidado porque una revista no sabía

dónde estaba su país. Se rió ante la idea de ver una polémica en los diarios, con gente de acuerdo o

en desacuerdo con su suicidio en honor a la causa nacional. Y se quedó

...

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