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.1. Una pedagogía esclarecida previene la neurosis


Enviado por   •  17 de Febrero de 2017  •  Apuntes  •  10.441 Palabras (42 Páginas)  •  492 Visitas

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Freud, la educación, el psicoanálisis

Escrito por Guillermo Bustamante- Zamudio Universidad Pedagógica nacional, Bogotá, Colombia guibuza@gmail.com  bustama@cable.net.co

Transferencia a la práctica. Los ejemplos tomados de tres épocas del pensamiento de Freud frente a la educación muestran la dependencia existente entre el estado de la teoría y lo que se dice sobre el objeto de investigación; y entre las categorías y lo delimitado como objeto, lo tomado como “dato” útil a la investigación. El campo educativo resulta tan complejo como la complejidad teórica con que se lo aborde; de las formas de comprensión (elaboradas o no) y de asunción (algo que ya no pasa por la razón simplemente) dependen las decisiones que se toman en dicho campo.

Presentación

Freud se refiere a la educación en varios momentos. Analizaré tres referencias suyas: 1. El apartado de El interés por el psicoanálisis que se refiere a la pedagogía (1913). 2. El Prólogo que escribe al libro Juventud descarriada, de august aichhorn (1925). 3. La parte correspondiente a educación de la Conferencia 34 de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932). Estos textos ilustran la transformación de la posición de Freud, a medida que la teoría iba cambiando.

1. Una pedagogía esclarecida previene la neurosis

En El interés por el psicoanálisis, Freud (1913, pp. 191-192) destina un apartado al interés que el psicoanálisis despierta para la pedagogía: “El gran interés de la pedagogía por el psicoanálisis descansa en una tesis que se ha vuelto evidente. Sólo puede ser educador quien es capaz de compenetrarse por empatía con el alma infantil (…)”. El psicoanálisis había producido una importante ruptura, escandalosa, que hoy no sorprende tanto en la medida en que tales tesis se han vuelto evidentes. Se trataba de desmentir la idea dominante de que el niño es un ángel, y sus implicaciones: un sitio distinto al cielo o al infierno (propios de los adultos que han mantenido su templanza frente a la tentación o que han pecado), una “minoría de edad”, una inimputabilidad, una jurisprudencia particular, etc. Para Freud, el niño es un perverso polimorfo: porque tiene fijaciones en formas de goce que se hallan en zonas erógenas que no son los órganos sexuales; y porque esas satisfacciones tienen formas independientes entre sí, que no confluyen, que no se apoyan mutuamente. Entonces, el psicoanálisis podría tener interés para la pedagogía pues, a diferencia de la manera tradicional de apreciar al niño –que no le reconoce ese estatuto, y pone en su lugar la idea de inocencia–, lo considera sujeto de pleno derecho. Cuando habla de “compenetrarse por empatía con el alma infantil”, no se refiere a infantilizarse (así se entendería hoy: que el adulto se ponga a hacer como un niño), sino a saber lo que es el alma infantil; a saber que el niño no es un santo, que la mirada que lo hace inocente en realidad no le hace un bien, sino que lo oculta. La idea es muy dura: “Sólo puede ser educador quien es capaz de compenetrarse por empatía con el alma infantil”. O sea que los educadores que no saben quién es el niño, que lo creen inocente, una tabula rasa abierta al conocimiento, no entienden con quién están tratando, no saben lo que en él ocurre… de manera que no saben lo que hacen. Por el contrario, tener empatía con el alma infantil, condición para ser un educador, quiere decir conocer al perverso polimorfo, no suponerlo desde perspectivas deficitarias o santificadoras. “(…) y nosotros los adultos no comprendemos a los niños porque hemos dejado de comprender nuestra propia infancia. Nuestra amnesia de lo infantil es una prueba de cuánto nos hemos enajenado de ella”. Según esto, no se puede ser maestro sólo mediante el propósito de serlo, o por haber cursado cierto grado de formación, o por ser mayor. La dificultad para ser maestro estaría en un obstáculo constitutivo del hecho de ser adulto: una enajenación. No se conoce al niño mediante un gesto de buena voluntad: el estatuto de adulto contiene el efecto de la “amnesia infantil”, o sea, el olvido en el que cayó una porción de la primera infancia. Este olvido no es un efecto natural de ciertos procesos: se trata del precio pagado para continuar por el camino de la socialización en la familia. Según Freud, la llegada al mundo no tiene nada de natural: desde la alimentación, comienza a configurarse alrededor del acto de succionar una zona erógena. ¿Cómo explicar, si no, el hecho de que el niño se chupe el dedo, extremidad de la que no sale alimento?

El psicoanálisis ha descubierto los deseos, formaciones de pensamiento y procesos de desarrollo de la niñez; todos los empeños anteriores fueron enojosamente incompletos y erróneos porque habían dejado por entero de lado un factor de importancia inapreciable: la sexualidad en sus exteriorizaciones corporales y anímicas. El asombro incrédulo con que se ha recibido a las averiguaciones más seguras del psicoanálisis acerca de la infancia –sobre el complejo de Edipo, el enamoramiento de sí mismo (narcisismo), las disposiciones perversas, el erotismo anal, el apetito de saber sexual– mide la distancia que separa a nuestra vida anímica, a nuestras valoraciones y aun a nuestros procesos de pensamiento, de los del niño, aun los del niño normal.

Cuando el sujeto ha recibido unos límites y, en consecuencia, sacrifica la obtención de la satisfacción sexual con los miembros de su familia, olvida todo ese período. ahora estará volcado hacia adelante: “cuando sea grande…”. Y el proceso anterior queda, en términos de Freud, reprimido. ¿Cómo esperar, entonces, que quienes han experimentado la necesidad de olvidar lo que fueron en cierta época para poder construir un camino bajo las nuevas condiciones, cómo esperar que ellos –los adultos– conozcan al niño? Las ideas que tienen sobre él están condicionadas desde ese punto de partida. Por eso, Freud dice que nuestras valoraciones y nuestros procesos de pensamiento distan de la vida anímica del niño. No se trata, entonces de pensamientos equivocados, sino de maneras de pensar, independientemente de lo que se piense. “Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis, hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil (…)”. El obstáculo que el maestro tiene para comprender al niño, su propio paso por esa época, se desmontaría mediante una “familiarización” con los resultados del psicoanálisis. En otras palabras, una posición frente a la infancia puede ser removida mediante una comunicación de los resultados de esa disciplina. Una información equivocada se cambiará por una acertada. Pero el asunto es que la primera no es sencillamente una información equivocada, sino un peaje, una manera de asumir el mundo. En todo caso, si los maestros están bien informados, “hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil”. “(…) y, entre otras, no correrán el riesgo de sobrestimar las mociones pulsionales socialmente inservibles o perversas que afloren en el niño”. En el niño aflorarán unas mociones pulsionales que no van a revertir en una utilidad social (chuparse el dedo, por ejemplo); y otras de tipo perverso (el exhibicionismo, por ejemplo). Entonces, según Freud, si el maestro sabe el sentido de estas mociones pulsionales, no las va a juzgar como pérdida de tiempo o como algo malvado y diabólico que debe ser extirpado, castigado. En muchos casos, se trata de algo que no puede no pasar: es indefectible que el niño atraviese una etapa sádica, que retenga las heces, que quiera verificar el sexo de los demás, etc. Si el maestro lo sabe, no sobrestimará esas manifestaciones, cosa que sí ocurre cuando no sabe que eso tiene que pasar. Se asusta; y la magnitud del susto no es ajena a la manera como fueron tramitadas en él mismo esas mociones. “Más bien se abstendrán de intentar una sofocación violenta de esas mociones cuando se enteren de que tales intervenciones a menudo producen unos resultados no menos indeseados que la misma mala conducta que la educación teme dejar pasar en el niño. Una violenta sofocación desde afuera de unas pulsiones intensas en el niño nunca las extingue ni permite su gobierno, sino que consigue una represión en virtud de la cual se establece la inclinación a contraer más tarde una neurosis”. Cuando no sabe, el maestro trata de sofocar violentamente esas mociones, sin calcular el efecto que ello tendrá, pues se siente haciendo una obra moralmente inapelable. Y a más idealización del asunto, más severidad. Sin embargo, más daño puede hacer el intento de sofocación –temiendo, por ejemplo, que los otros niños se contagien del “pecador”– que la manifestación espontánea del niño. Y si bien estas actitudes no tienen los efectos buscados, sí producen otros que no se han buscado: “la inclinación a contraer más tarde una neurosis”. Según Freud, “El psicoanálisis tiene a menudo oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir enfermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligente de la educación (…)”. Como se ve, habría una relación de causa-efecto entre “la severidad inoportuna e ininteligente de la educación” y algunas enfermedades nerviosas. En otras palabras, cuando la escuela reacciona severamente ante la manifestación pulsional, lo hace de manera no inteligente, pues no conoce la pulsión y sus manifestaciones; y de manera inoportuna, pues produce efectos negativos. Los efectos de las reprimendas son al menos tan negativos como los efectos de las conductas que se quieren detener. La educación quiere formar al niño y, no obstante, desconoce su proceso anímico. ahora bien, los efectos negativos no se plantean solamente desde la perspectiva de la enfermedad nerviosa (los más graves), sino también desde la perspectiva de la capacidad de trabajo: “(…) o bien a expensas de cuántas pérdidas en la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad exigida (…)”. Es decir, una educación que no entiende al niño y que antepone unos ideales morales –la idea de “normalidad”–, puede producir con sus reprimendas no sólo enfermedades nerviosas, sino también niños ceñidos a la norma, pero improductivos e incapaces de disfrutar. Como se ve, “normal” y “patológico” en Freud no coinciden con los juicios sociales: un niño normal para la sociedad, puede ser un niño improductivo; y un niño “anormal” puede ser un niño que no ha entrado en la norma esperada, pero que manifiesta lo que es propio de una persona de su edad. En este punto, Freud alude al concepto de sublimación: “(…) pero puede también enseñar [el psicoanálisis] cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión, sino apartadas de sus metas originarias y dirigidas a unas más valiosas, en virtud del proceso de la llamada sublimación”. Se trata de un proceso mediante el cual la meta de la pulsión, que tiene un valor meramente individual, se transforma en otra que puede tener un valor social. Según él, la dedicación al arte y a las actividades de beneficio social son producto de la sublimación (no las busca inicialmente la pulsión). Esa posibilidad estaría en todos, pero una educación que reprima, conduce a la enfermedad o a la incapacidad disfrazada de normalidad; mientras que una educación que dé los elementos para que la pulsión cambie de meta, permitirá la satisfacción de la pulsión (y entonces el sujeto podrá disfrutar) y, al mismo tiempo, un aporte a la vida social. El resumen de esto, en una frase tal vez críptica, es: “Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas formaciones reactivas y sublimaciones sobre el terreno de las peores disposiciones”. Es decir, las disposiciones humanas no son per se buenas. a escala de las disposiciones no hay buenos y malos; a esa escala buscamos la propia satisfacción, pasando por el uso del otro como un objeto. Si apreciamos “virtudes” en un ser humano es porque, o bien se trata de formas reactivas (se hace lo contrario de lo que se quisiera), o bien de sublimaciones (la pulsión se satisface, pero buscando otra meta). así, lo que parece a primera vista –perspectiva que incluye el efecto de la amnesia infantil– como algo merecedor de una reprimenda, en realidad resulta ser la fuente de las actitudes y capacidades que se esperan del niño: “La educación debería poner un cuidado extremo en no cegar estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia el buen camino”. Para concluir, plantea que: “En manos de una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de una profilaxis individual de las neurosis”. aquí ya no dice “enfermedad nerviosa”, en general, sino neurosis. Entonces, la educación colabora en la producción de neurosis cuando reprime las manifestaciones pulsionales, y lo hace porque desconoce los procesos del niño y, en lugar de ir en pos de ese conocimiento, antepone un ideal, al punto de sentirse satisfecha con personas improductivas pero “normales”. El psicoanálisis podría esclarecer para la educación el camino de las pulsiones, de forma que la educación obre frente a ellas de manera inteligente y, de tal forma, se haga una profilaxis de la neurosis… hasta donde puede esperarse… lo que quiere decir que ahí no estaría todo lo que debería concurrir para evitar la neurosis.

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