Antioquía, la Metrópoli Helenista
amejia8Tesis30 de Noviembre de 2012
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comenta de manera asíncrona, si el Juez debe utilizar el método de la Comprensión Empática para tener una convicción definida, al momento de dictar sentencia
En Venezuela el juez al momento de dictar sentencia debe aplicar la tarifa legal atenuada y sana crítica por lo tanto debe estudiar cada una de las pruebas aportadas en el proceso y por medio de la valoración que tenga cada una de ellas buscar una reconstrucción coherente de los hechos esto es lo principal; ahora el juez al momento de esta reconstrucción personal en busca de la verdad, puede según lo probado en autos y junto a su comprensión empática y experiencia vivida dictar la sentencia más favorable gracias Mariangel MejiaHELENISMO Y CRISTIANISMO
Como una alternativa frente al movimiento judaizante, el encuentro del c. con el h. creó en la Iglesia primitiva una síntesis, que fue siempre decisiva para su presentación histórica (pese a su germanización parcial). Denominar este proceso como «helenización» no responde sólo a la existencia probada de unas conexiones reales, se basa también en el juicio crítico sobre la constitución histórica de la Iglesia. Por tanto, la explicación de esas relaciones debe tener en cuenta la validez histórico-teológica del concepto, con lo cual llegaremos naturalmente a una comprensión diferenciada del helenismo.
1. Concepto.
Con el concepto «helenismo» J.G. Droysen abarcaba la era que se extiende desde la conquista del imperio persa por Alejandro Magno (331 a.C.) hasta el apogeo del imperio romano (31 a.C.). Esta división cronológica ofrece ciertas dificultades; considerando sobre todo el desarrollo del c., parece justificada la incorporación del período imperial romano. De todos modos en ese tiempo tuvo origen la profunda simbiosis, que caracterizó la faz de la Iglesia cristiana primitiva y que desde la reforma se ha interpretado como helenización. Desde el punto de vista del contenido, h. significa la fusión del espíritu griego (que según la interpretación antigua comprendía sin duda la lengua y cultura griegas) con la vida oriental, en todo lo cual los cambios políticos favorecieron el intercambio cultural (filosofía) y religioso (sincretismo). A pesar de todas las diferencias particulares, toda la zona en torno al Mediterráneo quedó envuelta en la marea unificante de este movimiento (internacionalidad), en cuya atmósfera tuvo lugar la predicación del mensaje cristiano.
2. Historia del problema
Aun cuando sólo desde la reforma se discute críticamente la síntesis de h. y c., la problemática como tal era ya conocida en la Iglesia primitiva. Tertuliano la percibió agudamente con su objeción polémica: «¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué tiene que ver la Academia con la Iglesia? » (Praescr. haeret. 7, 9). La pregunta apunta explícitamente al peligro que supone un cristianismo estoico, platónico o dialéctico, que intelectualiza la fe. De hecho los defensores de la orientación que se inclinaba hacia un encuentro del cristianismo con la paideia griega tuvieron que andar justificándose continuamente. Clemente de Alejandría, que sin el menor escrúpulo acogió el acervo espiritual helenista, defendía su empresa refiriéndose a la función propedéutica del helenismo de cara a la «filosofía cristiana» (Strom, vi 67, 1). A pesar de esto, durante los siglos de convivencia y desarrollo común de h. y c. persistió la reserva frente a esa orientación. También la edad media mantuvo a toda costa el ideal de la ecclesia primitiva, pero no precisamente frente a la helenización, que por primera vez criticó la reforma (siguiendo el espíritu del ->renacimiento) como señal de decadencia. Mientras Lutero polemizaba sobre todo contra el aristotelismo de la escolástica, Erasmo y Melanchton veían una causa de la postración en la apertura de la fe sencilla (clasicismo cristiano) a los sistemas filosóficos. I. Casaubon (t 1614) comparó los sacramentos cristianos con los misterios helenistas, y así sacó a la palestra la problemática histórico-religiosa de la helenización. Como iniciador, entre otros, de la historia de los dogmas, D. Petavio (t 1652) reconoció la influencia de la filosofía en el desarrollo doctrinal de la Iglesia; sobre todo hizo remontar las falsas interpretaciones (p. ej., el subordinacionismo) a una infiltración de esta clase y provocó con ello la disputa acerca del platonismo de los padres de la Iglesia. El reformado francés Souverain (t antes de 1700), crítico de la historia de los dogmas, consideraba, p. ej., la fe eclesiástica en la Trinidad y la personificación del Logos como obra de los padres de la Iglesia, que seguían las doctrinas de Platón. La tesis de la helenización terminó de formularla radicalmente E. Gibbon, que desde el punto de vista de la historia de las religiones inculpaba al cristianismo la decadencia de la antigüedad en general. G. Arnold (t 1714) demostraba en su Unparteyschen Kirchen- und Ketzerhistorie que la decadencia fue una helenización, con lo cual - manteniéndose él mismo dentro de los presupuestos helenistas - llegó a una valoración de la heterodoxia (Pelagio) que contradice a los criterios bíblicos.
Entre los intentos que ahora se hacen por reducir el c. a una religión natural o a un -> humanismo racional (J.J. Rousseau), se produce asimismo un alejamiento de los dogmas de la Iglesia partiendo de una visión antropocéntrica. Por otra parte, bajo el influjo de la idea de progreso, el problema de la helenización pasa a un segundo término; esto hace posible sobre todo la trasposición de lo esencialmente cristiano a la autoconciencia religiosa (F.D.E. Schleiermacher), reconociendo como provisional la forma de expresión de cada época. La irrupción del pensamiento historicista conduce finalmente en el campo protestante a una interpretación de la decadencia en el sentido de la historia de los dogmas. A. v. Harnack describe el dogma como «la obra del espíritu griego en el terreno del evangelio (HL u ACK, DG i, 20), excluyendo además los elementos judeocristianos; une el proceso creciente de mundanización con el desarrollo del dogma eclesiástico. Su interpretación del desarrollo histórico como decadencia salva en todo caso el cristianismo bíblico (sola Scriptura), aunque al precio de la objetividad histórica. Por otra parte, los representantes católicos de la historia de los dogmas apenas logran establecer una relación con la historia, preocupados como están por demostrar la identidad entre las aserciones bíblicas y las fórmulas dogmáticas. La problemática planteada por el h. y el c. repercute así hasta el momento presente de la discusión teológica.
3. Rasgos históricos fundamentales
H. y c. nunca se enfrentaron como entidades aisladas; la predicación del Evangelio tuvo lugar ya en un ambiente que, a pesar de cierta resistencia (2Mac 4,13), se caracterizaba por el equilibrio entre el espíritu griego y el mundo oriental (Filón). La formación de la palabra `EX vtaTi q (Act 6, 1; 9, 29) subraya la influencia del elemento no judío en la comunidad primitiva. Partiendo de Antioquía, la metrópoli helenista, la misión de los gentiles introdujo posteriormente el proceso de fusión que tantas consecuencias habría de tener, y cuya posibilidad fundamental nos la presenta gráficamente el discurso en el areópago (Act 17, 19-34). Durante este proceso el griego común (koiné) posclásico se mostró como un eficaz medio de comunicación. A pesar de la divergencia de contenido, la articulación del mensaje bíblico en este idioma creó un puente de enlace con el h. Con el vocabulario (p. ej., logos, kyrios, soter, epifaneia) se deslizó también naturalmente el mundo ideológico que implicaba, quedando el c. expuesto a la interpretación helenista. En el aspecto formal el paso al helenismo se manifestó en un empleo creciente de las formas literarias contemporáneas (pradseis, diálogo, etc.) por parte de los escritores eclesiásticos. Ya el NT (Mt 6, 26s; 11, 16s) contiene elementos de la llamada diatriba, cuyos temas de filosofía popular (en parte, de forma trivial) influyeron asimismo en la parénesis cristiana. La forma literaria debía contribuir al prestigio del mensaje bíblico y desvirtuar a la vez el reproche de su inferioridad. De hecho los padres de la Iglesia están fuertemente influidos por la tradición cultural de la antigüedad; dominan las reglas de la retórica, que en el proceso de formación ocupaba un lugar preeminente, y citan autores paganos (frecuentemente en forma anónima). Respecto a la interpretación de la Biblia tampoco se puede ignorar que el método patrístico (alegoría) se aproxima a los principios grecohelenistas, aunque también hay que tener en cuenta la tendencia a justificar la Escritura como «palabra de Dios» (sentido neumático). La recepción de formas griegas de pensamiento llevó la asimilación más allá del terreno literario; y sólo esta iniciativa hizo posible la ósmosis característica entre helenismo y cristianismo.
a) La diferencia entre el pensamiento hebreo y el griego impulsó ya dentro del NT a una solución. Ejemplo típico de esta dinámica es Heb 1, iss, donde las afirmaciones histórico-salvíficas quedan complementadas (a modo de interpretación) con conceptos griegos. Como consecuencia de la misión de los gentiles esta transformación del pensamiento se mostró como una necesidad inevitable, pues la predicación se encontró frente a un mundo lleno de una rica tradición espiritual. De cara a ésta la Iglesia se vio obligada a argumentar por la vía racional (cf. la polémica del médico Galeno [De usu part. 11, 15] contra la pura fe); pero de la misma conciencia cristiana
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