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Aprendizaje Experiencial Participativo


Enviado por   •  29 de Mayo de 2012  •  2.304 Palabras (10 Páginas)  •  633 Visitas

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Aprendizaje Experiencial Participativo

Un valor que se va descubriendo a partir de

un proceso experiencial participativo de carácter relacional.

Hugo Marroquín Rivera

No es de la riqueza que proviene la virtud;

sino de la virtud, la riqueza.

Platón – Apología a Sócrates.

En un nivel de objetos, las condiciones para conseguir una meta se hallan fuera de ella. Si la meta es llegar a un lugar, debo recorrer el camino que me permite lograr el objetivo. En cambio, el que desee lograr una relación de Encuentro debe realizar, en su vida, la forma de entrega que implica ese tipo de unión. Tal realización no es algo anterior al encuentro; es el encuentro mismo.

Alfonso López Quintás – Una vida lograda.

El milagro educativo que el Perú necesita es despertar, en su gente, la capacidad creativa.

Víctor Andrés Belaúnde – Peruanidad

Históricamente, la reflexión creativa como capacidad formal aparece, con carácter de rigor, desde los antiguos griegos para quienes el tiempo libre no estaba vinculado con el descanso, sino con la realización de actividades creativas o extáticas, en sí mismas valiosas.

Para los griegos clásicos, las actividades dedicadas al ocio creativo implicaban activar, en libertad, pausas significativas para el estudio, la investigación, el descubrimiento, el equilibrio, los deportes, entre muchas otras; por ello, su ejercicio se desarrollaba de manera fundamental en la Escuela (σχολή = sjolé). Así, Aristóteles en su libro Política, escribe: "La naturaleza humana misma busca no sólo el hacer las cosas correctamente, sino también la capacidad de desarrollar bien el ocio [creativo]. Esto es, una vez más, el fundamento de todo".

Para los griegos clásicos esta clase de actividades creativas se desplegaban, inicialmente, desde la Teoría (θεωρία); es decir, desde la facultad humana de activar una inteligencia consciente que se relacione y permita contemplar la realidad, desde el diálogo y el encuentro.

Estas interacciones permitirían [si se dispone de una escucha y atención adecuadas, ejercitadas con disciplina y rigor] asombrarse y maravillarse ante la grandeza de la vida y su dinámica creativa, y desde esta condición actuar hacia el mundo.

Luego en Roma, en el siglo I, Séneca también daba razones para dedicarle tiempo al ocio creativo. Destacaba que la contemplación es nuestra actividad original ya que "…la naturaleza nos concedió un carácter curioso, y consciente de sus facultades, de su orden y armonía; nos procreó como espectadores de un maravilloso universo". Pero destacaba, además, la importancia de realizar este ejercicio día a día y actualizarlo a partir de la entrega personal a un servicio, trabajo o proyecto.

Los benedictinos, con Benito de Nursia en el siglo V, integraron ocio creativo y servicio. Esto se reflejó en la máxima: “Ora et Labora”, léase, oración [silencio] y trabajo [generar valor - producción].

A través del tiempo, han surgido diversas vertientes en diversas comunidades civiles, no necesariamente religiosas, en el budismo zen y en otras experiencias afines pertenecientes a variadas culturas que han valorado la pausa creativa, en el sentido antedicho de Escuela (sjolé), como una condición inicial necesaria que propicia un descubrimiento; y desarrolla, en el tiempo, una actividad relacional y creativa de descubrimiento de una realidad que es, en sí misma, valiosa.

Se comprende, entonces, que las personas podrían orientarse al desarrollo de una inteligencia creativa de carácter relacional, ya que mediante su ejercicio, se cultiva y renueva nuestra inteligencia, muchas veces bloqueada, programada o automatizada, en el trajín diario, por prejuicios y creencias poco realistas. Estas creencias anquilosadas, erradas, construcciones mentales o condicionamientos rígidos han sido instaladas desde la sociedad, generalmente, por quienes – en un rol de líderes - han ejercido un mal referente de guías.

Estamos ante una sociedad quebrantada cuyos habitantes, por haber dedicado tanto tiempo exclusivamente a la obtención de una utilidad a las cosas, han dejado de lado el desarrollo de la capacidad innata de descubrir y asombrarse creativamente a partir del diálogo con la realidad cotidiana. Es necesario, por tanto, redescubrir y revalorar lo lúdico y creativo, en lo cotidiano, como categoría de desarrollo y crecimiento. “Por diversas circunstancias, el hombre actual se ve con frecuencia obligado a dedicar toda su capacidad de trabajo a realizar tareas que no tienen sino el valor de medio para un fin: ganar unos honorarios que le permitan mantenerse en la existencia. Esta desabrida atenencia a la dialéctica de medios y fines la quiebra felizmente el hombre al ponerse expresamente a jugar, es decir a realizar actividades dotadas de interna normatividad, creadoras de campos de realidades y alumbradoras de sentido.”

Actualizando a los clásicos y las sucesivas culturas, se puede decir, entonces en el sentido de Educación; que, en la pausa del quehacer cotidiano, el ocio creativo -así entendido y bien orientado- puede dar lugar a comportamientos humanos que generan y comunican creativamente un nuevo valor desde una experiencia relacional, ambital o dialógica. Esta suerte de dialéctica integradora permite descubrir, a su vez, nuevos procesos y realidades dotadas de valor. Así, la calidad de las actividades de desarrollo ( σχολή ) revela el proyecto de la persona que lo practica y de la comunidad o sociedad que lo promueve, acompaña y celebra.

Hoy se sabe, a partir de la investigación más cualificada, que el ser humano es un “ser de encuentros” (López Quintás, 1998). Esto quiere decir que existe y se desarrolla en tanto que está orientado a la generación y desarrollo de encuentros . Así, el nacimiento humano se produce de manera prematura (sin acabar de formarse) de manera que su desarrollo se completa a partir de una interacción vital, de un orden cada vez más consciente, con su entorno cotidiano. De esta forma, con cada nueva experiencia, la persona va fundando, gradualmente, modos valiosos de participación, interrelación y unidad.

Tales encuentros no son posibles entre objetos o cosas, sino entre realidades con capacidad de iniciativa y de entrega recíproca. Estos “ámbitos” propician un campo

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