CONTROL SOCIAL
politicas20 de Enero de 2013
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"Estado" y "control social" han sido expresiones clave y centrales en el vocabulario político-cultural de las generaciones recientes. Desde que renacieron los motivos y temas anarquistas de los movimientos culturales y revolucionarios de los años sesenta hasta el redescubrimiento del libre albedrío de la ideología del ala derecha en la década de 1980 —transición que es menos sorprendente y más coherente de lo que se pudiera esperar—, el estado y el control social se han hallado en el centro de un debate que abarca un verdadero conjunto de disciplinas pertenecientes a las ciencias sociales así como a diversas posturas políticas.
La radicalización política que tuvo sus inicios a mediados de los años sesenta colocó los conceptos de estado y control social en primer plano, al hacer de ellos el centro de una crítica inspirada en un anarquismo confuso.
Estos acontecimientos se vieron acompañados por diligentes esfuerzos intelectuales orientados hacia la exploración de los conceptos de estado y control social, según se habían desarrollado en la encrucijada que forman la sociología política, la filosofía política, la jurisprudencia y la criminología.
Es importante señalar, sin embargo, que aun cuando los dos conceptos con frecuencia se presentan conforme a la relación que guardan entre sí, éstos no son intercambiables ni se hallan vinculados de manera instrumental. Son muchos los que creen, al parecer, que la "función del estado" es la de definir y manejar "mecanismos" o "estrategias" de control social.
Tras la crítica de Marx a la sustancia social del concepto de estado, y especialmente después de que esta crítica se incorporó a las organizaciones políticas que inspiró su palabra, el concepto de estado ya no se podía considerar el Leviatán fomentador de la unidad que habían imaginado Hobbes y Hegel. No resulta sorprendente que el debate jurisprudencial de comienzos de siglo en las culturas de habla alemana, pudiera captar esta transición en el desarrollo del concepto en forma tal que los sociólogos, ni entonces, ni más tarde, pudieron captar. Hans Kelsen expresó en supolémica contra la "doble" teoría del estado de Georg Jellineck, que Leviatán era simplemente otra manera de denominar el orden legal. Kelsen demostró que cualquier definición putativamente "sociológica" de "el estado" tenía que basarse en algún tipo de conceptualización legal; es decir, no era independiente de la disciplina especializada de la jurisprudencia. Por consiguiente, resulta inútil tratar de puntualizar una definición sociológica del estado-como trataron de hacerlo Jellineck y Weber, y como siguen intentándolo hoy los "teóricos del estado", siguiendo los pasos de aquéllos.
Al iniciar el siglo XX, tanto en Europa central como en Italia, una vez que los fundamentos del poder político se divorciaron delas premisas del derecho natural se vieron reducidos a conceptos de cansina y de don de mando o liderazgo. En general, los fundamentos sociales y psicológicos de estos conceptos no fueron investigados, excepto, como veremos, en algunos de los ensayos de Freud así como en los escritos de Kelsen inspirados en estos ensayos.
Sin embargo, en la Francia democrática, la situación era muy diferente. El ambiente político del país inspiró las reflexiones de Durkheim en cuanto a la relación que existía entre democracia y comunicación. Esto estaba vinculado con la indagación que venía realizando sobre las estructuras de la conciencia colectiva que constituyen los cimientos de la solidaridad social.
La forma de control social que se desarrolló dentro de las sociedades que se caracterizaron por el uso generalizado del concepto de estado, fue la de control social reactivo.
Es decir, a la manera del comportamiento inhibidor de la censura. En la segunda parte de este estudio, en cambio, planteo la tesis de que el mayor grado de comunicación, que es característico de las sociedades democráticas (las que se distinguen por constituir una "composición demográfica" más racional), se desarrolló junto con un concepto de control social activo, es decir, que produce un comportamiento, en vez de prohibirlo.
Los debates acerca del "origen del estado", aun cuando se ciñan al estado moderno, han ocupado centenares de volúmenes y han entretenido a generaciones enteras de especialistas en la materia. Por más que no pretendo sugerir que esta actividad tan intensa en forma alguna haya carecido de sentido, sí quisiera adoptar la postura de Quentin Skinnercuando dice que, "el indicio más certero de que una sociedad ha entrado en posesión firme de un nuevo concepto, es que se desarrolle un nuevo vocabulario, en función del cual se podrá entonces articular y debatir públicamente el concepto en cuestión"
Esto no significa que el uso del concepto de estado se deba considerar como el único indicador de una correspondiente realidad del estado. Dicha interpretación sería ciertamente de corte muy simplista. Sin embargo, una reconstrucción del grado hasta el cual queda expresada la auto concientización de las élites gobernantes mediante el uso del concepto de estado, puede arrojar luz sobre el debate acerca del origen o de la estructuración del estado. Empero, tales debates son, con demasiada frecuencia, como un acto de bautismo en el que el analista opta por llamar "estado" a un objeto histórico específico, y no a otro, apoyándose únicamente en criterios arbitrarios.
El surgimiento del concepto de estado se vio apoyado por un ambiente moral que Maquiavelo describía de la manera siguiente:
Y aquí se presenta la cuestión de saber si vale más ser temido que amado. Respondo que convendría ser una y otra cosa juntamente, pero que, dada la dificultad de este juego simultáneo, y la necesidad de carecer de uno o de otro de ambos beneficios, el partido más seguro es ser temido antes que amado. Hablando ingenere, puede decirse que los hombres son ingratos, volubles, disimulados, huidores de peligros y ansiosos de ganancias.
Mientras les hacemos bien y necesitan de nosotros, nos ofrecen sangre, caudal, vida e hijos, pero se rebelan cuando ya no les somos útiles. El príncipe que ha confiado en ellos, se halla destituido de todos los apoyos preparatorios, y decae, pues las amistades que se adquieren, no con la nobleza y la gradeza de alma, sino con el dinero, no son de provecho alguno en los tiempos difíciles y penosos, por mucho que se las haya merecido. Los hombres se atreven más a ofender al que se hace a marque al que se hace temer, porque el afecto no se retiene por el mero vínculo de la gratitud, que, en atención a la perversidad ingénita de nuestra condición, toda ocasión de interés personal llega a romper, al paso que el miedo a la autoridad política se mantiene siempre con el miedo al castigo inmediato, que no abandona nunca a los hombres.
En el mundo cultural de Maquiavelo había dos suposiciones subyacentes a la descripción de la relación entre el príncipe y sus subditos. Una de ellas era la antropología negativa, una visión del hombre y la mujer impregnados de egoísmo, superchería y ardides.
La segunda era un concepto del gobierno como empresa meramente secular, exenta de cualquier subordinación a la religión o a la moral.
El mundo oficial medieval, mundo de señores y siervos, obispos, monjes y escolásticos religiosos, se aferraba tenazmente a ese vocabulario que proporcionaba seguridad y protección. Pero estaba surgiendo y desarrollándose un mundo distinto, un mundo para el cual las enseñanzas de Agustín representaban grilletes cada vez más incómodos. Éste era el mundo de los herejes y los vagabundos, los comerciantes y los artesanos, los escolásticos legos y los soldados aventureros, los jornaleros, los artistas y los funcionarios públicos.
La razón por la cual el príncipe se ve obligado a desempeñar el papel de "la bestia" está vinculada, como ya hemos visto, con el concepto de una humanidad "corrupta".
Para ser un buen arquitecto y un buen pintor, es preciso conocer la "naturaleza" del objeto hacia el que uno siente vocación. El arquitecto o el pintor deben comprender las leyes del mundo físico. El príncipe necesita conocer las leyes del mundo político –las leyes que rigen la conducta de los hombres y de las mujeres que ocupan una posición subordinada, en la polis.
A estas leyes se les debe considerar como objetos de investigación independientes, y no a modo de auxiliares para los fines más altos de la religión y dela moralidad, que es como se las percibía conforme al pensamiento medieval. No resulta sorprendente, por cierto, que muchos comentadores hayan llamado la atención hacia la importancia de "la recuperación y traducción de la Política de Aristóteles", que tuvo lugar en la década de 1250, y "el consiguiente resurgimiento de la idea de que la filosofía política constituye una disciplina independiente digna de estudio por derecho propio".
Para ser un buen arquitecto y un buen pintor, es preciso conocer la "naturaleza" del objeto hacia el que uno siente vocación. El arquitecto o el pintor deben comprender las leyes del mundo físico. El príncipe necesita conocer las leyes del mundo político –las leyes que rigen la conducta de los hombres y de las mujeres que ocupan una posición subordinada, en la polis.
A estas leyes se les debe considerar como objetos de investigación independientes, y no a modo de auxiliares para los fines más altos de la religión y dela moralidad, que es como se las percibía conforme al pensamiento medieval. No resulta sorprendente, por
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