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EL JUICIO A SOCRATES


Enviado por   •  31 de Octubre de 2013  •  2.135 Palabras (9 Páginas)  •  304 Visitas

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Tomado de Santiago, Gustavo, Intensidades Filosóficas, Paidós, Bs.As., 2008)

La estrategia de Sócrates en su juicio

Hay varias cosas extrañas en el juicio a Sócrates. Cosas que no terminan de resultar verosímiles.

Sócrates no era un criminal. Cualquiera podía darse cuenta de que una sentencia como la pena de muerte era excesiva en relación con los delitos de los que se lo acusaba.

Pero, más allá de las acusaciones, Sócrates era ya un anciano. Él mismo lo dice en la Apología platónica:

“si hubieran aguardado un breve tiempo, esto habría sucedido por sí solo, por mi edad pueden ver que estoy ya avanzado en la vida, más bien próximo a la muerte ”.

Hacía cerca de cuarenta años que los atenienses soportaban el ejercicio de la filosofía por parte de Sócrates. ¿Era ese momento, cuando Sócrates contaba con setenta años, el mejor para levantarse contra su filosofía? Si tanto molestaba la presencia de Sócrates, ¿no se debería haber hecho algo antes? O, si se decidían a actuar ahora, ¿no podían hacerlo de un modo más sigiloso? ¿No tenían los poderosos de Atenas a mano un mercenario que por unas monedas terminara con la vida de Sócrates una de las tantas madrugadas en las que éste se paseaba solo o se quedaba de pie contemplando la salida del sol?

La actitud de los jueces no sólo parece injusta, inmoral sino, además, innecesaria y necia.

Pensemos ahora la situación desde el ángulo de Sócrates.

Tiene setenta años. Más de la mitad de su vida fue dedicada íntegramente –incluso a costa de su familia- a la filosofía. ¿Qué logró al cabo de esos años? ¿Qué quedaría de Sócrates si lo sorprendiera la muerte? Un puñado de discípulos fieles que, si son como Jenofonte y Platón los muestran, no parecen ser herederos muy prometedores del pensamiento socrático –basta con pensar que uno de ellos, acaso el más fiel, Critón, le propone a Sócrates, cuando está en la cárcel, fugarse dándole dinero al carcelero que lo custodiaba, para darse cuenta de que quería mucho a su maestro, pero que no había comprendido demasiado sus planteos éticos-. Estos discípulos no ofrecerían auténticas garantías, a los ojos de Sócrates, de que su filosofía continuaría luego de su muerte.

Está, además, aquel grupo de adolescentes adinerados, de los que ya hemos hablado, que disfrutan de los espectáculos que brinda Sócrates. Especialmente de esas “riñas intelectuales” en las que el campeón ateniense se bate con los mejores sofistas provenientes de otras tierras. Pero, por más esperanzas que Sócrates depositara en ellos, sabe por experiencia que es muy probable que esos jóvenes en cuanto crezcan, en cuanto puedan considerar con seriedad su posibilidad de ingresar en la estructura de poder vigente se olviden de lo practicado junto a Sócrates y adhieran a formas de vida tanto o más corruptas que las de aquellos de los que se burlaron mientras fueron jóvenes.

Hay un grupo un tanto mayor que el anterior de gente que a lo largo de los años ha ido acumulando rencores contra Sócrates. Son quienes han ocupado la cima en distintos cargos públicos, quienes detentan el poder -o lo han hecho antes-, en sus diversas manifestaciones. Personas que en más de una oportunidad han deseado que Sócrates dejara de existir o que hubiera nacido en otra ciudad.

Luego encontramos un grupo todavía mayor conformado por ciudadanos que consideran a Sócrates como un personaje pintoresco de la ciudad, pero que en modo alguno estarían dispuestos a dedicarse a la filosofía ni verían con agrado que alguno de sus hijos terminara siendo filósofo en lugar de dedicarse a algo más “útil”.

Y, finalmente, el número mayor, conformado por aquellos a los que no les importa en lo más mínimo que Sócrates esté vivo o no.

A alguien que entregó su vida a la filosofía, esta situación seguramente le resultaría muy poco satisfactoria. Sócrates sabe que si muere (por una enfermedad, un accidente o de muerte natural) con él se acaba su filosofía. Y, quizá, la filosofía como disciplina específica.

Pero a este escenario podemos agregarle aún un componente. Sócrates insiste en diversas situaciones en que la muerte no lo asusta. No sabe si después de esta vida hay otra. No tiene constancia de que si la hay no resulte mejor que ésta. Aceptemos que, como él dice, no le teme a la muerte. ¿Hay algo a lo que sí puede temerle a una edad avanzada como la que tiene? ¿A la pérdida de vigor físico? Por lo que sabemos, aún en la vejez Sócrates seguía haciendo gala de un cuerpo muy resistente. Incluso en el aspecto sexual seguía siendo activo, si damos crédito al dato de que al morir tenía un hijo pequeño. ¿Podía preocuparlo perder ese vigor? No parecería coherente con alguien que durante toda su vida dio muy poca importancia al cuerpo.

¿Cuál podría ser el infierno propio de quien ha hecho girar toda su vida en función del gozne de la razón? ¿La pérdida de la lucidez? Quizá allí encontremos el punto débil de Sócrates.

Así parece haberlo entendido Jenofonte, que pone en boca de su personaje Sócrates las siguientes palabras:

“Si tuviera que vivir más tiempo, debería pagar tributo a la vejez: vería y oiría peor; mi inteligencia decaería, me costaría más trabajo aprender y me resultaría más fácil olvidar, y en todo lo que valía más, valdría en adelante menos” .

Y más adelante agrega:

“Además, si no tuviera conciencia de estas cosas, mi vida no merecería la pena vivirla, pero si me diera cuenta, ¿cómo no iba a ser necesariamente mi vida peor y más desagradable?” .

El panorama que Sócrates tiene delante de sí le presenta dos caminos: el de la muerte próxima que, aun siéndole poco menos que indiferente en el nivel personal, podía preocuparlo en función de la perduración de su filosofía y el de la prolongación de su vida durante varios años más, con la consiguiente amenaza de la pérdida de lucidez que de todos modos le impediría hacer aquello que más amaba: filosofar.

Sosteníamos en el parágrafo anterior que Sócrates era, ante todo, un estratega del pensamiento. Algo tenía que ocurrírsele para salir victorioso de la encrucijada en la que el tiempo lo había colocado. ¿Puede haber visto Sócrates en las amenazas de llevarlo a juicio –frecuentes a lo largo de varias décadas de actividad, pero nunca consumadas- la posibilidad de contar con un escenario sobre

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