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El Banquete


Enviado por   •  10 de Marzo de 2013  •  7.262 Palabras (30 Páginas)  •  269 Visitas

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El Banquete

Selección: El Discurso de Sócrates (199c - 212b )

Platón

[Cedido por Poiesis]

Presentación

Amor y filosofía son conceptos que están íntimamente ligados desde la génesis misma de sus nombres. De tal manera que los términos amante y filósofo se entrelazan en una iluminadora sinonimia. Decimos iluminadora porque partiendo de cualquiera de ellos, no sólo comprenderemos su particular significado sino que nos lleva, sin esfuerzo alguno, hacia la intelección del otro. Que el amar y el filosofar sean una y la misma acción es claro ya para el mundo la Grecia clásica. Pero no así para nosotros que hemos heredado la mutilación que ha sufrido el concepto de amor quizá en algún momento del medioevo. Doble importancia adquiere entonces dedicarnos a repensar esta noble amalgama desde uno de los textos más bellos y sugerentes de occidente. Nos referimos a "El Banquete" de Platón, un clásico de la antigua Grecia que nos plantea con infinita profundidad la estructura y la finalidad del pensamiento humano. Esta nueva forma de reflexión, que arranca del mito, aya por el siglo VII antes de la era cristiana y se cristaliza en lo que es hoy, o debería ser, el modo del pensar del hombre occidental.

Sabemos que Platón (filósofo griego que vivió entre el año 429 y 347 antes de Cristo) escribió numerosos "diálogos", donde, la mayoría de las veces, relata la vida y las enseñanzas de su Maestro Sócrates. La obra que acá nos ocupa: El Banquete o Symposyum (literalmente: con bebida) tiene por tema el Amor. En efecto, varios comensales se reúnen en la casa de Agatón, que acaba de triunfar en un encuentro de poetas trágicos, a cenar y beber. Luego de la sugerencia que da uno de los invitados, se aprestan a pronunciar discursos sobre Eros, especie de semidiós que en la mitología griega representa al Amor. Así se suceden las distintas declamaciones que cada uno de los participantes de este banquete van pronunciando desde su particular visión. Un lugar central del Diálogo es ocupado por el discurso de Sócrates. Pero no es él -que nada sabe de las cosas del amor- sino una mujer de la región de Matinea llamada Diotima, a quien Sócrates proclama como "su maestra en las cosas del amor", la que nos conduce a través de los misterios de Eros. Dos son las finalidades del argumento expuesto por Diotima: decirnos, en primer lugar, cual es la "naturaleza del Amor" y en una segunda fase mostrarnos en que acción podemos alcanzar las finalidades del Amor. En otras palabras: la "utilidad del Amor". Pero el argumento no se resume a estos dos tópicos; de entre sus línea podemos extraer al menos una primaria comprensión del pensamiento filosófico, adelantémoslo: el filosofo en cuanto ama, busca aquello que no posee a través de la acción constante en vistas del Bien que lo acercará lenta e infinitamente a los más amable: la Verdad.

Para este estudio hemos preparado un texto comparativo con las que, a nuestro juicio, son las dos mejores traducciones al español de este texto, nos referimos por un lado a la edición de la Editorial Gredos Biblioteca Clásicos, Vol. III, Madrid, España 1992. Y a la edición de editorial Labor S. A. Barcelona, España 1975. Algunas notas e indicaciones lingüísticas señalas en paréntesis cuadrado son de nuestra autoría.

El Banquete. Selecciónes: El Discurso de Sócrates (199c - 212b)

-¿Y cómo, feliz Erixímaco, no voy a estarlo -dijo Sócrates-, no sólo yo, sino cualquier otro, que tenga la intención de hablar después de pronunciado un discurso tan espléndido y variado? Bien es cierto que los otros aspectos no han sido igualmente admirables, pero por la belleza de las palabras y expresiones finales, ¿quién no quedaría impresionado al oírlas? Reflexionando yo, efectivamente, que por mi parte no iba a ser capaz de decir algo ni siquiera aproximado a la belleza de estas palabras, casi me hecho a correr y me escapo por vergüenza, si hubiera tenido a donde ir. Su discurso, ciertamente, me recordaba a Gorgias, de modo que he experimentado exactamente lo que cuenta Homero: temí que Agatón, al término de su discurso, lanzara contra el mío la cabeza de Gorgias, terrible orador, y me convirtiera en piedra por la imposibilidad de hablar. Y entonces precisamente comprendí que había hecho el ridículo cuando me comprometí con ustedes a hacer, llegado mi turno, un encomio a Eros en su compañía y afirmé que era un experto en las cosas del amor, sin saber de hecho nada del asunto, o sea, cómo se debe hacer un encomio cualquiera. Llevado por mi ingenuidad, creía, en efecto, que se debía decir la verdad sobre cada aspecto del objeto encomiado y que esto debía constituir la base, pero que luego deberíamos seleccionar de estos mismos aspectos las cosas más hermosas y presentarlas de la manera más atractiva posible. Ciertamente me hacía grandes ilusiones de que iba a hablar bien, como si supiera la verdad de cómo hacer cualquier elogio. Pero, según parece, no era éste el método correcto de elogiar cualquier cosa, sino que, más bien, consiste en atribuir al objeto elogiado el mayor número posible de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y si eran falsas, no importaba nada. Pues lo que antes se nos propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros diera la impresión de hacer un encomio a Eros, no que éste fuera realmente encomiado. Por esto, precisamente, supongo, remueven todo tipo de palabras y se las atribuyen a Eros y afirman que es de tal naturaleza y causante de tantos bienes, para que parezca el más hermoso y el mejor posible, evidentemente ante los que no le conocen, no, por supuesto, ante los instruidos, con lo que el elogio resulta hermoso y solemne. Pero yo no conocía en verdad este modo de hacer un elogio y sin conocerlo les prometí hacerlo también yo cuando llegara mi turno. La lengua lo prometió, pero no el corazón. ¡Que se vaya, pues, a paseo el encomio! Yo ya no voy a hacer un encomio de esta manera, pues no podría. Pero, con todo, estoy dispuesto, si quieren, a decir la verdad a mi manera, sin competir con los discursos de ustedes, para no exponerme a ser objeto de risa. Mira, pues, Fedro, si hay necesidad todavía de un discurso de esta clase y quieren oír expresamente la verdad sobre Eros, pero con las palabras y giros que se me puedan ocurrir sobre la marcha.

Entonces, Fedro y los demás le exhortaron a hablar como él mismo pensaba que debía expresarse.

- Pues bien, Fedro -dijo Sócrates-, déjame preguntar todavía a Agatón unas cuantas cosas, para que,

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