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El Libro De Platon

mrca27 de Enero de 2013

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LIBRO VI

LA REPUBLICA DE PLATÓN

I. -Así pues -dije yo-, tras un largo discurso [459] se nos ha mostrado al fin, ¡oh, Glaucón!, quiénes son

filósofos y quiénes no.-En efecto -dijo-, quizá no fue posible conseguirlo por más breve camino.

-No parece -dije-; de todos modos, creo que se nos habría mostrado mejor si no hubiéramos tenido

que hablar más que de ello ni nos fuera preciso el discurrir ahora sobre todo lo demás al tratar de

examinar en qué difiere la vida justa de la injusta.-¿Y a qué -preguntó- debemos atender después de

ello?

-¿A qué va a ser -respondí- sino a lo que se sigue? Puesto que son filósofos aquellos que pueden

alcanzar lo que siempre se mantiene igual a sí mismo y no lo son los que andan errando por multitud

de cosas diferentes, ¿cuáles de ellos conviene que sean jefes en la ciudad?-¿Qué deberíamos sentar -

preguntó- para acertar en ello?-Que hay que poner de guardianes -dije yo- a aquellos que se muestren

capaces de guardar las leyes y usos de las ciudades.-Bien -dijo.-¿Y no es cuestión clara -proseguí- la de

si conviene que el que ha de guardar algo sea ciego o tenga buena vista?

-¿Cómo no ha de ser clara? -replicó.

-¿Y se muestran en algo diferentes de los ciegos [460] los que de hecho están privados del

conocimiento de todo ser y no tienen en su alma ningún modelo claro ni pueden, como los pintores,

volviendo su mirada a lo puramente verdadero y tornando constantemente a ello y contemplándolo

con la mayor agudeza, poner allí, cuando haya que ponerlas, las normas de lo hermoso, lo justo y lo

bueno y conservarlas con su vigilancia una vez establecidas?

-No, ¡por Zeus! -contestó-. No difieren en mucho.

-¿Pondremos, pues, a éstos como guardianes o a los que tienen el conocimiento de cada ser sin ceder

en experiencia a aquéllos ni quedarse atrás en ninguna otra parte de la virtud?

-Absurdo sería -dijo- elegir a otros cualesquiera si es que éstos no les son inferiores en lo demás; pues

con lo dicho sólo cabe afirmar que les aventajan en lo principal.

-¿Y no explicaremos de qué manera podrían tener los tales una y otra ventaja?

-Perfectamente.

-Pues bien, como dijimos [461] al principio de esta discusión, hay que conocer primeramente su índole;

y, si quedamos de acuerdo sobre ella, pienso que convendremos también en que tienen esas

cualidades y en que a éstos, y no a otros, hay que poner como guardianes de la ciudad.

-¿Cómo?

II. -Convengamos, con respecto a las naturalezas filosóficas, en que éstas se apasionan siempre por

aprender aquello que puede mostrarles algo de la esencia siempre existente y no sometida a los

extravíos de generación y corrupción.

-Convengamos.

-Y además -dije yo-, en que no se dejan perder por su voluntad ninguna parte de ella, pequeña o

grande, valiosa o de menor valer, igual que referíamos antes de los ambiciosos y enamorados.

-Bien dices -observó.

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-Examina ahora esto otro, a ver si es forzoso que se halle, además de lo dicho, en la naturaleza de los

que han de ser como queda enunciado.

-¿Qué es ello?

-La veracidad y el no admitir la mentira [462] en modo alguno, sino odiarla y amar la verdad.

-Es probable -dijo.

-No sólo es probable, mi querido amigo, sino de toda necesidad que el que por naturaleza es

enamorado, ame lo que es connatural y propio del objeto amado.

-Exacto -dijo.

-¡Y encontrarás cosa más propia de la ciencia que la verdad?

-¿Cómo habría de encontrarla? -dijo.

-¡Será, pues, posible que tengan la misma naturaleza el filósofo y el que ama la falsedad?

-De ninguna manera.

-Es, pues, menester que elverdadero amante del saber tienda, desde su juventud, a la verdad sobre

toda otra cosa.

-Bien de cierto.

-Por otra parte, sabemos que, cuanto más fuertemente arrastran los deseos a una cosa, tanto más

débiles son para lo demás, como si toda la corriente se escapase hacia aquel lado.

-¡Cómo no?

-Y aquel para quien corren hacia el saber y todo lo semejante, ése creo que se entregará enteramente

al placer del alma en sí misma y dará de lado a los del cuerpo si es filósofo verdadero y no fingido.

-Sin ninguna duda.

-Así, pues, será temperante y en ningún modo avaro de riquezas, pues menos que a nadie se

acomodan a él los motivos por los que se buscan esas riquezas con su cortejo de dispendios.

-Cierto.

-También hay que examinar otra cosa cuando hayas de distinguir la índole filosófica de la que no lo es.

-¡Cuál?

-Que no se te pase por alto en ella ninguna vileza, por-que la mezquindad de pensamiento es lo más

opuesto al alma que ha de tender constantemente a la totalidad y universalidad de lo divino y de lo

humano [463] .

-Muy de cierto -dijo.

-Y a aquel entendimiento que en su alteza alcanza la contemplación de todo tiempo y de toda esencia,

¿crees tú que le puede parecer gran cosa la vida humana?

-No es posible -dijo.

-¿Así, pues, tampoco el tal tendrá a la muerte por cosa temible [464] ?

-En ningún modo.

-Por lo tanto, la naturaleza cobarde y vil no podrá, según parece, tener parte en la filosofía.

-No creo.

-¿Y qué? El hombre ordenado que no es avaro ni vil, ni vanidoso ni cobarde, ¿puede llegar a ser en

algún modo intratable o injusto?

-No es posible.

-De modo que, al tratar de ver el alma que es filosófica y la que no, examinarás desde la juventud del

sujeto si esa alma es justa y mansa o insociable y agreste.

-Bien de cierto.

Pero hay otra cosa que tampoco creo que pasarás por alto.

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-¿Cuál es ella?

-Si es expedita o torpe para aprender: ¿podrás confiar en que alguien tome afición a aquello que

practica con pesadumbre y en que adelanta poco y a duras penas?

-No puede ser.

-¿Y si, siendo en todo olvidadizo, no pudiera retener nada de lo aprendido? ¿Sería capaz de salir de su

inanidad de conocimientos?

-¿Cómo?

-Y trabajando sin fruto, ¿no te parece que acabaría forzosamente por odiarse a sí mismo y al ejercicio

que practica?

-¿Cómo no

-Por lo tanto, al alma olvidadiza no la incluyamos entre las propiamente filosóficas, sino procuremos

que tenga buena memoria.

-En un todo.

-Pues por lo que toca a la naturaleza inarmónica e informe, no diremos, creo yo, que conduzca a otro

lugar sino ala desmesura.

-¿Qué otra cosa cabe?

-¿Y crees que la verdad es connatural con la desmesura o con la moderación?

-Con la moderación.

-Busquemos, pues, una mente que, a más de las otras cualidades, sea por naturaleza mesurada ybien

dispuesta y que por sí misma se deje llevar fácilmente a la contemplación del ser en cada cosa.

-¿Cómo no?

-¿Y qué? ¿No creerás acaso que estas cualidades, que hemos expuesto como propias del alma que ha

de alcanzar recta y totalmente el conocimiento del ser, no son necesarias ni vienen traídas las unas por

las otras?

-Absolutamente necesarias -dijo.

-¿Podrás, pues, censurar un tenor de vida que nadie sería capaz de practicar sino siendo por naturaleza

memorioso, expedito en el estudio, elevado de mente, bien dispuesto, amigo y allegado de la verdad,

de la justicia, del valor y de la templanza?

-Ni el propio Momo [465] -dijo- podría censurar a una tal persona.

-Y cuando estos hombres -dije yo- llegasen a madurez por su educación y sus años, ¿no sería a ellos a

quienes únicamente confiarías la ciudad?

III. Entonces Adimanto dijo: -¡Oh, Sócrates! Con respecto a todo eso que has dicho, nadie sería capaz

de contradecirte, pero he aquí lo que les pasa una y otra vez [466] a los que oyen lo que ahora estás

diciendo: piensan que es por su inexperiencia en preguntar y responder por lo que son arrastrados en

cada pregunta un tanto fuera de camino por la fuerza del discurso, y que, sumados todos estos tantos

al final de la discusión, el error resulta grande, con lo que se les muestra todo lo contrario de lo que se

les mostraba al Principio; y que, así como en los juegos de tablas los que no son prácticos quedan al fin

bloqueados por los más hábiles y no saben adónde moverse, así también ellos acaban por verse

cercados y no encuentran nada que decir en este otro juego que no es de fichas, sino de palabras, bien

que la verdad nada aventaje con ello [467] . Digo esto mirando al caso presente: podría alguien decir

que no hay nada que oponer de palabra a cada una de tus cuestiones, pero en la realidad se ve que

cuantos, una vez entregados a la filosofía, no la dejan después, por no haberla abrazado simplemente

para educarse en su juventud, sino que siguen ejercitándola más largamente, éstos resultan en su

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mayoría unos seres extraños,por no decir perversos, ylos que parecen más razonables, al pasar por ese

ejercicio que tú tanto alabas se hacen inútiles para el servicio de las ciudades [468] .

Y yo al oírle dije:

-¿Y piensas que los que eso afirman no dicen verdad?

-No lo sé -contestó-; pero oiría con

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