Fernando Savater Ética Para Amador
Handresalrf8 de Agosto de 2013
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Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas
nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer o
utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y
ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de
realizar tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos.
Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales
uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento
no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les
darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha
impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces
las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene
mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas
olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos.
Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas
o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más
remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que
ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni
fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero
se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello,
como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por
ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa
buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón de
los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es
aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino
le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después
muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede
vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir.
En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos
uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras
no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos
comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está, a que
no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere
es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o
también procurar rodearse del mayor número de enemigos posibles.
Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos es vivir:
los respetables gustos del suicida los dejaremos por ahora de lado.
De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene
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solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio,
nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo».
Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo
malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir -todos sin
excepción- por la cuenta que nos trae.
Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud:
es necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces
calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed pero
también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan
sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o
producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado
puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros
malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de
las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún
mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque
destruye la confianza en la palabra -y todos necesitamos hablar
para vivir en sociedad- y enemista a las personas; pero a veces
parece que puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna
ventajilla. O incluso para hacerle un favor a alguien. Por ejemplo:
¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre
su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus
últimas horas? La mentira no nos conviene, es mala, pero a veces
parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos
dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir
que violen delante de nosotros a una chica sin intervenir, por
aquello de no meternos en líos? Por otra parte, al. que siempre dice
la verdad -caiga quien caiga- suele cogerle manía todo el mundo; y
quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica
agredida -es más probable que se vea con la crisma rota que quien
se va silbando a su casa. Lo malo parece a veces resultar más o
menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencias de malo.
Vaya jaleo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios
opuestos respecto a qué debemos hacer. En matemáticas o
geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi
siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las
opiniones distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida
emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al
alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor
buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos
aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan
que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según
ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más,
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mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre,
afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos
respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio
seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y
borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se
les haría mucho más larga. Etc.
En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en
que no estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también
estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo
que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo
que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente
determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones
carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras
deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto.
Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de
celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer
celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería
hidráulica. En su medio natural cada animal parece saber
perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él si
discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la
naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que
tiende su trampa y se la come. Pero es que 1a araña no lo puede
remediar...
Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas,
esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes
hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado
que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza
quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de
caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor
armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se
derrumba, por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes
les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a
hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para
reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes
hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen
a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni
por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se
cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su
marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van
despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se
ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran
dejando fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que
sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen
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acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son
valientes?
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero
cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que
espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el
enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más
fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por
cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus
conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es
un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente
del mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de
veces repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No
hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las
termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y
más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un
caso
...