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Fernando Savater Ética Para Amador

Handresalrf8 de Agosto de 2013

3.026 Palabras (13 Páginas)506 Visitas

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Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas

nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer o

utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y

ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de

realizar tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos.

Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales

uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento

no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les

darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha

impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces

las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene

mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas

olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos.

Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas

o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más

remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que

ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni

fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero

se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello,

como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por

ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa

buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón de

los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es

aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino

le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después

muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede

vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir.

En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos

uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras

no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos

comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está, a que

no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere

es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o

también procurar rodearse del mayor número de enemigos posibles.

Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos es vivir:

los respetables gustos del suicida los dejaremos por ahora de lado.

De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene

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solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio,

nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo».

Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo

malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir -todos sin

excepción- por la cuenta que nos trae.

Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud:

es necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces

calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed pero

también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan

sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o

producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado

puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros

malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de

las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún

mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque

destruye la confianza en la palabra -y todos necesitamos hablar

para vivir en sociedad- y enemista a las personas; pero a veces

parece que puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna

ventajilla. O incluso para hacerle un favor a alguien. Por ejemplo:

¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre

su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus

últimas horas? La mentira no nos conviene, es mala, pero a veces

parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos

dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir

que violen delante de nosotros a una chica sin intervenir, por

aquello de no meternos en líos? Por otra parte, al. que siempre dice

la verdad -caiga quien caiga- suele cogerle manía todo el mundo; y

quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica

agredida -es más probable que se vea con la crisma rota que quien

se va silbando a su casa. Lo malo parece a veces resultar más o

menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencias de malo.

Vaya jaleo.

Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios

opuestos respecto a qué debemos hacer. En matemáticas o

geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi

siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las

opiniones distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida

emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al

alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor

buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos

aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan

que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según

ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más,

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mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre,

afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos

respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio

seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y

borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se

les haría mucho más larga. Etc.

En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en

que no estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también

estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo

que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo

que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente

determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones

carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras

deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto.

Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de

celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer

celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería

hidráulica. En su medio natural cada animal parece saber

perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él si

discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la

naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que

tiende su trampa y se la come. Pero es que 1a araña no lo puede

remediar...

Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas,

esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes

hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado

que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza

quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de

caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor

armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se

derrumba, por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes

les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a

hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para

reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes

hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen

a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni

por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se

cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su

marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van

despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se

ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran

dejando fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que

sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen

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acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son

valientes?

Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero

cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que

espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el

enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más

fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por

cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus

conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es

un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente

del mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de

veces repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No

hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las

termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y

más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un

caso

...

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