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Filosofar en la Fe


Enviado por   •  14 de Mayo de 2017  •  Informes  •  1.461 Palabras (6 Páginas)  •  500 Visitas

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El filosofar en la fe.
Plotino modificó la manera de pensar de Agustín, ofreciendole nuevas categorías que rompieron los esquemas de su materialismo y su concepcion maniquea de la realidad sustancial del mal, con lo que todo el universo y el hombre se le aparecieron con una nueva luz. Sin embargo, la conversión y la recepción de la fe de Cristo y de su Iglesia también cambiaron el modo de vivir de Agustin y le abrieron nuevos horizontes en su forma misma de pensar. La fe se transformó en sustancia de vida y de pensamiento, con lo que se convierte no solo en horizonte de la vida, sino también del pensamiento. Este, a su vez, estimulado y verificado por la fe, adquirió una nueva talla y una nueva esencia. Nacía el filosofar en la fe, nacía la filosofía cristiana, ampliamente anticipada por los Padres griegos, pero que solo en Agustín llega a su perfecta maduración.
La conversación junto con la consiguiente conquista de la fe, es por tanto el eje en torno al cual gira todo el pensamiento agustiniano y la vía de acceso para su entendimiento pleno.
¿Se trata entonces, de una forma de fideísmo? No. Agustín se encuentra muy lejos del fideísmo, que siempre representa una forma de irracionalismo. La fe no sustituye a la inteligencia y tampoco la elimina; al contrario, como ya hemos dicho previamente, la fe estimula y promueve la inteligencia.

Fe y Razón: El problema del equilibrio entre fe y razón es constante en el pensamiento medieval. La solución de Agustín, utilizando una expresión de la moderna teoría gnoseológica, es un "círculo hermenéutico": esto significa que todo conocimiento presupone pre conocimientos aprendidos por otra vía, que pueden ser confirmados, desmentidos o modificados.
La fe es un pre conocimiento respecto a la razón; pero la razón puede y debe examinar críticamente las verdades de la fe.


La fe es un cogitare cum assensione, un modo de pensar asintiendo; por esto, si no hubiese pensamiento, no existiría la fe: Y de manera análoga, por su parte la inteligencia no elimina la fe, sino que la refuerza y, en cierto modo, la aclara. En definitiva: fe y razón son complementarias. El credo quia absurdum es una actitud espiritual completamente extraña para Agustín.
Nace así aquella posición que más adelante será resumida por las fórmulas credo ut intelligam e intelligo ut credam, fórmulas que por lo demás Agustín mismo anticipa en sustancia y en parte en la forma. El origen de ellas se encuentra en Isaías 7,9, donde se lee "si no teneís fe, no podréis entender", a lo que corresponde en Agustín la afirmación tajante: "Intellectus merces est fidei", la inteligencia es "recompensa de la fe". Tal es la postura de Agustín que asumió a partir de su primera obra de Casiciaco, Contra los académicos, que constituye la clave más auténtica de su filosofar: el hombre mira lo verdadero, no solo con la fe sino también con la inteligencia.
Platón ya había comprendido que la plenitud de la inteligencia solo podía realizarse, en lo que concierne a las verdades últimas, si se daba una revelación divina: "Tratándose de estas verdades, no es posible más que una de dos cosas: aprender de otros cuál es la verdad, o descubrirla por uno mismo, o bien, si esto es imposible, aceptar entre los razonamientos humanos el mejor y el más dificil de refutar, y sobre él como sobre una balsa afrontar el riesgo de atravesar el mar de la vida" y había agregado de manera profética: "a menos que se pueda hacer el viaje de una manera más segura y con menor riesgo, sobre una nave más sólida, esto es, confiándose a una revelación divina".
Para Agustín ahora esta nave existe: es el lignum crucis, Cristo crucificado. Cristo, dice Agustín, "ha querido que pasasemos a través de él", "nadie puede atravesar el mar de este siglo si no va en la cruz de Cristo". Este es el "filosofar en la fe", la filosofía cristiana: un mensaje que ha cambiado durante más de un milenio el pensamiento occidental.

El descubrimiento de la persona y la metafísica de la interioridad:
"Y pensar que los hombres admiran las cumbres de las montañas, las vastas aguas de los mares, las anchas corrientes de los rios, la extensión del océano, los giros de los astros, pero se abandonan a sí mismos." Estas palabras de Agustín pertenecientes a "Las confesiones", son todo un programa. El verdadero y gran problema no es el del cosmos, sino el del hombre. El verdadero misterio no reside en el mundo, sino que lo somos nosotros, para nosotros mismos. "¡Que misterio tan profundo que es el hombre!, pero tú, Señor, conoces hasta el número de sus cabellos, que no disminuye sin que tú lo permitas. Y sin embargo, resulta más fácil contar sus cabellos que los afectos y los movimientos de su corazón"
Sin embargo, Agustín no plantea el problema del hombre en abstracto, o sea, el problema de la esencia del hombre en general. Plantea el problema más concreto del yo, del hombre como individuo irrepetible, como persona, como individuo autónomo, podríamos decir utilizando una terminología posterior. En este sentido, el problema de su "yo" y de su persona se convierten en paradigmáticos: "yo mismo me había convertido en un gran problema para mí", "no comprendo todo lo que soy". Agustín, como persona, se transforma en protagonista de su filosofía: observador y observado.
Una comparación con el filósofo griego que más aprecia y que está más cercano a él nos mostrará la gran novedad de este planteamiento. Plotino, aunque predica la necesidad de retirarnos al interior de nosotros mismos, apartándonos de las cosas exteriores, para hallar en nuestra alma la verdad, habla del alma y de la interioridad del hombre en abstracto, o mejor dicho, en general, despojando con todo rigor al alma de su individualidad e ignorando la cuestión concreta de la personalidad. En su propia obra Plotino jamás habló de sí mismo y tampoco quiso hablar de este tema a sus amigos. Por lo contrario, Agustín habla continuamente de sí mismo y las confesiones constituyen precisamente su obra maestra. En ellas no solo habla con amplitud de sus padres, su patria, las personas queridas, sino que saca a la luz hasta los lugares más recónditos de su ánimo y las tensiones más íntimas de su "voluntad".
Es precisamente en las tensiones y en los desgarramientos más íntimos de su voluntad, enfrentada con la voluntad de Dios, donde Agustín descubre el "yo", la personalidad, en un sentido inédito.
Nos encontramos en un sitio ya muy lejos del intelectualismo griego, que solo habia dejado un sitio muy reducido a la voluntad.
La problemática religiosa, el enfrentamiento de la voluntad humana con la voluntad divida, es lo que nos lleva por tanto al descubrimiento del yo como persona.
En realidad, Agustin apela todavía a fórmulas griegas para definir al hombre y en particular, a aquella fórmula de origen socrático, que el Alcibíades de Platón hizo famosa, según la cual el hombre es un "alma que se sirve de un cuerpo". No obstante, la noción de alma y de cuerpo asumen un nuevo significado para él, debido al concepto de creación, al dogma de la resurreccion y sobre todo al dogma de la encarnación de Cristo. El cuerpo se convierte en algo mucho más importante que aquel "vano simulacro" del que se avergonzaba Plotino.

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