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Filosofia


Enviado por   •  14 de Enero de 2014  •  3.096 Palabras (13 Páginas)  •  266 Visitas

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El hombre como animal social.

Las diferentes escuelas filosóficas están de acuerdo, por ejemplo, en que la aportación del pensamiento filosófico al esclarecimiento de la pregunta sobre el ser humano debe referirse a un aspecto delimitado: los principios o rasgos fundamentales del hombre y su lugar dentro de la totalidad de lo existente.

La reflexión filosófica se propone arrojar luz sobre aspectos más generales que nos permitan tener una mejor idea del hombre en general.

Por un lado, partiremos de la descripción del ser humano en tanto animal.

En efecto, el hombre reúne muchas de las características de los seres vivos y, en especial, de aquellos que pertenecen al denominado reino animal: es un organismo que nace, crece, se alimenta y se reproduce. Como otros animales complejos posee instintos, órganos sensoriales y capacidad de auto movimiento.

Sin embargo, no es posible obviar el carácter sui generis del hombre en tanto animal. Desde un punto de vista evolutivo, el caso del hombre resulta particularmente extraño pues, comparado con otros miembros del reino animal, el ser humano es un animal mal dotado. Los sentidos, la fuerza y las capacidades orgánicas del hombre son claramente más débiles que los de muchas otras especies animales y, pese a esto, ha logrado reclamar un lugar prominente dentro de la naturaleza.

Esta preeminencia, el carácter destacado del ser humano en el conjunto de la naturaleza pese a sus debilidades, se explica por la segunda característica que estará a la base de nuestras reflexiones sobre el ser humano en esta unidad: la racionalidad.

En efecto, por dispares que puedan ser las concepciones del ser humano que ofrecen los diferentes saberes y las diversas escuelas filosóficas, todas coinciden al admitir la razón como un atributo específico del hombre que, en mayor o menor medida, lo distingue del resto de las especies del reino animal.

La razón, la capacidad de reflexión y de pensamiento abstracto, distingue al hombre de entre los animales al tiempo que le permite sobreponerse, mediante su ejercicio, a las desventajas de su ser físico. El hombre puede definirse en primera instancia, siguiendo a Aristóteles, como un animal racional.

Escribe J. M. Bocheński: "El hombre, con toda su debilidad, posee un arma terrible: la inteligencia. Esto explica su triunfo sobre la tierra. Más esto es un respuesta provisional y superficial. El hombre no sólo parece tener más inteligencia que los otros animales, sino también otra especie de inteligencia".

Pese a su generalidad, partiremos pues provisionalmente de esta idea de ser humano como animal racional para, a través del examen de algunas visiones del hombre que se han dado en la historia del pensamiento, tratar de especificar mejor nuestra caracterización del hombre y la idea de educación que de ella se desprende.

Una de las características exclusivas que posee el ser humano, de acuerdo con Bocheński, es la tradición. . La tradición es para los filósofos clásicos el conjunto de creencias y conocimientos de sentido común necesarios para que el diálogo y el pensamiento sean posibles.

El hombre intemporal.

El hombre es un fin en sí mismo.

Aristóteles escribió en la Ética Nicomaquea que todos los hombres aspiran a la felicidad e identificó la felicidad con la contemplación teorética de la verdad. Ahora bien, la desproporción se hace evidente si caemos en la cuenta de que el anhelo de felicidad en el hombre es ilimitado. Es decir, no está circunscrito, como en lo animales, a la consecución de ciertas condiciones

espacio-temporales determinadas.

El ser humano, en este sentido, está por encima de las restricciones espaciales y temporales que le impone su ser físico. El hombre aspira a la felicidad ilimitada, intemporal tanto como su afán de conocimiento trasciende limites espacio-temporales. Platón también vislumbró el carácter trascendente del ser humano. Es conocida la idea platónica según la cual el cuerpo es una especie de cárcel para el alma. El conocimiento que obtenemos a través de los sentidos, restringido en el tiempo y en el espacio, no corresponde cabalmente con el conocimiento al que aspiramos.

En efecto, ninguno de nosotros nunca se siente satisfecho cuando accede

a un saber que es válido sólo en determinadas circunstancias y condiciones

temporales. La verdad como meta del conocimiento se antoja intemporal. Conocemos la verdad respecto a un determinado aspecto de la realidad cuando sabemos no sólo cómo es ese aspecto de la realidad ahora o cómo fue ayer, sino cuando sabemos cómo ha sido, cómo es y cómo será esa parcela de lo real.

En síntesis, a través del anhelo ilimitado de felicidad y conocimiento en el hombre se nos revela una nueva dimensión del ser humano: su aspecto trascendente anclado en su ser espiritual y personal. Es una dimensión humana que coloca al hombre no fuera, sino más allá del tiempo y el espacio concretos; al menos en cuanto a sus fines y aspiraciones se refiere.

A través de la inteligencia y la voluntad, las dos dimensiones del ser humano que emanan de su espiritualidad, el hombre es capaz de trascender, a diferencia de los animales, los límites que le impone su organicidad. Prueba de ello es que el hombre es el único animal capaz de platearse proyectos a largo plazo, imponiéndose a sus necesidades inmediatas. Todavía más: el hombre es capaz de tener como proyecto propio la misma trascendencia.

Este deseo de trascendencia del que venimos hablando puede adoptar y ha adoptado muchas formas en la historia de la humanidad. La trascendencia puede buscarse a través de la historia, de la afirmación de la propia libertad, a través del arte, del conocimiento, del amor y también, desde luego, a través de la educación. Lo que no es posible dudar, sin embargo, es que esta dimensión trascendente del ser humano se revela en cada una de las actividades que el hombre ha emprendido y que, de algún modo, le permiten estar por encima del tiempo. En el hombre, anclado en el tiempo, hay una dimensión intemporal.

El hombre positivo

Por "positivismo" se conoce la escuela de pensamiento inaugurada por la filosofía de Augusto Comte en la primera mitad del siglo XIX. Era necesario hacer un diagnóstico de su época, Comte se percató de que la religión había funcionado históricamente

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