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Humanismo Y Renacimiento

esparragoza21 de Octubre de 2012

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PRIMERA PARTE:

EL HUMANISMO Y EL RENACIMIENTO

CAPITULO I

PENSAMIENTO HUMANÍSTICO-RENACENTISTA Y SUS CARACTERÍSTICAS GENERALES

1. EL SIGNIFICADO HISTORIOGRÁFICO DEL TÉRMINO «HUMANISMO»

Existe una inmensa bibliografía crítica sobre el período del humanismo y del renacimiento. Sin embargo, los expertos no han formulado una única definición de los rasgos de dicha época, que recoja una aprobación unánime, y además han ido enmarañando hasta tal punto la complejidad de los diversos problemas, que al mismo especialista le resultan difíciles de des entrañar. La cuestión resulta complicada asimismo por el hecho de que durante este período no sólo se halla en curso una modificación del pensamiento filosófico sino también de toda la vida del hombre en todos sus aspectos: sociales, políticos, morales, literarios, artísticos, científicos y religiosos. Las cosas se complican aún más porque las investigaciones referentes al humanismo y al renacimiento han tomado una dirección predominantemente analítica y sectorial. Los expertos tienden a huir de las grandes síntesis o incluso de las meras hipótesis de trabajo con un carácter global o de las perspectivas de conjunto. Será preciso, por lo tanto, establecer conceptos básicos, sin los cuales resultaría imposible ni siquiera plantear los diversos problemas concernientes a este período histórico.

Comencemos por examinar el concepto mismo de «humanismo». El término «humanismo» aparece en época reciente. Al parecer, fue F.I. Niethammer quien lo utilizó por vez primera para indicar el área cultural a la que se dedican los estudios clásicos y el espíritu que les es propio, en contraposición con el área cultural que cubren las disciplinas científicas. No obstante, el término «humanista» (y sus derivados en las diversas lenguas) nació hacia mediados del siglo XV, inspirado en los términos «legista», «jurista», «canonista» o «artista», para indicar a quienes enseñaban y cultivaban la gramática, la retórica, la poesía, la historia y la filoso fía moral. Además, en el siglo XIV ya se había hablado de studia humanitatis y de studia humaniora, citando afirmaciones famosas de Cicerón y de Gelio, para señalar tales disciplinas.

Para los autores latinos que acabamos de mencionar, humanitas significaba aproximadamente lo que los griegos habían expresado con el término paideia, es decir, educación y formación del hombre. Ahora bien, se consideraba que en esta tarea de formación espiritual desempeñaban un papel esencial las letras, es decir, la poesía, la retórica, la historia y la filosofía. En efecto, éstas son las disciplinas que estudian al hombre en lo que posee de más específico, prescindiendo de toda utilidad pragmática. Por eso, resultan particularmente apropiadas para darnos a conocer la naturaleza peculiar del hombre mismo y para incrementarla y potenciarla. En definitiva, resultan más idóneas que todas las demás disciplinas para hacer que el hombre sea aquello que debe ser, de acuerdo con su naturaleza espiritual específica.

Sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIV —y luego en una medida creciente, a lo largo de los dos siglos siguientes, alcanzando sus máximos grados en el XV— apareció una tendencia a atribuir a los estudios referentes a las litterae humanae un valor muy grande y a considerar que la antigüedad clásica latina y griega era una especie de paradigma y de punto de referencia, en lo que concierne las actividades espirituales y la cultura en general. Cada vez en mayor medida, los autores latinos y griegos aparecen como modelos insuperables de aquellas «letras humanas», auténticos maestros de humanidad.

«Humanismo», pues, significa esta tendencia general que, si bien posee precedentes a lo largo de la época medieval, a partir de Francesco Petrarca —debido a su colorido particular, a sus modalidades peculiares y a su intensidad— se presenta de una manera radicalmente nueva, hasta el punto de señalar el comienzo de un nuevo período en la historia de la cultura y del pensamiento. No nos dedicaremos aquí a describir el gran fervor que se despierta en torno a los clásicos latinos y griegos y a su redescubrimiento, gracias al paciente trabajo de investigación sobre códices antiguos en las bibliotecas y a su interpretación. Tampoco nos detendremos a exponer las vicisitudes que condujeron a recuperar el conocimiento de la lengua griega, que hoy se considera como un patrimonio espiritual esencial para el hombre culto (las primeras cátedras de lengua y literatura griegas fueron instituidas en el siglo XIV, pero la difusión del griego se produjo sobre todo en el XV; en particular, primero el concilio de Ferrara y de Florencia de 1438/1439 y, poco después, la caída de Constantinopla que tuvo lugar en 1453, impulsaron a algunos doctos bizantinos a fijar su residencia en Italia: como consecuencia, la enseñanza de la lengua griega experimentó así un enorme incremento). Finalmente, tampoco nos dedicaremos a especificar las complejas cuestiones de carácter predominantemente erudito que se relacionan con este fervor estudioso: tal tarea corresponde sobre todo a la historia en general y a la historia literaria en particular. En cambio, queremos dar cuenta de dos de las más famosas interpretaciones que se han dado acerca del humanismo en época reciente, que ponen de manifiesto en toda su plenitud el significado filosófico de la cuestión, que es el que aquí nos interesa por encima de todo.

a) Por un lado, P.O. Kristeller ha tratado de limitar notablemente —hasta casi eliminarlo— el significado teórico y filosófico del humanismo. Según este experto, habría que dejar al término el significado técnico que poseía en sus orígenes, restringiéndolo así al ámbito de las disciplinas retoricoliterarias (gramática, retórica, historia, poesía, filosofía moral). Según Kristeller, los humanistas del período que estamos tratando han sido sobrevalorados, atribuyéndoles una función renovadora del pensamiento que en realidad no tuvieron, dado que sólo de forma indirecta se ocuparon de la filosofía y de la ciencia. En conclusión, de acuerdo con Kristeller los humanistas no fueron los auténticos reformadores del pensamiento filosófico, porque en realidad no fueron filósofos.

He aquí algunas afirmaciones significativas realizadas por este especia lista: «El humanismo renacentista no fue tanto una tendencia o un sistema filosófico, cuanto un programa cultural y pedagógico que valoraba y desarrollaba un sector importante pero limitado de los estudios. Este sector se hallaba centrado en un grupo de materias que se referían esencialmente no a los estudios clásicos o a la filosofía, sino a lo que en un sentido amplio cabría calificar de literatura. Esta peculiar preocupación literaria fue la que imprimió su carácter peculiar al estudio verdaderamente intensivo y extensivo que los humanistas dedicaron a los clásicos griegos y en especial a los latinos. Gracias a esto, dicho estudio se diferencia del que los filólogos clásicos realizaron a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Además, los studia humanitatis incluyen una disciplina filosófica, la moral, pero excluyen por definición campos como la lógica, la filosofía de la naturaleza y la metafísica, así como la matemática y la astronomía, la medicina, el derecho y la teología, para citar sólo algunas de las materias que tenían un lugar definido con claridad en el plan de estudios universitarios y en los esquemas clasificatorios de la época. En mi opinión este mero hecho proporciona una prueba irrefutable en contra de los repetidos intentos de identificar el humanismo renacentista con la filosofía, la ciencia o la cultura del período en su conjunto.»

Entre las pruebas a favor de su tesis, Kristeller cita, además de otros factores, el hecho de que durante todo el siglo XV los humanistas italianos no pretendieron substituir la enciclopedia del saber medieval por otra distinta y que «se mostraron conscientes de que su material de estudio ocupaba un lugar perfectamente definido y delimitado dentro del sistema contemporáneo de estudios». En consecuencia, interpretado de esta forma, el humanismo no representaría en ningún caso «la suma total de la ciencia del renacimiento italiano». Según Kristeller, por tanto, para en tender la época de la que estamos hablando, hemos de prestar atención a la tradición aristotélica, que se ocupaba ex profeso de la filosofía de la naturaleza y de la lógica y que desde hacía tiempo se había consolidado fuera de Italia (sobre todo en París y en Oxford), pero que en Italia sólo llegó a lograrlo durante el siglo XVI. En la segunda mitad del siglo XIV, escribe Kristeller, «comenzó una tradición continuada de aristotelismo italiano, que puede seguirse a través de los siglos XV y XVI, y durante buena parte del XVII».

Este aristotelismo renacentista utilizó los métodos propios de la escolástica (lectura y comentario de textos), pero se vio enriquecido por los nuevos influjos humanísticos, que exigieron que los estudiosos y los pensadores peripatéticos retornasen a los textos griegos de Aristóteles, abandonasen las traducciones latinas medievales y apelasen a los comentarios griegos y también a otros pensadores griegos.

Así, los estudiosos hostiles a la edad media, señala Kristeller, confundieron este aristotelismo renacentista con un residuo de tradiciones medievales superadas. Por lo tanto, al constituir un residuo de una cultura superada, pensaron que debían ignorarlo en beneficio de los humanistas, verdaderos portadores del nuevo espíritu renacentista. Sin embargo, esto representa un grave error de comprensión histórica, porque la condena del aristotelismo renacentista —advierte Kristeller—

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