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LOS MAESTROS Y LA ENSEÑANZA


Enviado por   •  31 de Julio de 2013  •  1.937 Palabras (8 Páginas)  •  209 Visitas

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LOS MAESTROS Y LA ENSEÑANZA

LA VERDADERA educación significa más que seguir cierto curso de estudios. Es amplia. Incluye el desarrollo armonioso de todas las facultades físicas y mentales. Enseña a amar y temer a Dios, y es una preparación para el fiel cumplimiento de los deberes de la vida.

Hay una educación que es esencialmente mundanal. Su fin es dar éxito en el mundo, satisfacer la ambición egoísta. Para conseguir esta educación muchos estudiantes dedican tiempo y dinero y llenan su mente de conocimientos innecesarios. El mundo los tiene por sabios; pero no tienen a Dios en sus pensamientos. Comen del árbol del conocimiento mundanal, que nutre y fortalece el orgullo. En su corazón se vuelven desobedientes, y se apartan de Dios; y colocan de parte del enemigo los dones a ellos confiados. Mucha de la educación actual es de ese carácter. El mundo puede considerarla como altamente deseable; pero acrecienta el peligro para el estudiante.

Hay otra clase de educación que es muy diferente. Su principio fundamental, según lo declaró el mayor Maestro que el mundo haya conocido, es: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mat. 6: 33). Su fin no es egoísta; su propósito es honrar a Dios, y servirle en el mundo. Tanto los estudios como la preparación industrial que se procura tienen este objeto en vista. Se estudia la Palabra de Dios; se mantiene una conexión vital con él y se ejercitan los mejores sentimientos y rasgos de carácter. 64 Esta clase de educación produce resultados tan duraderos como la eternidad. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría" (Prov. 9: 10), y mejor que todo conocimiento es la comprensión de su Palabra.

¿Cuál será el carácter de la educación en nuestras escuelas? ¿Estará de acuerdo con la sabiduría de este mundo, o con la sabiduría de lo alto? . . . Los maestros deben hacer por sus alumnos algo más que impartir conocimiento de los libros. Su posición como guías e instructores de los jóvenes es de la mayor responsabilidad, porque les ha sido confiada la obra de amoldar la mente y el carácter. Los que emprenden esta obra deben poseer un carácter bien equilibrado y simétrico. Deben ser refinados en modales, aseados en su indumentaria, cuidadosos en todos sus hábitos; y deben tener aquella verdadera cortesía cristiana que gana la confianza y el respeto. El mismo maestro debiera ser lo que desea que lleguen a ser sus alumnos.

Los maestros han de velar sobre sus alumnos como el pastor vela sobre el rebaño confiado a su cuidado. Deben cuidar las almas, como quienes han de dar cuenta.

El maestro puede comprender muchas cosas con referencia al universo físico; puede saber lo referente a la estructura de la vida animal, conocer los descubrimientos de la ciencia natural, los inventos del arte mecánico; pero no puede llamarse educado, ni está preparado para trabajar como instructor de los jóvenes, a menos que tenga en su propia alma un conocimiento de Dios y de Cristo. No puede ser verdadero educador hasta tanto él mismo no esté aprendiendo en la escuela de Cristo, recibiendo una educación del Instructor divino.

Dependemos de Dios

Dios es la fuente de toda sabiduría. El es infinitamente sabio, justo y bueno. Aparte de Cristo, los hombres más sabios no pueden comprenderle. Pueden profesar ser sabios; pueden gloriarse por sus adquisiciones; pero el simple65 conocimiento intelectual, aparte de las grandes verdades que se concentran en Cristo, es como nada. "No se alabe el sabio en su sabiduría. . . más alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra" (Jer. 9: 23,24).

Si los hombres pudiesen ver por un momento más allá del alcance de la visión finita, si pudiesen discernir una vislumbre de lo eterno, toda boca dejaría de jactarse. Los hombres que viven en este pequeño átomo del universo son finitos; Dios tiene mundos innumerables que obedecen a sus leyes, y son conducidos para gloria suya. Cuando en sus investigaciones científicas los hombres han ido hasta donde se lo permiten sus facultades mentales, queda todavía más allá un infinito que no pueden comprender.

Antes que los hombres puedan ser verdaderamente sabios, deben comprender que dependen de Dios, y deben estar henchidos de su sabiduría. Dios es la fuente tanto del poder intelectual como del espiritual. Los mayores hombres, que han llegado a lo que el mundo considera como admirables alturas de la ciencia, no pueden compararse con el amado Juan o el apóstol Pablo. La más alta norma de virilidad se alcanza cuando se combina el poder intelectual con el espiritual. A los que hacen esto, Dios los aceptará como colaboradores consigo en la preparación de las mentes.

Grande conocimiento es el conocerse a sí mismo. El maestro que se estime debidamente permitirá que Dios amolde y discipline su mente. Y reconocerá la fuente de su poder. . . El conocimiento propio lleva a la humildad y a confiar en Dios; pero no reemplaza a los esfuerzos para el mejoramiento de uno mismo. El que comprende sus propias deficiencias no escatimará empeño para alcanzar la más alta norma de la excelencia física, mental y moral. Ninguno que esté satisfecho con una norma inferior debiera tener parte en la educación de los jóvenes. 66

Un ayudador eficaz.

Por su precepto y ejemplo, el verdadero maestro procurará ganar almas para Cristo. Debe recibir la verdad con amor, y permitir que ésta limpie su corazón y amolde su vida. Todo maestro debe estar bajo el dominio completo del Espíritu Santo. Entonces Cristo puede hablar

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