Las Especies Del Conocimiento
ekiramh24 de Julio de 2013
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INTRODUCCIÓN
La idea central es comprender puntos de vista distintos sobre el real conocimiento, tomando en cuenta ámbitos de una adquisición de ello como por ejemplo la religión, lo espiritual, lo moral, lo volitivo, lo racional, etc.
Conocer es el simple acto de aprehender (conocer sin afirmar ni negar nada acerca de ello), que para su total comprensión requiere de una variedad de actos, que se pueden simplificar en el hecho de comparar un objeto con otro, saca conclusiones de ellos y así sucesivamente. Este método lo utilizan especialistas de todas las áreas, a esto lo denominamos “consciencia cognoscente”, y se toma como un conocimiento mediato, discursivo pues se mueve.
JUSTIFICACIÓN
La creación de este reporte ha surgido para conocer la clase de conocimiento que existen y de esa manera profundizar un poco más en la filosofía, teniendo en cuenta que es un tema muy importante y será de mucha utilidad para distinguir cada conocimiento y emplear el más adecuando en diversas situaciones que se nos presenten.
Al momento de poner en práctica el cocimiento intuitivo -muchas veces inconscientemente y aun sin saber el significado –estamos actuando aprehensivamente, ya que conocemos algo, sin afirmar ni negar nada acerca de ello.
OBJETIVO GENERAL
Indagar las especies del conocimiento a través del análisis de la información recopilada mediante diversas fuentes, para comprender la multitud cognoscitiva sin hacer aprehensión de ellas.
OBJETIVOS ESPECIFICOS
• Dar a conocer el significado de diversas palabras que en este tema son de mucha utilidad.
• Mostrar la importancia de las especies del conocimiento.
LAS ESPECIES DEL CONOCIMIENTO
1. EL PROBLEMA DE LA INTUICIÓN Y SU HISTORIA
Conocer significa aprehender espiritualmente un objeto. Esta aprehensión no es por lo regular un acto simple, sino que consta de una pluralidad de actos. La conciencia cognoscente necesita dar vueltas, por decirlo así, en torno a un objeto, para aprehenderlo realmente. Pone su objeto en relación con otros, lo compara con otros, saca conclusiones, etcétera. La conciencia cognoscente se sirve en ambos casos de las más diversas operaciones intelectuales. Se trata siempre de un conocimiento mediato, discursivo. Esta última expresión es singularmente exacta, porque la conciencia cognoscente se mueve, en efecto, de aquí para allá.
Ahora bien, cabe preguntar si hay un conocimiento inmediato además del mediato, un conocimiento intuitivo además del discursivo. El conocimiento intuitivo consiste, como dice su nombre en conocer viendo. Inmediatamente percibimos el rojo o el verde que vemos, el dolor o la alegría que experimentamos. Cuando, por ejemplo, comparamos el rojo y el verde y pronunciamos el juicio: “el rojo y el verde son distintos”, este juicio descansa patentemente en una intuición espiritual inmediata. En una intuición semejante descansan también aquellos juicios que tenemos ante nosotros en las leyes lógicas del pensamiento. Aprehendemos de un modo inmediato, intuitivo, tanto lo inmediato dado, de que parte nuestro conocimiento, como los últimos principios que constituyen las bases del mismo.
Como queda dicho, suele aplicarse la denominación de “intuición” y de “conocimiento intuitivo” tan sólo a la intuición espiritual. Pero aún debemos hacer otra restricción. Tampoco debemos llamar intuición, en sentido riguroso, a la aprehensión inmediata de la relación entre dos contenidos sensibles o intelectuales a quien acabamos de referirnos. Caso que queramos conservar la palabra, deberemos hablar de una intuición formal. Esencialmente distinta de ésta es la intuición material, en la cual no se trata de una mera aprehensión de relaciones, sino del conocimiento de una realidad “material”, de un objeto o un hecho suprasensible.
Esta intuición material puede ser de diversa índole. Su diversidad está fundada en lo más hondo de la estructura psíquica del hombre. Es ser espiritual del hombre presenta tres fuerzas fundamentales: el pensamiento, el sentimiento y la voluntad. El órgano cognoscente es, en la primera, la razón; en la segunda, el sentimiento; en la tercera, la voluntad. En los tres casos hay una aprehensión inmediata de un objeto, y esto es justamente lo que pretende expresarse con la palabra “intuición”. Si se tiene esto presente, no se experimentará ninguna dificultad ante la expresión de “intuición volitiva”, que suena a paradójica en un principio.
A la misma división llegamos si partimos de la estructura del objeto. Todo objeto presenta tres aspectos o elemento: esencia, existencia y valor. Por consiguiente, podemos hablar de una intuición de la esencia, una intuición de la existencia y una intuición del valor. La primera coincide con la racional, la segunda con la volitiva, la tercera con la emocional.
Platón es el primero que habla de una intuición espiritual, de una intuición en sentido estricto. Según él, las ideas son percibidas inmediatamente, intuidas espiritualmente por la razón. Se trata de una intuición material, pues lo que vemos, son determinados contenidos espirituales, realidades “materiales”. Esta intuición debe caracterizarse, además, como una intuición estrictamente racional.
En Plotino, el renovador del platonismo, la intuición del Nus remplaza a la intuición de las ideas, como ya hemos visto. Esta intuición del Ñus es una actividad puramente intelectual, como la intuición platónica de las ideas. Esta misma pintura revela que la contemplación de Dios no es un Plotino algo puramente racional, sino que está fuertemente empapada de elementos emocionales.
Cosa análoga pasa con San Agustín, que justamente en la teoría del conocimiento está influido fuertemente por Plotino. El cósmoç nohtóç, el mundus intelligibilis, se convierte de este modo en el contenido del pensamiento divino. Visto en esta perspectiva, Dios se presenta al “platónico cristiano” como veritas eaterna et incommutabilis, que encierra en su seno todas las cosas, incommutabiliter vera. En consecuencia, San Agustín habla de una visión de lo inteligible en la verdad inmutable o incluso de una visión de esta misma verdad. También para él se trata de una intuición puramente racional.
El pensamiento de una visión mística de Dios pasó de las obras de San Agustín a la mística de la Edad Media. “El método frío, abstracto e impersonal de la silogística, con sus rígidas, reglas y argumento, no es para la mística el ideal o el medio único y exclusivo de alcanzar la verdad. La mística ve una fuente de verdad tan segura, si no superior, en las vivencias y experiencia subjetivas, en la intuición subjetiva, en el videre, sentire y expirere espiritual, y en los sentimientos y deseos –en ocasiones extraordinariamente intensos- que acompañan a las vivencias e intuiciones intimas” (Ûberwer - Baumgartner, tratado de historia de la filosofía, 10ª ed., 1995, p. 328).
Ambas concepciones se hacen frente en la alta escolástica. La contienda entre el agustinismo y el aristotelismo que domina el siglo XIII, no es en el fondo otra cosa que una contienda en torno a los derechos de la intuición, en especial de la intuición religiosa. Los partidarios del agustinismo, con San Buenaventura a la cabeza, tienen enfrente a los defensores del aristotelismo, con Santo Tomás de Aquino como jefe.
Si pasamos a la Edad Moderna, el cogito ergo sum, de Descartes, significa el reconocimiento de la intuición como un medio autónomo de conocimiento. El principio cartesiano no encierra, en efecto, una inferencia, sino una auto intuición inmediata. En nuestros actos de pensamiento no vivimos inmediatamente como reales, como existentes. Este es su sentido. Hay, pues, aquí una intuición material, que se refiere a un hecho metafísico.
El reconocimiento de la intuición como una fuente autónoma de conocimiento se encuentra también en Pascal, que con su afirmación: le coeur a ses raisons, que la raison ne connait pas, pone al lado del conocimiento por el intelecto un conocimiento por el corazón, al lado del conocimiento racional un conocimiento emocional Lo mismo pasa en Kant. Otra especie de experiencia, en el sentido de una aprehensión inmediata del objeto, de una intuición espiritual, no es conocida de él. Lo mismo que para el intelectualismo medieval y el racionalismo moderno, también para Kant hay sólo un conocimiento discursivo-racional.
Concepciones muy distintas son las que encontramos en la filosofía inglesa anterior a Kant. Su representante más ilustre, David Hume, tiene la convicción de que nuestra razón no puede conocer que hay cosas, ni tampoco cuál es su esencia. Todo lo que rebasa el contenido de nuestra conciencia escapa, según él, al conocimiento racional. Se ha llamado a Hume muchas veces escéptico, a consecuencia de esto. Pero el escepticismo de Hume se refiere exclusivamente al conocimiento teórico-racional. Según Hume, el centro de gravedad del ser humano no reside en el lado teórico, sino en el práctico.
El principal representante de esta doctrina es un discípulo de Shaftesbury, Hutcheson. Según su teoría, aprehendemos inmediata, emotivamente, tanto los valores de lo bello como los de lo bueno. El órgano cognoscitivo es en el primer caso el “sentido estético”, en el segundo el “sentido moral”. Hutcheson se esfuerza por introducir en la ética el concepto del moral sense. Así como nuestro sentido visual percibe inmediatamente los colores, el sentido moral percibe las cualidades valiosas de una acción o de una intención.
Si pasamos al siglo XIX, encontramos que la intuición representa
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