Libro Viii De Vitrubio
javierreyesxd20 de Septiembre de 2013
6.887 Palabras (28 Páginas)439 Visitas
Libro 8
Introducción
Las incomodidades que sufrirían los primeros hombres habitadores de la tierra causadas por las aguas, nieves, hielos y ardientes rayos de sol, les obligó á buscar algunos resguardos que les defendiesen y en algún modo libertasen de las penas que padecían.
Después del vestido, que sin duda seria el primero de sus cuidados por hallarse mas inmediato al cuerpo, puede creerse que buscarían el abrigo de algunas cuevas entre las peñas ó roturas de los terrenos; pero como éstas rara vez se hallan en las llanuras, y en las montañas, donde son mas comunes, temerían las fieras y escabrosidad del suelo, comenzarían á fabricarse chozas ó cabañas, al principio estrechas y sin comodidad, valiéndose de los materiales mas fáciles que tendrían á la mano, manejándolos y colocándolos según las ideas mas sencillas que les ofrecía la naturaleza, la que sin duda paso á paso imitarían; v. gr. la observación de un terreno cortado á plomo por una hendidura de la tierra, por un arroyo ó río les determinaría á formar las paredes de tierra; otra observación semejante en un terreno cortado de piedras colocadas unas sobre otras les enseñaría el modo de hacer la mampostería y cantería; las ramas caídas de los árboles enredadas y atravesadas unas con otras, y dejando por debajo un hueco capaz de refugiarse algunas personas, darían los primeros modelos de los tejados y armaduras: todas estas ideas combinadas y mejoradas por la experiencia, bastarían para formar las primeras chozas ó cabañas, que sirvieron de recobro á los primeros hombres, y de fundamento para la Arquitectura, arte de nobles principios, y muy necesaria al hombre; muestra de otras artes menores y excelentes, precisas para componer el todo de una fábrica, como Albañilería, Cantería, Carpintería de taller y de obras de fuera o de grueso, Cerrajería &c.; y como la Albañilería, á mi parecer, ocupa el primer lugar, he formado un tratado de todo lo que es preciso sepa un Albañil así teórico como práctico, como es la forma de sus herramientas, conocimiento de materiales, distintos modos de obras que se ejecutan, la montea, cálculos precisos y demás economías necesarias para su gobierno.
Pero como para hablar, por poco que sea, de cualquiera arte que funda sus principios en la Matemática, es preciso saber la Aritmética y Geometría, sin las que no se puede dar un paso fundado y seguro, debe antes de todo instruirse en el tratado de Geometría práctica de la Real Academia de San Fernando que es por el que se enseña a la misma á los Discípulos que asisten á la sala de Geometría, extractado para este fin por persona más instruida en la materia, con cuyas noticias podrá entenderse lo que en el discurso de este se dirá.
Libro 8
Capítulo Primero. Maneras de descubrir el agua
El agua es imprescindible para la vida, para satisfacer necesidades placenteras y para el uso de cada día. Si hay manantiales que hacen fluir el agua al descubierto, será muy sencillo disponer de ella; pero si no aflora al exterior, deben buscarse y deben captarse bajo tierra sus manantiales.
Se procederá de la siguiente manera: un poco antes del amanecer se tumbará uno boca abajo exactamente en el lugar donde se quiere encontrar agua y, apoyando con fuerza el mentón sobre el suelo, se observará atentamente todo el contorno alrededor; manteniendo el mentón apoyado e inmóvil, la vista no se elevará más de lo que es preciso, sino que, con toda exactitud, irá demarcando una altura totalmente horizontal; entonces, en las zonas donde aparezcan vapores que ondean y se elevan hacia el aire, allí mismo se debe cavar, pues tales fenómenos de ninguna manera se producen en lugares sin agua.
Asimismo, quienes busquen agua deben observar como es la naturaleza del suelo, ya que el agua mana en terrenos muy concretos.
Si el terreno es arcilloso el agua será escasa, prácticamente superficial y su sabor no será muy agradable.
En terrenos de arena suelta, el agua también será escasa, se encontrará a mayor profundidad, será cenagosa y de sabor desagradable.
Si se trata de tierra negra, apenas si rezumará algo de agua, quizás unas pobres gotas estancadas después de las lluvias invernales que hayan quedado embalsadas en lugares compactos y firmes: su sabor es francamente extraordinario.
En terrenos de grava se encuentran venas de agua no muy caudalosa e intermitente, pero de una suavidad excelente. En terrenos de arena gruesa y de tierra rojiza, con toda seguridad encontraremos venas de agua permanentes, con un sabor agradable.
Entre las piedras rojas son abundantes las venas de agua y de buena calidad, salvo que se filtren y desaparezcan a través de los intersticios de las piedras. Donde si hay agua en abundancia, fresquita y saludable, es en las faldas de los montes y entre rocas de sílice.
Las aguas que discurren por terrenos llanos son salobres, gruesas, algo templadas y de mal sabor, excepto las que procedan de las mismas montañas, que, siguiendo un curso subterráneo, broten en medio de la llanura; a la sombra de los árboles resultan tan agradables como las aguas de los manantiales de alta montaña.
A los indicios que acabamos de describir referentes a las distintas clases de terrenos donde se encuentra el agua, añadiremos otros que pasamos a enumerar: la presencia de juncos delgados, sauces silvestres, olmos, sauzgatillos, cañas, hiedra y otras plantas similares que únicamente crecen en lugares húmedos.
Hay también plantas que se desarrollan en lugares pantanosos que, al estar a un nivel mas bajo que el terreno circundante, durante el invierno recogen el agua procedente de las lluvias y de los campos que lo rodean, y debido a que forman como una depresión, mantienen el agua durante largos meses.
Mas no hay que fiarse mucho de estos indicios, sino que debe buscarse el agua en terrenos —no en lugares pantanosos— donde las plantas anteriormente citadas crezcan de manera natural, sin haber sido sembradas.
En los terrenos donde se descubran tales indicios de la presencia de agua, se realizará la siguiente comprobación: cávese un hoyo con una anchura no menor de tres pies y una profundidad de al menos cinco pies; al atardecer, se colocará en el hoyo una vasija cóncava de bronce, o de plomo, o bien un barreño.
Una vez que dispongamos de la vasija o del barreño, lo embadurnaremos con aceite por su parte interior y lo colocaremos boca abajo; la boca del hoyo la taparemos con cañas o bien con hojas y lo cubriremos todo con tierra; al día siguiente, lo destaparemos y si encontramos en la vasija gotas de agua o que rezuma humedad, es una señal clara de que en ese paraje hay agua.
De igual modo si se coloca dentro del hoyo una vasija de barro no cocido, procediendo de la misma manera y cubriéndola del modo referido, si hay agua en ese lugar, la vasija aparecerá húmeda y casi deshecha por la acción del agua.
Si se colocara dentro del hoyo un vellón de lana y al día siguiente soltara unas gotas al retorcerlo, será señal inequívoca de que en ese paraje abunda el agua. Lo mismo sucedería si se colocara una lámpara bien preparada con abundante aceite, encendida y se encerrara dentro del hoyo; si al día siguiente no está el aceite completamente consumido, sino que aún queda un poco e incluso algo de pábilo, y si la misma lámpara aparece húmeda, será un indicio claro de que allí hay agua, pues el calor templado atrae la humedad hacia sí mismo.
En fin, si se enciende una buena lumbre en el hoyo y, una vez recalentada y requemada la tierra, observamos que desprende una nube de calor, sin duda que en este lugar habrá agua. Después de realizar estas comprobaciones, si aparecen los indicios anteriormente descritos, entonces debe abrirse un pozo en ese lugar; si se alcanzara el manantial de agua, se abrirán muchos pozos alrededor y se conducirán las aguas a un único lugar, mediante conductos subterráneos.
Los manantiales de agua deben buscarse principalmente en las montañas y en las regiones orientadas al norte, ya que las aguas captadas en estos lugares son más agradables, más salubres y más abundantes.
Son lugares opuestos al curso del sol, donde abundan densos bosques de árboles y donde la sombra que proyectan los montes sirve de protección para que los rayos solares no incidan directamente sobre la tierra y, en consecuencia, no puedan evaporar su humedad.
Los valles, que se extienden entre montañas, recogen gran cantidad de agua de las lluvias y, debido a los bosques tan densos que crecen en ellos, las nieves se mantienen durante mucho tiempo, gracias a las sombras de los árboles y de las montañas; cuando se funden las nieves, se filtran por los poros de la tierra y van a parar a las faldas de las montañas, donde emanan a través de los chorros de los manantiales.
Por el contrario, el agua no suele ser abundante en las llanuras, y la que hay no puede ser salubre, pues el calor abrasador del sol evapora la humedad de estas tierras llanas, al no quedar protegidas por la sombra de los árboles; si brota agua en la superficie, el aire disipa los ingredientes más ligeros y más sutiles, que producen precisamente la salubridad del agua, desviándolos hacia el cielo, y deja en las fluentes de las llanuras los elementos más pesados, más duros y más desagradables.
Libro 8
Capítulo Segundo. El agua de lluvia
El agua que se recoge procedente de las lluvias posee unas propiedades más salubres, ya que es el resultado de los más sutiles y más finos elementos que proceden de todas las fuentes o manantiales; se trata de un agua filtrada por el movimiento agitado del aire, que cae sobre la tierra licuándose por las tormentas.
En
...