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Los Origenes Del Pensamiento Critico


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2013  •  9.778 Palabras (40 Páginas)  •  998 Visitas

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LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO CRITICO EN LA CIUDAD-ESTADO GRIEGA

§ 1. EL MUNDO SOCIAL DE LOS HELENOS: LA POLIS. —

Tanto la filosofía social como toda especulación racional y científica tiene su origen histórico en el seno de las ciudades-estado de la Grecia clásica. Es menester comprender su peculiar estructura social y su mundo cultural para alcanzar un entendimiento adecuado del significado de la gran aportación de los fundadores remotos de nuestra teoría social. Los problemas por ellos formulados y las soluciones que propusieron no han decrecido en importancia. Vivimos aún en gran medida en el universo cultural que ellos crearon. Cuando surge la civilización griega propiamente dicha, tras el declinar de las sociedades arcaicas minoicas y cretenses, nos encontramos con que toda la Hélade está dividida en un número considerable de estados minúsculos. Esa fragmentación perdurará como algo inherente a la vida de Grecia. Muchos siglos más tarde, Grecia experimentará una unión territorial paulatina, pero sólo a causa de potencias externas, macedonias o romanas, y esa unión marcará también el lento fin de su existencia. Y es que una de las características más sobresalientes de la cultura griega es que pueden percibirse en ella dos tendencias de signo contrario; la una inclina a cada comunidad a mantener sus lazos de cultura, de creencia, o de solidaridad política y militar con los demás pueblos de la Hélade; la otra las inclina a afirmar su independencia. Independencia para el griego significa, primero, autosuficiencia, o aúxápxeia, y, segundo, autogobierno o aú-covo^la. Todo ello obedece a la doble convicción del griego de que el único ámbito posible para un hombre civilizado es aquel que puede abarcar y discernir su entendimiento, y con el que puede identificarse emocionalmente. Sólo las comunidades con el tamaño y las características propias de la ciudad-estado responden a estos requisitos. Puede añadirse además que la ciudad-estado equidista tanto del mundo tribial primitivo como del de los grandes despotismos orientales. La tribu, al hallarse a merced de un sinfín de peligros constantes, carece de uno de estos rasgos, el de la posibilidad de discernir las cosas mediante el raciocinio sistemático. Éste queda supeditado al pensamiento mágico, única interpretación factible.

del mundo, que hay que conjurar más bien que interpretar. Por otra parte, los imperios egipcio y persa carecen del otro rasgo, el emocional comunitario: en ellos el individuo no consigue identificarse con el sistema total, representado por un déspota, y la amalgama racial y territorial no permite lealtad alguna hacia las instituciones comunes que son, por lo general, de índole fiscal y represiva. La ciudad-estado evita ambos extremos. Por ello el griego considerará bárbaros tanto a los hombres que viven esclavos de la naturaleza —las tribus del resto de Europa— como a los subditos y vasallos de las inmensas tiranías asiáticas, sus incómodos vecinos del Este. Poca duda cabe de que el desarrollo de una concepción crítica de la vida social pudo tener lugar gracias a una serie de condiciones materiales excepcionales. Grecia es la más oriental de las tres penínsulas meridionales de Europa y, por tanto, la zona más cercana a las primeras grandes civilizaciones. Por otra parte, su conformación orográfica es muy complicada, de modo que el país queda dividido en un gran número de valles, cuando no de islas. El mutuo aislamiento de estas zonas tiende a aumentar la individualidad de cada grupo humano que las habite. Este hecho separador queda compensado por otro elemento: el mar. Es fácil llegar de una a otra parte de la península balcánica y, claro está, a cualquiera de los archipiélagos, por vía marítima. El mar es para los griegos el camino natural, pero un camino con límites. El Mediterráneo es un mar cerrado cuyas distancias son fácilmente mensurables, lo que quiere decir que es una buena escuela de marinos. Si los griegos no se hubieran hecho a la mar, su civilización no hubiera existido. «¿Cómo pueden meros labradores —dirá Pericles—, sin conocimiento del mar, alcanzar cosa alguna digna de ser notada?»' El intercambio de ideas y bienes que facilita el mar, enriquece la imaginación helénica, mientras que la rocosa complejidad geográfica de su país le inculca un sentido de la medida y pone límites precisos a sus comunidades. Además, éstas gozan de una natural autarquía económica. Aunque la Grecia clásica distaba mucho de ser un paraíso de abundancia, la riqueza de su suelo y la bondad de su clima garantizaban un mínimo de ocio a sus primeros habitantes. En Grecia no sólo el poderoso, sino gran número de sus habitantes sabían lo que era holgar. La holganza «origina la contemplación del mismo modo que la necesidad fomenta la creación de los ingenios técnicos que llamamos inventos. El campesino griego comprendía y gozaba de la profundidad y sutileza de Eurípides, pero jamás pensó en crear una máquina tan sencilla como el molino de viento».2 El contraste entre estos dos tipos de logro, el especulativo y el técnico, nos debe dar una clave más para entender algunos de los límites que jamás supo trasponer la mente antigua. Pero lo que más nos interesa son precisamente los límites que traspuso, concretamente en el terreno de las ideas sociales. Es posible mencionar muchos otros factores que influyeron en la creación del universo social del hombre clásico. Así, por ejemplo, Fustel de Coulanges, en un estudio notable, demostró la importancia de las antiguas religiones arias en el desarrollo de las instituciones democráticas y en los hábitos de raciocinio que florecieron en las ciudades-estados.3 Si toda interpretación unilateral de lo social es incorrecta, en el caso de Grecia lo sería más que ningún otro. La ciudad-estado abarca lo político, lo religioso y lo económico, pero es también una escuela y una moral, es decir, una forma de vida. En griego, el nombre de la ciudad-estado es •nóXig'. Lo cierto es que estas dos palabras castellanas traducen muy pobremente el sentido de la griega. En adelante utilizaremos el nombre de polis con mucha frecuencia, pues la transcripción parece más adecuada que la traducción. Algunos autores han propuesto otros nombres, como el de «ciudad tribal» o «ciudad estirpe».4 Aunque es mejor decir simplemente polis, estos últimos no van desencaminados. En efecto, la ciudad-estado griega posee, en sus primeros siglos, la unidad y las virtudes políticas características de las tribus trashumantes, en las que el sentimiento de pertenencia al grupo y el conocimiento mutuo personal y directo son tan descollantes; pero por otro lado la polis es un estado territorial donde tiene lugar toda la gran variedad de las actividades humanas —la agricultura,

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