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Por Que No Soy Cristiano

paolithar21 de Octubre de 2013

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Por que no soy cristiano, Bertrand Russelll.

Título original en inglés: "WHY I AM NOT CRISTIAN"

1.- POR QUÉ NO SOY CRISTIANO

Como ha dicho su presidente, el tema acerca del cual voy a hablar esta noche es «Por

qué no soy cristiano». Quizás sería conveniente, antes que todo, tratar de averiguar lo que

uno quiere dar a entender con la palabra «cristiano». En estos días, la emplean muy ligeramente

muchas personas. Hay quienes entienden por ello la persona que trata de vivir virtuosamente.

En tal sentido, supongo que habría cristianos de todas las sectas y credos; pero

no creo que sea el sentido adecuado de la palabra, aunque sólo sea por implicar que toda la

gente que no es cristiana —todos los budistas, confucianos, mahometanos, etc.—, no trata

de vivir virtuosamente. Yo no entiendo por cristiano la persona que trata de vivir decentemente,

de acuerdo con sus luces. Creo que debe tenerse una cierta cantidad de creencia definida

antes de tener el derecho de llamarse cristiano. La palabra no tiene ahora un significado

tan completo como en los tiempos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. En

aquellos días, si un hombre decía que era cristiano, se sabía lo que quería dar a entender. Se

aceptaba una colección completa de credos promulgados con gran precisión, y se creía cada

sílaba de esos credos con todas las fuerzas de las convicciones de uno.

¿QUÉ ES UN CRISTIANO?

En la actualidad no es así. Tenemos que ser un poco más vagos en nuestra idea del cristianismo.

Creo, sin embargo, que hay dos cosas diferentes completamente esenciales a todo

el que se llame cristiano. La primera es de naturaleza dogmática; a saber, que hay que creer

en Dios y en la inmortalidad. Si no se cree en esas dos cosas, no creo que uno pueda llamarse

propiamente cristiano. Luego, más aún, como el nombre implica, hay que tener alguna

clase de creencia acerca de Cristo. Los mahometanos, por ejemplo, también creen en

Dios y en la inmortalidad, pero no se llaman cristianos. Creo que hay que tener, aunque sea

en una proporción mínima, la creencia de que Cristo era, si no divino, al menos el mejor y

el más sabio de los hombres. Si no se cree eso acerca de Cristo, no creo que se tenga el derecho

de llamarse cristiano. Claro está que hay otro sentido que se encuentra en el Whitakers

Almanack y en los libros de geografía, donde se dice que la población del mundo está

dividida en cristianos, mahometanos, budistas, fetichistas, etc.; y en ese sentido, todos nosotros

somos cristianos. Los libros de geografía nos incluyen a todos, pero en un sentido

puramente geográfico, que supongo podemos pasar por alto. Por lo tanto, entiendo que

cuando yo digo que no soy cristiano, tengo que decir dos cosas diferentes; primera, por qué

no creo en Dios ni en la inmortalidad; y segunda, por qué no creo que Cristo fuera el mejor

y el más sabio de los hombres, aunque le concedo un grado muy alto de virtud moral.

De no haber sido por los triunfantes esfuerzos de los incrédulos del pasado, yo no haría

una definición tan elástica del cristianismo. Como dije antes, en los tiempos pasados, tenían

un sentido mucho más completo. Por ejemplo, comprendía la creencia en el infierno. La

creencia en el fuego eterno era esencial de la fe cristiana hasta hace muy poco. En este país,

como es sabido, dejó de ser esencial mediante una decisión del Consejo Privado, de cuya

decisión disintieron el Arzobispo de Canterbury, y el Arzobispo de York; pero, en este país,

nuestra religión se establece por Ley del Parlamento y, por lo tanto, el Consejo Privado pudo

imponerse a ellos, y el infierno ya no fue necesario al cristiano. Por consiguiente no insistiré

en que el cristiano tenga que creer en el infierno.

LA EXISTENCIA DE DIOS

La cuestión de la existencia de Dios es una cuestión amplia y seria, y si yo intentase

tratarla del modo adecuado, tendría que retenerles aquí hasta el Día del Juicio, por lo cual

deben excusarme por tratarla en forma resumida. Saben, claro está, que la Iglesia Católica

ha declarado dogma que la existencia de Dios puede ser probada mediante la razón sin ayuda.

Este es un dogma algo curioso, pero es uno de sus dogmas. Tenían que introducirlo

porque, en un tiempo, los' librepensadores adoptaron la costumbre de decir que había tales

y cuales argumentos que la razón podía esgrimir contra la existencia de Dios, pero que, claro

está, ellos sabían, como cuestión de fe, que Dios existía. Los argumentos y las razones

fueron expuestos con gran detalle y la Iglesia Católica comprendió que había que ponerles

coto. Por lo tanto, estableció que la existencia de Dios puede ser probada por la razón sin

ayuda, y dieron los argumentos para probarlo. Son varios, claro está, pero sólo citaré unos

pocos.

EL ARGUMENTO DE LA PRIMERA CAUSA

Quizás el más fácil y sencillo de comprender es el argumento de la Primera Causa. (Se

mantiene que todo cuanto vemos en este mundo tiene una causa, y que al ir profundizando

en la cadena de las causas llegamos a una Primera Causa, y que a esa Primera Causa le damos

el nombre de Dios.)

Ese argumento, supongo, no tiene mucho peso en la actualidad, porque, en primer lugar,

causa no es ya lo que solía ser. Los filósofos y los hombres de ciencia han estudiado la

causa y ésta ya no posee la vitalidad que tenía; pero, aparte de eso, se ve que el argumento

de que tiene que haber una Primera Causa no encierra ninguna validez. (Puedo decir que

cuando era joven y debatía muy seriamente estas cuestiones en mi mente, había aceptado el

argumento de la Primera Causa, hasta el día en que, a los 18 años, leí la Autobiografía de

John Stuart Mill, y hallé allí esta frase: «Mi padre me enseñó que la pregunta '¿Quién me

hizo?' no puede responderse, ya que inmediatamente sugiere la pregunta '¿Quién hizo a

Dios?'. ,.Esa sencilla frase me mostró, como aún pienso, la falacia del argumento de la Primera

Causa. Si todo tiene que tener alguna causa, entonces Dios debe tener una causa. Si

puede haber algo sin causa, igual puede ser el mundo que Díos, por lo cual no hay validez

en ese argumento. Es exactamente de la misma naturaleza que la opinión hindú de que el

mundo descansaba sobre un elefante, y el elefante sobre una tortuga; y, cuando le dijeron:

«¿Y la tortuga?», el indio dijo: «¿Y si cambiásemos de tema?» El argumento no es realmente

mejor que ése. No hay razón por la cual el mundo no pudo haber nacido sin causa;

tampoco, por el contrario, hay razón de que hubiera existido siempre. No hay razón para

suponer que el mundo haya tenido un comienzo. La idea de que las cosas tienen que tener

un principio se debe realmente a la pobreza de nuestra imaginación.) Por lo tanto, quizás,

no necesito perder más tiempo con el argumento de la Primera Causa.

EL ARGUMENTO DE LA LEY NATURAL

Luego hay un argumento muy común derivado de la ley natural. Fue un argumento favorito

durante el siglo xviii, especialmente bajo la influencia de Sir Isaac Newton y su cosmogonía.

La gente observó los planetas que giraban en torno del sol, de acuerdo con la ley

de gravitación, y pensó que Dios había dado un mandato a aquellos planetas para que se

moviesen así y que lo hacían por aquella razón. Aquella era, claro está, una explicación

sencilla y conveniente que evitaba el buscar nuevas explicaciones de la ley de la gravitación

en la forma un poco más complicada que Einstein ha introducido. Yo no me propongo dar

una conferencia sobre la ley de la gravitación, de acuerdo con la interpretación de Einstein,

porque eso también llevaría algún tiempo; sea como fuere, ya no se trata de la ley natural

del sistema newtoniano, donde, por alguna razón que nadie podía comprender, la naturaleza

actuaba de modo uniforme. Ahora sabemos que muchas cosas que considerábamos como

leyes naturales son realmente convencionalismos humanos. Sabemos que incluso en las

profundidades más remotas del espacio estelar la yarda sigue teniendo tres pies. Eso es, sin

duda, un hecho muy notable, pero no se le puede llamar una ley natural. Y otras muchas

cosas que se han considerado como leyes de la naturaleza son de esa clase. Por el contrario,

cuando se tiene algún conocimiento de lo que los átomos hacen realmente, se ve que están

menos sometidos a la ley de lo que se cree la gente y que las leyes que se formulan no son

más que promedios estadísticos producto del azar. Hay, como es sabido, una ley según la

cual en los dados sólo se obtiene el seis doble aproximadamente cada treinta y seis veces, y

no consideramos eso como la prueba de que la caída de los dados esté regulada por un plan;

por el contrario, si el seis doble saliera cada vez, pensaríamos que había un plan. Las leyes

de la naturaleza son así en gran parte de los' casos. Hay promedios estadísticos que emergen

de las leyes del azar; y esto hace

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