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Reflexiones En Torno A La Realidad


Enviado por   •  29 de Marzo de 2014  •  1.577 Palabras (7 Páginas)  •  222 Visitas

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Uno de los temas cruciales y centrales de la Filosofía occidental, el problema de la realidad, una cuestión que, con diversos nombres y desde planteamientos distintos, ha ocupado a los filósofos de nuestra tradición desde su inicios presocráticos. Para algunos, este es el problema central de la metafísica u ontología, ámbitos de la reflexión filosófica que se definen precisamente por dedicarse al estudio de lo real en cuanto que es real. El predicado “real”, convertido en sustantivo “lo real” o “la realidad”, puede aproximarse al concepto de “ser”, incluso llegar a identificarse puesto que “lo real” puede ser entendido como el ser en plenitud, siendo la realidad la manera primaria de ser.

En cierto sentido podríamos decir que todo es real, lo que convertiría dicho concepto en un concepto vacío de significado: si todo es real, nada es real, puesto que el predicado deja de establecer una diferencia significativa. Sin embargo, en la vida cotidiana aplicamos el término realidad en diversos contextos con clara capacidad de establecer diferencias significativas que ayuden a una mejor comprensión de las cosas con las que nos relacionamos. Pensemos, sin ir más lejos, en la advertencia que figura al final de numerosas películas: «cualquier parecido de esta película con situaciones o personajes de la vida real es pura coincidencia», aviso que afirma justo lo contrario que otro que es también frecuente: «esta película se basa en hechos reales». Las dos frases sirven para entender los dos enfoques tradicionales en la filosofía al abordar el problema de la realidad: marcar negativamente lo que lo distingue de las cosas no reales por un lado, o destacar aquellas características que permiten definir la realidad.

Quizá el primer enfoque sea el que pueda resultar más interesante para iniciar un fructífero diálogo filosófico sobre este problema. En gran parte, eso es lo que hicieron los primeros filósofos. Para ellos, lo que nos mostraban los sentidos, aquello con lo que manteníamos una relación cotidiana estrecha, no correspondía a lo que el ser realmente es, a la realidad en su sentido más pleno y más profundo. No se trata de dirimir si las apariencias o los sentidos nos engañan, sino más bien de ir algo más allá o más profundo, para desvelar lo que genuinamente existe, la verdadera realidad, o la verdad sin más. En el fondo, todo es agua, decía Tales de Mileto, y lo que aparece ante nuestros sentidos no son sino manifestaciones diversas del agua, en distintos estados de condensación. Buscar la verdad es

levantar el velo que oculta la realidad a nuestros sentidos cotidianos. La relación entre apariencia y realidad se convierte así en uno de los ejes que vertebran la reflexión sobre el ser y sobre lo real y la alegoría de la caverna pasa a constituirse en una de las metáforas más fecundas sobre la reflexión filosófica: solo un duro esfuerzo personal permitirá a los seres humanos romper con las cadenas de un mundo de sombras y apariencias para ascender hacia la captación de lo auténticamente real.

Las apariencias pueden ser aquello que nos impide definitivamente acceder a la realidad, pues solo hay apariencias o puede ser el camino de acceso a la realidad: ¿Ocultan las apariencias la realidad o la muestran? No es sencillo contestar esta pregunta. También los griegos oscilaron entre las dos posibles respuestas a esta pregunta. Nadie como los sofistas ejerció una crítica tan radical a nuestra capacidad de acceder a la realidad como algo claramente distinto de nuestra manera de percibirla. El ser humano es la medida de todas las cosas de tal modo que si nos preguntamos si la realidad es un descubrimiento-desvelamiento o una invención-construcción, es esto segundo lo que hay que admitir. Su posición ha tenido seguidores importantes desde entonces, destacando las reflexiones de Nieztsche sobre la condición metafórica de nuestro lenguaje y más recientemente toda una familia filosófica que de un modo u otro defiende lo que podemos llamar el constructivismo epistemológico: la realidad de la que hablamos no pasa de ser un constructo social, fruto de acuerdos provisionales. Si cambiamos de paradigma, según decía Kuhn, posiblemente está cambiando también la realidad.

Esto supone poner en cuestión otra de las aportaciones de los fundadores de nuestra tradición filosófica. Siguiendo la senda de sus maestros Sócrates y Platón, Aristóteles mantiene con claridad que la realidad es racional, es decir, que nuestra razón, no nuestros sentidos, es la que nos permite acceder a un conocimiento más ajustado de la realidad, de tal modo que la verdad puede ser definida como la correspondencia entre nuestros juicios y la realidad. No parece adecuado acusar a la posición aristotélica de racionalismo excesivo; más bien, cuando la polémica se planteó en la filosofía medieval relacionada con el valor de los conceptos universales, la posición aristotélica

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