Tema de la Recension sobre la muerte y los moribundos
Omar CaballeroEnsayo22 de Noviembre de 2017
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Universidad Autónoma de Baja California. |
Recensión de libro ‘’Sobre la muerte y los moribundos’’. |
Tanatología. |
Burgoin, O., Caballero, J., Jácquez, F. Clínica 902. |
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Resumen de capítulos.
Capítulo 1. Sobre el miedo a la muerte.
Las epidemias causaban un gran número de muertes en generaciones pasadas. Sin embargo, la medicina ha cambiado mucho en las últimas décadas, por lo que en la actualidad hay cada vez más viejos, y más personas con enfermedades malignas y crónicas que se asocian a la vejez, pero también hay más pacientes ancianos que se enfrentan a la soledad y aislamiento con todos sus dolores y angustias.
Desde siempre, la muerte siempre ha sido desagradable para el hombre, y tal vez siempre lo será. En nuestro inconsciente sólo podemos ser matados; nos es inconcebible morir por una causa natural o por vejez. Por lo tanto, la muerte de por sí va asociada a un acto de maldad. Otro hecho importante, es que en nuestro inconsciente, no podemos distinguir entre un deseo, por ejemplo de matar a alguien cegados por ira, y el hecho de haberlo llevado a cabo, o de asociación con esta muerte; así pues, un niño pequeño enojado que desea que su madre caiga muerta por no haber satisfecho sus exigencias, quedará traumatizado por la muerte real de su madre, a pesar de que este acontecimiento no sea muy próximo en el tiempo a sus deseos destructores. Pero cuando no hacemos mayores, empezamos a darnos cuenta de que nuestra omnipotencia no existe, aunque sus vestigios aún pueden verse; si alguien se aflige, se da golpes en el pecho, se mesa el cabello o se niega a comer, es un intento de autocastigo para evitar o reducir el castigo previsto para la culpa que ha tenido en la muerte del ser querido.
Como a nadie le gusta admitir su cólera respecto a una persona muerta, estas emociones son disfrazadas o reprimidas y prolongan el período de dolor o se manifiestan de otras maneras. Muchas culturas tienen rituales para protegerse de la persona muerta ‘’mala’’, y todos se originan en este sentimiento de ira que todavía existe en todos nosotros. Realmente la muerte es todavía un acontecimiento terrible y aterrador, y el miedo a la muerte es un miedo universal.
Hay que hablar también de las formas de morir, o de tratar el cadáver del difunto. Si a un paciente se le permite acabar su vida en un ambiente familiar y querido, no necesita tanta adaptación, y podrá vivir sus últimos días con más comodidad. Además, el hecho que se permita a los niños permanecer en una casa donde ha habido una desgracia, les da la sensación de que no están solos con su dolor, les prepara gradualmente y ayuda a ver la muerte como parte de la vida; esto contrasta con una sociedad en la que la muerte es un tabú, en la que hablar de ella es algo morboso, y se excluye a los niños con la suposición y pretexto de que sería ‘’demasiado’’ para ellos; pero lo que sí es cierto, es que si se les oculta el hecho, si les mienten al respecto, sí será una experiencia traumática con unos adultos indignos de su confianza, que no tendrá manera de afrontar.
Hay muchas razones por las que no se afronta la muerte con tranquilidad. Uno es que, morir se considera algo solitario, mecánico y deshumanizado; se considera de esta manera, porque a menudo el paciente es arrebatado de su ambiente familiar y llevado a toda prisa a una sala de urgencias, fue depositado en una camilla y tuvo que soportar el ruido de la sirena de la ambulancia y la carrera febril hasta que se abrieron las puertas del hospital. Cuando un paciente está gravemente enfermo, a menudo se le trata como a una persona sin derecho a opinar; puede pedir a gritos descanso, paz y dignidad, pero sólo recibirá infusiones, transfusiones, un aparato para el corazón o la traqueotomía si es necesario. ¡Los que piensen primero en la persona pueden perder un tiempo precioso para salvarle la vida! Por lo menos, ésta parece ser la justificación racional que hay detrás de esta actitud; la razón de este comportamiento cada vez más mecánico y despersonalizado, ¿no será un sentimiento de autodefensa?
Capítulo 2. Actitudes con respecto a la muerte y al moribundo.
Contribución de la sociedad a la actitud defensiva.
Al echar un vistazo a la sociedad, hay que preguntarnos qué pasa con el hombre en una sociedad empeñada en ignorar o eludir la muerte. Si pudiéramos combinar la enseñanza de los nuevos descubrimientos científicos y técnicos con insistencia en las relaciones humanas interpersonales, haríamos verdaderos progresos, pero no los haremos si el estudiante de medicina adquiere mayor formación científica a costa del contacto interpersonal, cada vez menor. ¿En qué va a convertirse una sociedad que hace hincapié en los números y en las masas, más que en el individuo? Ciertamente, la ciencia y la tecnología han contribuido a un miedo cada vez mayor a la destrucción, y por lo tanto, al miedo a la muerte. Si la capacidad del hombre para defenderse físicamente es cada vez menor, sus defensas psicológicas tienen que multiplicarse, por lo que si no puede negar la muerte, puede intentar dominarla. Así es como grupos de personas pueden usar su identidad de grupo para expresar su miedo a que les destruyan, atacando y destruyendo a otros.
Si todo hiciéramos un esfuerzo para reflexionar sobre nuestra propia muerte, quizá se lograra una tendencia menor a la destrucción a nuestro alrededor. Psicológicamente, podemos negar la realidad de nuestra propia muerte por un tiempo; como en nuestro inconsciente no podemos percibir nuestra propia muerte y creemos en nuestra inmortalidad, pero podemos concebir la muerte de neustro vecino, las noticias de muertes de combate, en guerras o en carretera, sólo sirven para reforzar la creencia inconsciente en nuestra propia inmortalidad y nos permiten alegrarnos de que ‘’le ha tocado al vecino y no a m’'’.
Pero cuando ya no es posible la negación, podemos intentar dominar la muerte desafiándola: Intentar concebir nuestra propia muerte y aprender a afrontar este acontecimiento, con menos irracionalidad y menos miedo. En épocas antiguas, había una recompensa en el cielo, y el que hubiera sufrido mucho en la tierra sería recompensado después de la muerte, según el valor y la gracias, la paciencia y la dignidad con que hubiera llevado su carga; pero hace tiempo que ha desaparecido la creencia de que el sufrimiento en la tierra será recompensado en el cielo, por lo que el sufrimiento ha perdido su significado. Así como la negación religiosa, la negativa de la sociedad sólo sirve para aumentar nuestra ansiedad y contribuye a la destructividad y agresividad: nos hace matar para eludir la realidad y enfrentarnos con nuestra propia muerte.
Los cierto es que vivimos en la sociedad de la masa más que del individuo, pero cada hombre sólo podrá cambiar las cosas si es capaz de concebir su propia muerte; si pudiéramos empezar a considerar la posibilidad de nuestra propia muerte, podríamos conseguir muchas cosas, y a final de cuentas, lograríamos alcanzar la paz.
Muchos médicos jóvenes aprenden a prolongar la vida, pero no se les habla mucho del concepto de ‘’vida’’. A menudo damos por descontado que ‘’no se puede hacer nada’’ y concentramos nuestro interés en el equipo médico más que en las expresiones faciales del paciente, que pueden decirnos cosas más importantes que la máquina más eficaz. Nuestro objetivo no debería ser tener especialistas para pacientes moribundo, sino adiestrar a nuestro personal hospitalario para que sepa enfrentarse con estas dificultades y buscar soluciones.
Inicio del seminario interdisciplinar sobre la muerte y los moribundos.
Ha sido útil la creación del seminario, para hacer conscientes a los estudiantes de la necesidad de considerar la muerte como una posibilidad real, no sólo para los demás sino también para ellos mismos. Cuando los miembros del grupo empezaron a conocerse unos a otros y se dieron cuenta de que nada era tabú, las discusiones se convirtieron en una especie de terapia de grupo. Dos años después de la creación del seminario, se convirtió en un curso acreditado de la facultad de medicina y del seminario teológico.
Los moribundos como maestros.
Al hablar con médicos, capellanes de hospital y enfermeras, a menudo nos impresiona su preocupación por cómo va a encajar un paciente ‘’la verdad’’. Pero es que la pregunta real no debería ser ‘’¿debemos decírselo?, sino ‘’ ¿cómo compartir esto con mi paciente?’’
Deberíamos adquirir el hábito de pensar en la muerte y en el morir de vez en cuando, antes de encontrárnosla en nuestra propia vida. Si no hemos hecho esto, un diagnóstico de cáncer en nuestra familia nos recordará brutalmente nuestro propio fin. Ahora, si un médico es capaz de hablar con sus pacientes del diagnóstico de tumor maligno sin que sea sinónimo de muerte inminente, prestará al paciente un gran servicio, y dejaría la puerta abierta a la esperanza. Pero, si no podemos afrontar la muerte con ecuanimidad, ¿cómo podemos ser útiles a nuestros pacientes? Damos rodeos y hablamos de trivialidades, o del maravilloso tiempo que hace afuera. Los médicos que necesitan negarse la verdad a ellos mismos, encontrarán la misma voluntad negativa en sus pacientes, y de que los que son capaces de hablar de una enfermedad mortal encontrarán a sus pacientes capaces de afrontarla y reconocerla; aunque no deja de ser cierto que los diferentes pacientes reaccionan de modo diferente ante estas noticias según su personalidad y el estilo de vida. Si un tumor maligno se presenta como una enfermedad incurable que da la sensación de ‘’para qué sirve todo, de todos modos no podemos hacer nada’’, será el comienzo de una temporada difícil para el paciente y para lo que le rodean; la familia de estos pacientes puede compartir quizá sus sentimientos de pena e inutilidad, de irremediabilidad y desesperanza; sin embargo, la reacción del paciente no depende sólo de cómo se lo diga el médico, pero la manera de comunicar la mala noticia es un factor importante. El médico debería examinar su actitud ante la muerte para poder hablar de cuestiones tan graves sin excesiva ansiedad; buscar indicios en el paciente para averiguar hasta qué punto éste quiere afrontar la realidad; cuantas más personas de las que rodean al paciente conozcan el diagnóstico, antes comprenderá el verdadero estado de las cosas el propio paciente. Si la noticia se comunica, el paciente continuará teniendo confianza en el médico, y tendrá tiempo para pasar por las diferentes reacciones que le permitirán afrontar su nueva y difícil situación vital.
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